domingo, 25 de diciembre de 2016

MÁS ALLÁ DE LA TENTACIÓN (PÁRRAFO)





Por la mañana seguía teniendo fiebre. Me pareció que el doctor pasaba por mi habitación, aunque no me di demasiada cuenta de ello, ni de nada de lo que ocurrió a lo largo de la jornada. Así, en un duermevela enfermizo, pasé casi tres días, hasta que la tarde del tercer día la fiebre comenzó a remitir y me encontré mejor. Por lo menos podía mantenerme despierta.

Aquella noche Jesús me trajo una taza de sopa caliente. Cuando vi la comida se me revolvió el estómago. A pesar de que hacía días que no probaba bocado seguía sin tener apetito.

-Tienes que comer algo. Estás tomando un antibiótico muy fuerte y necesitas llenar el estómago. Yo te lo daré.

Me puso unos cojines en la espalda y me incorporó en la cama. Luego me fue dando la sopa a cucharadas, en silencio. Cuando iba por la mitad le dije que no podía más.

-Si me haces comer más, vomitaré.

Posó la taza en la bandeja, preparó mi medicamento y me lo dio. Mientras me lo tomaba, me miraba y sonreía, lo cual no dejó de sorprenderme. Jesús jamás me había sonreído, más bien al contrario.

-Me has tenido muy preocupado – dijo – Marcelo decía que era mejor trasladarte al hospital. Menos mal que por fin parece que estás mejor ¿verdad?

-¿Quién es Marcelo? - pregunté sin contestar su pregunta.

-El médico, el muchacho nuevo. Es español, como tú. Se ha interesado mucho por ti. Ha venido a verte todos los días.

-¿Desi ha venido?

-Desi ha estado aquí a pie quieto conmigo. Entre ella y yo hacíamos turnos para no dejarte nunca sola.

No sé por qué me conmovieron sus palabras.

-Gracias – dije.

-No tienes que dármelas. A veces.... a veces no se valoran las cosas hasta que te das cuenta de lo mucho que significaría perderlas.

De nuevo me sorprendieron sus palabras. No parecía el Jesús de siempre. Era como si quisiera pedirme perdón por los agravios de antaño y comenzar una nueva andadura sin reproches ni malos rollos que nunca habían venido a cuento.

Estaba sentado muy cerca de mí y me miraba con una ternura desconocida en sus ojos de color indefinido, casi extraño. Sonrió de nuevo y por primera vez me fijé en su hilera de dientes blanquísimos y perfectos. Jesús era muy guapo, una lástima que fuera sacerdote. De pronto alargó su mano hacia mi y acarició mi mejilla. El contacto de su mano con mi cara hizo que se espigara mi piel. Cerré los ojos e incliné mi cabeza para prolongar un poco más la caricia. Cuando los abrí él me miraba fijamente sin apartar su mano de mi mejilla. Yo le sostuve la mirada sintiendo dentro de mi una sensación nueva. Parecía flotar entre los dos una nube densa de caramelo, una nube de sentimiento, de amor tal vez. Por un momento pensé que se iba atrever a salvar la escasa distancia que nos separaba y que me iba a besar. La simple idea de que eso pudiera ocurrir aceleró los latidos de mi corazón. Pero de pronto unos golpes sonaron en la puerta y Jesús retiró su mano apresurado, para no ser pillado en falta. Luego la puerta se abrió y asomó la cara de Marcelo, el médico.

-¿Se puede? - preguntó . Yo asentí con la cabeza y pasó a mi dormitorio - ¿Cómo se encuentra hoy mi paciente favorita?

Antes de que yo contestara Jesús se retiró.

-Os dejo solos- dijo – así podréis hablar mejor. Hasta luego, Marcelo, adiós Paula, sé buena ¿vale?

Por todo saludo me sonrió y yo le devolví la sonrisa. El cambio de actitud de Jesús me estaba haciendo más bien que los propios medicamentos. Y las sonrisas no tenían miedo de asomar a mi cara.














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