lunes, 21 de noviembre de 2016

MI VIAJE SOÑADO



Me parece mentira estar aquí, delante de este maravilloso palacio, paseando por estos jardines que parecen guardar dentro de sí la esencia del romanticismo. Camino despacio y me dejo llevar por su hechizo, tan simétricos, tan coloridos, tan naturales. Dirijo mi pasos lentamente hasta la edificación de mármol, que adrede he dejado para el final, y subo los escalones de acceso al mausoleo todavía más despacio, empapándome de una intensidad casi sobrenatural, inmensa, impresionante. Una fuerza que proviene de no sé dónde me empuja a tocar el mármol para comprobar que es real y no un espejismo ni un sueño. Cojo de la mano a Nahim, y sumergiéndome en la negrura de sus ojos, avanzamos y entramos, hasta perdernos dentro del juego de luces que el sol produce al cruzar las cristaleras de colores. Dentro la visita es corta y cuando de nuevo salimos al exterior nos sentamos al borde del estanque y nos dejamos abrazar por la puesta de sol que tiñe de dorado el aire y el cielo.

Todo suena muy romántico ¿verdad? Y seguramente lo sea, pero nadie se imagina la odisea que yo he tenido que pasar para llegar hasta aquí. Porque visitar el Taj Mahal siempre fue el sueño de mi vida, desde pequeñita. La cultura asiática me atrae enormemente en general y este precioso mausoleo en particular. Mi ex novio Fran, Francisco Martinez Antúnez, mi novio desde que tenía yo quince años, lo sabía, pero como yo siempre fui su segunda opción, nunca tuvo tiempo para hacer conmigo este maravilloso viaje.

Le conocí en nuestro tercer año en la Universidad, yo estudiaba derecho y él económicas. Era un chico guapísimo, alto, bien parecido, simpático, con una sonrisa encantadora.... le gustaba a casi todas, pero él me eligió a mí y durante aquellos últimos años de estudio fuimos muy felices. También lo fuimos durante el tiempo en que, recién terminadas nuestras carreras, no sabíamos bien qué hacer con nuestra vida y dábamos tumbos aquí y allá, llamando a una puerta tras otra, buscando un trabajo que todavía tardaría un tiempo en aparecer. Y como las cosas buenas siempre tienen un final, aquel mundo idílico y maravilloso se terminó el día en que a Fran lo contrataron en una multinacional y comenzó su vida de ejecutivo agresivo. Al principio no se notó mucho, pero a poco yo fui pasando a ocupar un lugar secundario en su mundo. Entre tantas reuniones y viajes yo no tenía sitio. Dejamos de ir al cine, de pasear los domingos por la tarde cogidos de la mano, de correr por la ciudad bajo la lluvia, de ver películas por las noches tirados en el sofá tapados con una manta, dejamos de hacer las cosas normales que nos gustaba hacer, porque él no tenía tiempo. Si no estaba de reunión, estaba de viaje y si no estaba de viaje ni de reunión tenía mucho trabajo y llegaría tarde a casa. Así un día tras otro, un mes tras otro, un año tras otro... hasta que empecé a plantearme si valía la pena continuar con una relación que cada día me aportaba menos cosas.

La gota que colmó el vaso fue su viaje inesperado a Munich cuando habíamos planeado marchar de vacaciones una semana a Madeira con la intención de intentar recuperar un poco de lo que había sido lo nuestro. De un día para otro se cancelaron las vacaciones por culpa de su maldito viaje de trabajo. De nada me valió protestar, hizo caso omiso a mis súplicas porque su trabajo era lo primero, así que cuando me llamó por teléfono desde Munich le dije que ya estaba harta y que no quería seguir con él, se había terminado. No se lo tomó en serio, nunca lo hacía, así que siguió llamándome y en una de aquellas llamadas, después de decirme que todo iba a cambiar y que no volvería a pasar, me prometió que en cuanto pisara la ciudad nos iríamos al Taj Mahal. Me quedé muda del asombro y ante semejante proposición no pude dejar de replantearme mi decisión. A lo mejor era verdad que iba a cambiar.

-No te preocupes cariño, yo me ocupo de todo – me dijo.

Supuse que ocuparse de todo era reservar billetes del avión, hotel y todo eso, y durante el resto de los días que él permaneció en Alemania, en los que no me volvió a telefonear ni una vez, me dediqué a informarme y a consultar folletos turísticos que hablaran del magnífico monumento que íbamos a visitar.

Fran llegó a casa un sábado por la noche. Yo ya tenía las maletas metidas en el coche y el coche fuera del garaje para marchar de nuevo al aeropuerto. Sin embargo mi querido novio me citó en una calle y un número determinado. Pensé que quería darme una sorpresa previa a nuestra marcha o algo así y sí, vaya si me la dio. En cuando llegué al lugar de la cita le vi esperándome en la acera, sonriendo como un estúpido. Aparqué el coche y fui a su encuentro.

-¿Por qué me has citado aquí? – le pregunté – ¿A qué hora sale el avión?

-¿Qué avión? – me preguntó él a su vez –. Venimos a cenar aquí. Al Taj Mahal, el mejor restaurante indú de la ciudad.

Me callé la boca a pesar de mi decepción y de que me hubiera gustado decirle cuatro cosas, pero no era el momento ni el lugar y yo siempre fui muy discreta. Entramos en el restaurante y nos dirigimos a la mesa que había reservado, y cuando comenzó a contarme detalles de su viaje de trabajo que a mí me importaban un pito, exploté. Monté en cólera y le dije que me importaba una mierda su trabajo, su viaje, sus reuniones y aquella cena que daba asco, que el restaurante olía a curry que tiraba para atrás y que la comida sabía toda igual porque toda llevaba el mismo condimento. Me puse tan histérica que hasta el dueño del restaurante se acercó para ver que ocurría.

-¿Sabes lo que ocurre? – le dije –. Ocurre que este tipo, que hasta hoy era mi novio, me dice que me va a llevar al Taj Mahal y me trae a este restaurante, ocurre que me tiene harta de sus monsergas y que ya no aguanto más. Disculpa si te he molestado a la clientela.

Salí de allí pitando superenfadada y cuando llegué a mi casa lloré como una idiota. Fran me llamó muchos días y no le cogí el teléfono. Se había terminado.

Acabar con él fue lo mejor que pude haber hecho en mi vida, aunque en el fondo estoy agradecida por haberme llevado a cenar a aquel restaurante. Porque su dueño, Nahim, indú nacido en la India, es el que por fin ha cumplido mi sueño de traerme al Taj Mahal. No les voy a contar cómo ni de que manera, lo dejaremos para mejor ocasión.



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