domingo, 4 de marzo de 2018

LA APUESTA - CAPITULO XIV


 

ALFREDO

Mi vida lejos de España fue una vida de trabajo. Apenas me dediqué a otra cosa que no fuera sacar la empresa adelante. Siempre pensando en lo que había dejado al otro lado del mar. En Gala, de la que no había vuelto a saber nada. A veces, cuando hablaba con mis padres y se hacía un silencio extraño en medio de la conversación, estaba tentado a preguntarles por ella, pero aunaba todas las fuerzas de las que era capaz y no lo hacía. Así era mejor.

Nunca pensé en casarme ni en formar una familia y la única mujer por la que sentí algo parecido al amor fue por Ruby, y digo algo parecido porque ni por asomo se parecía en nada a lo que un día había sentido por Gala. Ella sabía mi historia, yo se la había contado, y también sabía que no la amaba, que nunca podría amarla de la misma manera que un día había amado a la mujer de mi amigo. Se conformada y me quería incondicionalmente, sufriendo en silencio por algo que no se merecía, pero los sentimientos son incontrolables y yo no podía quererla como a ella le hubiera gustado. Con el tiempo aprendió a aceptarlo. Con el tiempo, también, fue ella la que comenzó a animarme para regresar a España. Decía que había pasado mucho tiempo, que ya las heridas deberían haberse cerrado y que no podía dejar de intentar encontrar la felicidad al lado de la mujer que siempre había ocupado la mayor parte de mi corazón. Yo sabía que no era posible, habían pasado demasiados años y demasiadas cosas, pero lo cierto era que me apetecía regresar a mi país, a mi Galicia, volver a pasear por el pueblo, pisar sus adoquines desgastados, cargados de historias, de miedos, de meigas y de lluvia.

Aquella noche, la noche en la que mi mente se cargó de una melancolía extraña, de una morriña súbita e inexplicable, fue la primera en la que comencé a darle vueltas a la cabeza. Y de manera sutil y casi sin que ni yo mismo me enterara, empecé a organizar el trabajo con vistas a mi ausencia. No sé en qué momento me di cuenta de ello, no sé en qué preciso instante supe que proyectaba un viaje que ya no tenía vuelta de hoja.

Un día a finales de un sofocante agosto, llamé a mi padre, como tantas otras veces. Hablamos de lo de siempre, detalles de la empresa, su salud, la de mi madre, sus proyectos de ocio ahora que estaba jubilado, pero esa vez me atreví a hacer la pregunta que jamás había hecho durante aquellos quince años.

-¿Qué es de Gala, papá?

El silencio fue todo lo que se escuchó al otro lado de la línea. Supongo que a mi padre le sorprendió tremendamente la pregunta y, puesto que en su día me había hecho la promesa de no volver a mencionar lo ocurrido y la había cumplido, tendría igualmente ciertas reticencias a contestar, así que no pude hacer otra cosa que ayudarle a ello.

-Ya sé que prometimos no hablar de ella – dije – pero ya ha pasado mucho tiempo y hoy se me ha venido a la mente. ¿Cómo le ha ido la vida, sola, sin su marido?

Mi padre carraspeó un poco antes de empezar a hablar.

-Gala... detrás de su aparente fragilidad se escondía una mujer fuerte, hijo. La Gala de ahora en nada se parece a la que tu dejaste aquí. En ningún momento se comportó como una mujer desvalida.

-¿Sigue viviendo ahí, en la ciudad?

-Hace años que ya no vive aquí. Aprobó las oposiciones y da clase en un instituto de un pueblo, aquí cerca.

-¿Qué pueblo?

-Y qué más da, Alfredo. No entiendo a qué viene ahora ese repentino interés por Gala. Han pasado mucho años, es mejor dejar las cosas como están ¿no crees, hijo?

Meses atrás le hubiera dicho que sí, que no merecía la pena revolver el pasado, pero en aquellos instantes era como si el tiempo no hubiera transcurrido, como si nada de lo que habíamos vivido fuera real, y necesitaba saber.

Dude unos instantes en qué responder, finalmente decidí dejar el tema. Si había algo que descubrir ya lo haría yo por mí mismo en cuanto estuviera allí de nuevo.

-Papá, el próximo mes os haré una visita. Hace muchos años que no voy por ahí y siento que necesito volver a mis raíces.

Nuevamente se hizo el silencio al otro lado de la línea. Mi padre no era tonto, nunca lo había sido y su callada evidenciaba sus pensamientos.

-No vengas a por ella – contestó de pronto.

-Voy porque lo necesito. No le des más vueltas, papá. Que te haya preguntado por ella no quiere decir nada.

