viernes, 23 de diciembre de 2016

TÚ LLEGASTE A MÍ CUANDO ME VOY (PÁRRAFO)








Eran más de las cuatro de la mañana cuando Elena llegó a casa después de una agotadora jornada en el bar. A pesar de encontrarse terriblemente cansada no tenía sueño. Abrió la puertaventana del salón y salió al balcón. La noche era perfecta, el cielo estaba estrellado y no hacía demasiado calor. Recordó las noches en el cenador de la casa de Navacerrada, cuando Enrique y ella conversaban a la luz de la luna compartiendo cigarrillos y confidencias. Le entraron ganas de fumar y encendió un cigarrillo. No fumaba normalmente pero siempre había un paquete de tabaco en casa, para cuando le entraban las ganas tontas. Se sentó en el suelo del balcón, apoyó su espalda contra la pared y se dedicó a bucear entre su mente. El encuentro con Laura había trastocado la firmeza de su decisión. Volver al lado de Enrique sería hermoso, sin duda alguna, y aunque seguía pensando que tal regreso iría de la mano de muchas más sombras que luces, también era verdad que significaría recuperar la felicidad perdida. Además necesitaba compañía, no le gustaba la soledad, y añoraba despertar cada mañana entre los brazos del hombre que amaba. No podía ser que su destino fuera pasar por la vida sumida en la nostalgia, en la pesadumbre de no tener con quién compartir, con quien soñar, con quien reír, pero bien es verdad que su trayectoria vital no apuntaba a otra cosa. Primero el abandono de su madre, después la muerte de su padre, el paso por el orfanato, la esperanza siempre vana de que algún día una familia cualquiera decidiera llevarla a su mundo... y finalmente verse de nuevo en la calle. Todavía recordaba con sorprendente nitidez el momento en que Sor Caridad le dijo que tenía que dejar el convento, que ya era mayor de edad y allí no podían seguir ocupándose de ella. Le dio algo de dinero y le recomendó la casa de unos conocidos que al parecer necesitaban una chica para el servicio. Desde el primer momento decidió no ir, a pesar de la intensa sensación de desolación, de desamparo, incluso de fracaso, que la envolvió cuando se vio en la calle; la misma impresión que había sentido cuando Enrique la invitó a abandonar la casa de Navacerrada, a la que también, desde que puso el pie fuera, decidió no volver. Y sin embargo en aquella noche estrellada de otoño, volvía a renacer en su corazón herido todo el amor que había querido esconder sin conseguirlo del todo.

Se levantó y cogió su bolso. Sacó el móvil y buscó a Enrique entre sus contactos. Cuando lo encontró se quedó mirando la pantalla durante un rato. Su dedo pulgar se posó con suavidad sobre la tecla de llamada. Cerró los ojos y apretó. Pero antes de que se efectuara la conexión cortó la comunicación. A pesar de que lo echaba de menos no estaba preparada para el reencuentro.

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