martes, 27 de diciembre de 2016

EL AMANTE ADOLESCENTE - CAPÍTULO I (NOVELA ERÓTICA)





CAPÍTULO 1

Conocí a Conchita cuando se vino a vivir con su marido al piso de encima del nuestro. No debía de tener yo mucho más de diez años. Vivíamos en El Ferrol, en la Plaza de Amboage, en un edificio de seis pisos, antiguo, señorial, aunque las paredes de la fachada estaban desconchadas y las ventanas de madera carcomidas por el sol. Las habitaciones eran amplias y luminosas, sobre todo el salón, cuyos enormes ventanales nos permitían ver el mar y las lluvias torrenciales que caían en los crudos inviernos gallegos, y sentir el viento gélido que de vez en cuando azotaba la ciudad convirtiendo sus calles en un hervidero de hojas muertas y de desolación. A mí me gustaba pasar las tardes con la nariz arrimada a la cristalera, mientras las gotas de lluvia golpeaban con fuerza los cristales, y pasarme las horas contemplando el mar gris y amenazador, que allá, a lo lejos, se extendía por la entrada de la ría.

Conchita apareció un buen día con su marido, Don Ricardo, un hombre extraño, de aspecto y de hechos, bastante mayor que ella, teniente de navío al que habían destinado al cuartel de infantería de la ciudad. Hacía unas semanas que yo escuchaba a mis padres hablar de Don Ricardo y su mujer. Al parecer él era primo de mi padre, pero por los comentarios que yo oía en casa, no le tenía en gran estima, más bien al contrario. Don Ricardo tenía fama de mala persona. Más que respetado, era temido, pues en aquel tiempo, en plena dictadura franquista, nadie deseaba tener problemas con un militar, y menos con uno como él, de esos capaces de buscar la ruina a cualquiera por una simple nadería.

Conchita, por contra, era una muchachita de poco más de veinte años, dulce, frágil, de cuerpo voluptuoso y mirada inocente. Yo no me explicaba cómo podía estar casada con aquel gerifalte. En realidad nadie se lo explicaba. Mamá decía que se había unido a él acuciada por las circunstancias. Su padre había muerto y había dejado a la familia en la miseria y no le había quedado más remedio, pero papá le argumentaba que esas eran figuraciones suyas, que Conchita era maestra y si lo deseaba podía encontrar un buen trabajo con el que mantenerse.

-Aunque te parezca inexplicable Conchita está enamorada de mi primo. El amor es así de caprichoso. - decía papá.

Y mi madre seguía a sus tareas, meneando la cabeza en una clara señal de desaprobación.

Unos días antes de su llegada, mamá se ocupó de limpiar un poco el piso que habían de habitar. Era exactamente igual al nuestro, aunque como estaba un poco más alto, desde allí se veía mucho mejor el mar. Yo me sentí muy contento, pues seguramente, al ser nuestra familia, no tendrían inconveniente en dejarme pasar las tardes con la nariz pegada al ventanal, para eso, para ver el mar.

El día que Ricardo y Conchita llegaron, mis padres los invitaron a cenar. Mamá, que era muy buena cocinera, preparó un delicioso caldo gallego capaz de calentar el cuerpo a un esquimal. Y allí, en la mesa, tuve mi primer contacto con tan singular pareja. Recuerdo la mirada oscura y profunda de Conchita, su sonrisa infantil y su manera de acariciarme el pelo. A mi me pareció una chica muy guapa. También recuerdo la voz atronadora de su marido, sus modales oscos y su forma de engullir la comida, como si estuviera desesperado por llevarse algo al cuerpo.

Durante la cena, la conversación giró en torno al nuevo destino del teniente. Procedía de Madrid y decía que se sentía muy orgulloso de haber venido a dar con sus huesos a El Ferrol, la tierra del Caudillo.

-No puedo tener más grande satisfacción que poder ejercer mi profesión en la ciudad que vio nacer a la persona que hizo resurgir a España de sus cenizas. Además me han dicho que aquí la gente es honrada, cabal y católica, como debe ser. ¿No te parece primo?

Mi padre asentía y sonreía estúpidamente. Yo, a pesar de que todavía era un niño, me daba cuenta de que papá le daba la razón como a los locos. No quería meterse el líos. No era un hombre de convicciones políticas. A él le bastaba con tener trabajo y con ello una vida digna que le permitiera el sustento de su familia, no pedía más. Si para ello tenía que mantenerse callado, se mantenía. Creo que nunca le importó demasiado la falta de libertad.

Conchita miraba a su marido con un mirada extraña, entre la adoración y el odio, entre la gratitud y el miedo. Sentada a su lado, sin pronunciar apenas palabra, se limitaba a servirle la comida y a posar su mano sobre el antebrazo de su esposo cuando veía que se exaltaba demasiado al hablar.

En algún momento de la cena, mamá le preguntó a Conchita si le gustaría ejercer como maestra. A la muchacha no le dio tiempo a abrir la boca.

-No es necesario – dijo su marido con aquel vozarrón que dañaba los tímpanos –, el sitio de la mujer está en su casa, cuidando de su esposo y de los hijos si los hay. A las mujeres casadas y decentes se les debería prohibir el trabajo remunerado, para eso ya estamos nosotros. Si se las deja salir del hogar.... podría ser la perdición de su alma. ¿No lo crees, prima?

Mi madre no dijo nada. Tampoco sonrió, como hacía mi padre. Se limitó a posar sus ojos en Conchita mientras la muchacha bajaba la cabeza y escondía una sonrisa cargada de melancolía.