Aquella noche, en la soledad de mi cama, dando vueltas sin poder coger el sueño, llegué a la conclusión de que mi padre me ocultaba algo sobre Gala y quise pensar que era que se había casado o que mantenía alguna relación de pareja. Confieso que esa posibilidad, por otro lado totalmente lógica, despertó en mí una punzada de celos absurdos. Durante aquellos años jamás había pensado en semejante posibilidad. Gala era la mujer de Manuel y mi sueño inalcanzable, que otro hombre ocupara “nuestro lugar” no me parecía ni medianamente plausible, aunque fuera lo más normal del mundo. Había quedado viuda joven, con un matrimonio roto y un amante que se había burlado de ella y de sus sentimientos. Tenía derecho a ser feliz.

Llegué a La Coruña una fresca tarde de primavera. Los primeros días los dediqué a explorar una ciudad que, a pesar de haber cambiado bastante durante todos aquellos años, todavía conservaba su esencia. Mientras caminaba por aquellas calles tantas veces recorridas, lo recuerdos afloraban de ami mente y la presencia de Gala se hacía más patente. Era como si aquellos rincones guardaran dentro de sí trozos de la mujer que no había podido arrancar de mi corazón. A pesar de ello, a pesar de ser consciente de que yo estaba allí para volver a verla, no me atreví a nombrarla delante de mi padre. Fue él, unos días después de mi llegada, el que lo hizo.

-¿Vas ir a verla? – me preguntó un día en la sobremesa, después de que mi madre se hubiese retirado a descansar un rato.

-¿A quién? – pregunté yo como un idiota

-Venga hijo, no seas idiota. ¿A quién va a ser? A pesar de todo lo que digas, de todos tus razonamientos, sé perfectamente cuáles son tus intenciones.

Me resigné ante la contundencia de su afirmación y no osé desmentirla, no tenía mucho sentido.

-No lo sé – contesté, sin más – Tú, que sabes de su vida ¿qué opinas?

Mi padre miró durante un rato las migas de pan con las que estaba jugueteando antes de contestar.

-Hijo, yo dejaría las cosas como están. Te puedes llevar una sorpresa.

-¿Qué quieres decir?

-Nada, no quiero decir nada. En todo caso nada sé con certeza y si hay alguien que tenga algo que decir será solo ella. Pero créeme, te puedes llevar una sorpresa. Gala no es la mujer que tu conociste, ya te lo dije.

-Está bien papá, no te preocupes. Si decido hacer algo, lo haré con cautela.

El caso es que lo que me había dicho mi padre me había dejado intrigado. Era un hombre que nunca hablaba por hablar, y aunque en esta ocasión no estaba siendo claro, yo era capaz de leer entre líneas y sabía que en la vida de Gala había algo especial que tal vez me afectaba.

Días más tarde, en uno de mis habituales paseos por la ciudad en los que me gustaba evocar tiempos pasados, pasé por delante de unos grandes almacenes con arraigo en la ciudad. La fachada del edificio, antigua y señorial, se conservaba en perfecto estado, si bien a través de las modernas puertas de cristal se veía que el inmueble había sido rehabilitado y modernizado por dentro. Recordé que allí trabajaba Cristina, una de las mejores amigas de Gala y sin pensarlo demasiado entré dispuesto a preguntar por ella. Ignoraba si todavía permanecía en esa empresa, después de tanto años; y aunque fuera así, era más que probable que no me recordara, pues la verdad era que nunca habíamos mantenido una amistad especial, ni demasiado roce.

Pregunté por ella a la primera muchacha que encontré y tuve suerte. La jefa de Administración, a la postre Cristina, acababa de bajar a tienda y era aquella que estaba allí, hablando con otra chica, detrás del mostrador. Permanecí atento y cuando vi que la conversación terminaba, la abordé acercándome a ella.

-Hola, Cristina, ¿me recuerdas?

Me miró con gesto adusto, incluso diría que contrariada, y me observó durante unos instantes.

-Lo siento... no.... ¿Alfredo? – dijo por fin.

-El mismo – contesté estúpidamente sin saber muy bien qué hacer, si acercarme y abrazarla, si dar por zanjado el encuentro con un saludo casual.

-No... esperaba verte por aquí... Hace tanto tiempo que.... te marchaste. ¿Quieres un café?

Acepté aquel café que me ofrecía sin saber muy bien por qué, al fin y al cabo ella y yo jamás habíamos tenido demasiada relación en el pasado, supongo que mi curiosidad por Gala fue lo que me empujó a compartir con aquella mujer casi desconocida unos minutos de mi tiempo. En todo caso no fui yo el que sacó a colación a mi antiguo amor, fue ella, directa al grano, sin preámbulos estúpidos.

-Supongo que quieres saber de Gala.

1 comentario:

  1. Agradezco el que hayas dejado tu huella en mi espacio.
    En el capítulo 15 que acabas de publicar, me va a ser difícil coger el hilo de esa historia, avísame cuando empieces algo nuevo.
    Yo también me quedo en tu espacio.
    Cariños.
    kasioles

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