domingo, 18 de diciembre de 2016

ALMA


 

Se levantó de la cama en cuanto se fue el último cliente y abrió la ventana. La habitación olía a sudor, a semen y a cerrado. Encendió un cigarrillo y se asomó. El aire fresco de noviembre le despejó un poco la cabeza. Miró el reloj, eran las tres de la mañana, con un poco de suerte ya no tendría que atender a nadie más, no tenía ganas. Sin embargo se sentía feliz, mucho más feliz que los demás días. Sonrió levemente y dio una calada profunda a su cigarrillo mientras se sentaba en el alféizar de la ventana. Con el último cliente había cerrado los ojos y había pensado en él, en Alex, el chico de la carnicería de la esquina, el que siempre le metía un trocito de carne de la buena para su pequeña hija cuando ella iba a comprar. Y es que las putas también pueden enamorarse y ella, a pesar de que era consciente de jamás podría tener nada con aquel muchacho de ojos verdes y rostro afable, se había enamorado. Así que aquella noche, cuando entró el último hombre, decidió que en lugar de soportar dolor y reprimir el asco, se iba a relajar y a dejar que su imaginación volara y le permitiera vivir, recuperar un poquito el alma que había perdido y de la que ya solo le quedaba el nombre.

Era un muchacho joven y apuesto, que entró en la habitación en silencio y en silencio se sentó en el único sillón que había en el cuarto mientras se quitaba la corbata. Alma estaba en la cama echada, mirando al techo, tapándose pudorosamente su cuerpo en un gesto absurdo, escondiendo de la mirada de aquel desconocido su piel embutida en un conjunto de encaje azul, una piel de la que él gozaría quisiera ella o no.

Él la miró durante un rato. Sus ojos se cruzaron y ella se metió en su papel y le sonrió. Él no le devolvió la sonrisa. Apoyó los codos sobre las rodillas y se pasó las manos por el pelo, abundante y negro. Parecía agobiado y Alma decidió dejarle hacer. Al cabo de un rato se despojó del resto de su ropa y se metió con ella en la cama, a su lado y comenzó a besarle el cuello muy despacio. Alma sintió su aliento caliente que olía a menta y a limón y se estremeció. Nunca había sentido nada así con un cliente. Este no parecía como los demás, que se limitaban a ponerse sobre ella y a trabajar su cuerpo como si fuera un objeto cualquiera. El hombre que tenía al lado la besaba con delicadeza en su cuello, en el hueco de su hombro, mientras su mano bajaba lentamente a lo largo de su brazo el tirante del sujetador. Alma entonces cerró los ojos y se imaginó que el hombre que estaba a su lado dispuesto a hacerle el amor era Álex.

Se dio media vuelta y quedaron frente a frente. Él esbozó una ligera sonrisa y la besó en los labios. Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la muchacha que se arqueó ligeramente en un gesto casi involuntario. Sintió como la mano de él caminaba hacia su espalda y le desabrochaba el sujetador. Fue ella la que se despojó de la prenda y ofreció sus pechos a las manos del desconocido, a Alex en su imaginación de mujer enamorada. Él los acarició con delicadeza, jugueteando con sus pezones, que al contacto con aquellos dedos suaves y cálidos se pusieron firmes, provocando una oleada de excitación desconocida en el cuerpo de ella. El hombre acercó sus labios a aquellos pechos turgentes y se hundió en ellos. De la garganta de Alma se escapó un gemido que se mezcló con el aire enrarecido del cuarto. El desconocido se colocó sobre ella y comenzó a recorrer su cuerpo con sus labios, depositando leves besos en su piel morena, lamiendo las suaves laderas de su vientre. Al llegar a su pubis, cubierto todavía con la liviana braguita de encaje, mordió la tela con sus dientes y quiso bajarla. Alma elevó un poco sus caderas para facilitarle la labor y él consiguió despojarla de la última prenda que la cubría, dejando al descubierto un pubis arropado apenas por una línea de bello finísima. Ella abrió los ojos durante un instante y lo vio allí entre sus piernas, con su sexo dispuesto para gozar, pero descubrió que solo en la oscuridad de su imaginación, en la que era Alex el que le hacía el amor, conseguía que su cuerpo respondiera a los estímulos de la pasión que el desconocido depositaba en su piel de mujer desencantada. Volvió a sumergirse en el reino de las sombras y entonces sintió unos dedos que se introducían dentro de ella y a la vez estimulaban el punto justo del placer.

Alma se entrego al goce soñando con el amor inalcanzable que estaba allí, junto a ella, dentro de ella, en su cuerpo y en su imaginación, y por primera vez desde hacía mucho tiempo, su cuerpo se estremeció en un espasmo de frenesí que ya creía olvidado para siempre.

Escuchaba la respiración agitada de su cliente, el temblor de sus manos cuando la obligaron a darse la vuelta, quedando boca abajo. Ella se dispuso a soportar el dolor lacerante de una penetración anal, pero se equivocó. El hombre elevó ligeramente sus caderas e introdujo su sexo en el de ella de manera rotunda y profunda, mientras le estimulaba el clítoris suavemente con la palma de su mano.

Mientras el desconocido entraba y salía cada vez con más rapidez de su cuerpo, Alma imaginaba que era Álex quien la amaba, quien respiraba agitada e irregularmente en su oído, quien de vez en cuando le separaba el pelo y le mordía la nuca en un gesto que tal vez pretendiera ser un beso y se quedaba en el intento, pero que excitaba sus sentidos de manera casi brutal. Alma sentía que sus entrañas iban a estallar de nuevo en un goce intenso y caliente, dulce, espeso y pronto sintió el placer supremo al mismo tiempo que el hombre se derramaba en su interior y se derrumbaba sobre su espalda.

Después se vistió con rapidez y la dejó allí sobre la cama, marchándose sin volver la vista hacia su cuerpo desmadejado y latente. La muchacha se levantó despacio y fue hacia la ducha, dejando tras de si las sábanas revueltas que acababan de cobijar el momento de un amor que no era amor. Dejó que el agua caliente acariciara su cuerpo con mimo y después de secarse y embutirse en una ligera bata de raso azul, fue hacia la ventana y recordó el momento.

El sonido de unos ligeros golpes en la puerta la rescataron de su mundo de recuerdos recientes. La jefa le decía que un nuevo cliente la reclamaba, Quiso negarse pero no pudo. Alex apareció frente a ella.

-Vengo a rescatar tu alma, para que no sea solo tu nombre.

Y se dejó rescatar.





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