miércoles, 7 de diciembre de 2016

BORRACHERA INVOLUNTARIA



Nunca había probado la sidra y en el único viaje que hice a Asturias no me pude escapar de ello. Está rica, muy rica, tanto que bebí y bebí sin darme cuenta de que me estaba poniendo beodo perdido. Cuando quise levantarme di el cante. Perdí el equilibrio y caí sobre el camarero que en aquellos momentos escanciaba un vaso de sidra a los de la mesa de al lado. Él, a su vez, se cayó al suelo regando a los comensales de los alrededores, además de partirse dos dientes contra el suelo y comenzar a sangrar como un cerdo. Yo quise ayudarle, qué menos, y resbalé, y no me caí en el sitio, no, me fui deslizando por toda la sidrería cual patinador artístico. En mi viaje arrastré unos cuantos manteles a los que intenté asirme sin mucho éxito, junto con los menús correspondientes. Cuando la pared del fondo paró mi deslizamiento a ninguna parte, intenté ponerme en pie y resbalé de nuevo, cayendo encima de un caballo de madera, de esos que son balancines y que debía de ser del hijo de los dueños o de alguien de por allí. Si llega a estar el niño meneándose en el caballito lo aplasto seguro. Ya no recuerdo más. Desperté en una ambulancia y en cuanto me recuperé me volví a Cádiz. La sidra no me sienta bien, prefiero el fino.

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