lunes, 12 de diciembre de 2016

EN EL FONDO DE UN CAJÓN


 

Nunca pensé que mi vida fuera a acabar así, en el fondo de un cajón, rodeado de cosas variopintas, la mayoría de ellas inservibles, o de esas que tienen utilidad limitada, ya saben, que se utilizan una o dos veces al año.

Permítanme que me presente, me llamo Parker, Bolígrafo Parker y a decir verdad mi existencia no fue muy divertida. Al principio parecía que mi vida iba a estar colmada de lujo y de glamour. Todo lo indicaba cuando la gente me admiraba en aquel expositor de una enorme librería. Es cierto que no se animaban a comprarme, y es que tenía un precio bastante caro y los mortales de a pie preferían a Bic, Bolígrafo Bic, mucho más corriente y vulgar que yo. No me importaba porque sabía que yo estaba destinado a miras mucho más altas.

Un buen día me compró una mujer muy elegante, me metieron en un estuche junto con mi primo Portaminas Parker y cuando la dependienta nos iba a envolver en un trozo de papel de regalo plateado, la mujer le dijo que no, que quería grabar el nombre de la persona a la que iba dirigido el regalo. Así me enteré de que yo iba a ser un regalo, lo cual me llenó de más emoción si cabe. La señorita de la librería le contestó que si lo deseaba allí mismo se podían ocupar de grabarme, a lo que la mujer accedió.

-Pongan el nombre: Ernesto, y la fecha: 25 de abril de 1972.

La fecha no me dijo nada especial, tampoco me interesaba demasiado, supuse que sería el cumpleaños o algún aniversario de algo, pero me gustó el nombre de Ernesto. Me recordó a un libro que durante unos días estuvo situado en una estantería frente a mi expositor: La importancia de llamarse Ernesto, se titulaba. Siempre me pregunté si realmente llamarse así tendría algo de especial y sin duda había hallado la respuesta, porque especial tenía que ser la persona de la que yo iba a ser su obsequio, y no tomen mis palabras como una muestra de soberbia o suntuosidad, no lo son, pero es que soy muy caro y ya se sabe, el dinero a veces dice muchas cosas de la persona que lo posee, a veces buenas, otras veces no tanto. Pero en fin, no voy a entrar en disquisiciones que no vienen al caso.

El proceso de grabación no me gustó demasiado y tampoco voy a entrar en detalles que puedan resultar escabrosos al lector, baste con saber que del precioso estuche en que la dependienta me colocó fui a parar al bolsillo interior de una chaqueta y lo que al principio fue motivo de entusiasmo, finalmente resultó ser de tedio y desánimo. Porque mi vida pasaba día tras día sin pena ni gloria, en el bolsillo interior de aquella chaqueta, un lugar oscuro y caliente carente de diversión ni de aliciente alguno. De vez en cuando el tal Ernesto me sacaba de mi letargo y me usaba para firmar algún documento. El hombre en cuestión debía de ser ministro, o secretario de algún departamento importante, porque firmaba cosas con bastante frecuencia, pero ahí quedaba el asunto, no me utilizaba para nada más y como no era cuestión de ponerse protestar... A veces intentaba saltar del bolsillo, o si me dejaba durante unos segundo encima de la mesa yo rodaba de aquí para allá, a ver si se animaba a utilizarme un poco más, pero no había manera. En cuanto se daba cuenta de mi presencia, me guardaba de nuevo en el bolsillo interior de su chaqueta.

Así fue pasando el tiempo, hasta que me descubrió Margarita. Margarita era una adolescente enamorada, hija de Ernesto, que cuando me vio se quedó prendada de mi belleza y estilo. Su padre me había dejado encima de la mesita del recibidor en un descuido y ella aprovechó la oportunidad para hacerse conmigo. Debo confesar que entre sus dedos pasé la época más feliz de mi vida. Margarita me usaba para escribir cartas de amor a su enamorado. Por aquel entonces no había internet, ni correo electrónico ni esas zarandajas, así que el papel y el bolígrafo eran los útiles necesarios para comunicarse en secreto, tal y como hacía la chiquilla. ¡Qué bello fue sentir como de mi propio ser brotaban tan bellas palabras! ¡Cuántos de quieros salieron de mi tinta! A veces acompañados de ferviente entusiasmo, otras enturbiados por la humedad de las lágrimas sobre el papel. Daba lo mismo, nada me importaban las penas o las alegrías de Margarita, porque estuviera como estuviera de ánimo, de su pensamiento y su mano solo salían hermosas frases que quedaban grabadas en el papel gracias a la tinta que corría por la única vena que recorría mi cuerpo de arriba a abajo.

Un buen día Ernesto se dio cuenta de mi pérdida y a su hija no le quedó más remedio que devolverme su padre, pero con tanto ir y venir de cartas de amor, mi tinta se había terminado. Ernesto se enfadó mucho con Margarita, le preguntó de malos modos quién le había dado permiso para cogerme, que yo era un regalo de su madre y que para colmo me había gastado y ahora ya no le servía para nada. La chica le respondió que podía comprar una nueva carga y él contestó que por supuesto que lo haría, pero que por nada del mundo quería ver de nuevo que usaba su Bolígrafo Párker para escribir sus tonterías.

Me metió en el cajón de su mesita de noche... y ahí se acabó mi historia. Ya he perdido la cuenta de los años que llevo aquí dentro, pero son muchos. Por aquí han pasado multitud de personajes, carteras, monedas, paquetes de pilas, blocs de notas, estuches de manicura, un Libro de Familia, carretes de hilo, relojes, correo bancario, cajas de preservativos, pañuelos bordados con la inicial E y hace unos días un certificado de defunción de Ernesto. Esta mañana alguien ha abierto el cajón y revuelto un poco entre las cosas. Reconocí a Margarita por la voz, que no por el aspecto, pues han pasado muchos años y ya no es la adolescente de antaño. Cuando me vio me tomó en sus manos y se alegró mucho de encontrarme. Le dijo a la persona que la acompañaba que el Párker se lo iba a quedar ella, que sería un bonito recuerdo de su padre. Luego me metió de nuevo en el cajón. Pero ahora tengo la esperanza de que todo va a cambiar. En manos de Margarita mi vida será diferente y me llegará la oportunidad que espero. Estoy seguro de ello.

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