Aquella noche, cuando la pareja se retiró al piso de arriba y yo me acosté en mi cama, no podía dejar de pensar en ellos, en los dos. Don Ricardo me daba miedo y Conchita despertaba en mí un sentimiento extraño. Era una persona mayor, pero yo la veía tan boba como mi hermana Gracia, que solo tenía tres años y que se limitaba a jugar con sus muñecas y a obedecer sin rechistar, cosa que no hacíamos mi hermano Senén y yo, a los que de vez en cuando nos gustaba trastear un poco por ahí.

-Senén – llamé a mi hermano, que dormía en la cama de al lado – Senén ¿estás despierto?

-Vaya pregunta más tonta ¿Tú te crees que si estuviera dormido te iba a contestar? - hasta mí llegó su voz apagada por las mantas.

-¿No te da miedo Don Ricardo? - le pregunté pasando por alto su comentario anterior.

Senén se dio la vuelta en la cama y se quedó frente a mí.

-Un poco ¿y a ti?

-A mi mucho. Tenemos que tener cuidado con él. Si nos ve robar la fruta del huerto de Juancito el tuerto seguro que se lo cuenta a papá y nos castigará.

-Buf... para el verano falta mucho. Mientras no llegue el verano no hay fruta.

-Ya... pero te lo digo por si acaso. ¿Tú crees que mataría muchos rojos en la guerra?

-No sé, supongo. Tengo sueño, Teo.

-Oye, Senén y ¿qué te parece Conchita? - insistí.

-Pues.... muy guapa, supongo. Como mamá. Y ahora déjame dormir, por favor.

Me arrebujé entre las sábanas y cerré los ojos. Creo que aquella noche soñé con Conchita y con un militar sin rostro que la mataba con un fusil.

*

Don Ricardo pasaba muchas horas fuera de casa. No solo las necesarias por su trabajo, sino las que se tiraba de juerga con los amigos en el burdel de Petra Castellote, o de borrachera por ahí, según palabras de mi padre. Petra era una mujer entrada en años que había llegado a El Ferrol recién terminada la guerra, procedente de Madrid. Por la ciudad se había corrido el rumor que había sido el propio Caudillo el que le había abierto el negocio, sabedor de sus buenas artes y con la loable intención de tener contentos a los respetables caballeros de su ciudad natal. Nunca supe si aquello era verdad o no, en todo caso me importaba más bien poco.

El burdel de Petra Castellote se encontraba en la calle del Sol, cerca del Ayuntamiento, convenientemente camuflado en coctelería fina. Allí no podía entrar nadie que no llevara el bolsillo bien repleto de billetes. A mis amigos y a mi nos fascinaba aquel lugar, pues ninguno de nosotros sabía con exactitud qué se guarecía detrás de lo que se mostraba a los ojos de todos los mortales. Escuchábamos rumores y la palabra “puta” rondaba por nuestras cabezas con descaro y casi con precisión, pero nada más.

A veces, los sábados, a la salida del cine, nos apostábamos en la acera, a la entrada del burdel, y observábamos su interior con el mayor disimulo posible, que no era mucho, por ver si podíamos echar el ojo a alguna de esas maravillosas putas que muchos hombres decían conocer pero que parecían no existir más que en su imaginación. Otras veces nos dedicábamos a sentarnos en un banco y a elucubrar sobre lo que podríamos encontrarnos de tener la posibilidad de poner un pie allí dentro.

-¿Pues qué va a haber? – decía yo, tratando de parecer lógico –. Si dicen que hay putas... pues habrá putas.

-Ya ¿pero tú sabes qué es lo que hacen las putas? – preguntaba mi amigo Federico dándoselas de entendido –, las putas juegan con el pito de los hombres.

Los demás soltábamos una carcajada sonora y nos poníamos nerviosos ante tal posibilidad.

-¿Y duele? – preguntaba alguno.

-Que va – respondía Federico –, al contrario, al parecer es agradable.

En nuestra mente infantil no cabía semejante posibilidad, así que todos callábamos y continuábamos con nuestra baldía labor de vigilancia. Jamás veíamos salir de allí a ninguna furcia, ni siquiera a ninguna mujer, hasta que por fin salió una tipa entrada en años y en carnes, vestida de cualquier manera con una falda negra y un jersey de lana enganchado aquí y allá. Los pelos grasientos se le pegaban a la cabeza y sus mejillas flácidas se descolgaban de su rostro mofletudo y colorado.

-¿Será esa una puta? – pregunté yo asombrado, pues por nada del mundo dejaría yo que semejante adefesio jugase con mi pito.

Federico, que estaba tan asombrado como yo, pero quiso dárselas de entendido una vez más, respondió con rotundidad:

-Pues tiene que ser. Mi madre dice que en el bar de Petra sólo entran putas.

-¡Mi madriña querida! – exclamó mi hermano – Y tanta cosa para esto. Si lo supiera no hubiera perdido el tiempo montando guardia aquí.

En ese momento a quién vimos salir de la coctelería fue a don Ricardo, confirmando así las palabras de mi padre. No dejé de pensar, con mi mente infantil que empezaba a despertar al mundo, en lo estúpidos que podían llegar a ser algunos hombres, que teniendo una mujer tan bonita en su casa, se iban con putas que eran más feas que Picio, a la vista estaba.

2 comentarios:

  1. ¡Hola, Gloria! No recuerdo bien cómo he llegado a parar a tu blog, pero me encanta esta historia así que la seguiré de cerca. ¡Gracias por compartirla! Te iré comentando mi opinión conforme avance la lectura, por el momento puedo decirte que Don Ricardo no me gusta nada y que veremos a ver qué sucede a continuación jeje.

    Saludos <3

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    1. Hola: me alegro mucho que te guste y estoy encantada de que hayas venido a parar a mi blog, de la manera que sea, eso da igual. Espero que te guste la novela completa, de la que ya he colgado el ultimo capítulo. Un beso muy fuerte

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