viernes, 4 de septiembre de 2015

EL BOLSO MÁGICO



Ramón era mi novio de toda la vida y un buen día me despidió con viento fresco, sin motivo, sin razón, simplemente con la estúpida excusa de que se le acabó el amor. Vale, tuve que aceptarlo, no se puede obligar a nadie a amar, pero desde el primer momento decidí que me vengaría, de la manera que fuera y cuando fuera.
Por lo pronto, para olvidarme un poco de mi desgracia me regalé un pequeño viaje, pequeñito, a un lugar cercano, pues mi economía no estaba para muchos dispendios, así que me fui a Alicante, como podía haber ido a Móstoles, pero Alicante estaba cerca del mar, mucho sol y mucha playa, que era lo que yo pedía a gritos.
Una tarde, en el hall del hotel dónde me alojaba, escuché hablar del preventorio de aguas de Busot, un lugar que había sido hospital de tuberculosos durante la guerra civil y que después cayó en el abandono. Al parecer se había formado alrededor del lugar cierta leyenda de que estaba encantado y que ocurrían cosas raras. No sé por qué quise visitar aquel sitio, ni yo misma lo entiendo, pues aquellas historias siempre me habían dado miedo, pero para allí me fui, atraída por una fuerza extraña.
El lugar estaba abandonado y sucio y era inquietante. Apenas dos o tres curiosos merodeaban entre los restos de escombros y porquería. Un anciano de piel oscura se me acercó y me ofreció bolsos. Le dije que no quería, pero insistió.
-Mágico, bolso mágico – decía en un castellano casi ininteligible – libro y bolso, mágico.
Me picó la curiosidad y como me pedía muy poco dinero le compré el bolso.
-Dentro de casa... arriba.... libros abandonados. Toma uno y mete en bolso... magia.
No comprendía lo que quería decirme y desde luego no estaba dispuesta a introducirme en aquel edificio medio derruido para buscar ningún libro, así que me salí de allí pitando. Cuando llegué al hotel metí el bolso directamente en la maleta y me olvidé de él durante el resto de mi estancia en la ciudad.
De regreso a casa, cuando deshice la maleta y el bolso llegó de nuevo a mis manos, me acorde del lugar siniestro y horrible en que lo había comprado y de la insistencia del vendedor en que el bolso era mágico si metía un libro en su interior. Tonterías de viejo, supuse, pero una semana más tarde, cuando me disponía a pasar una tarde en la playa y metí un libro en el dichoso bolso, las palabras del hombre tomaron sentido. De repente, camino de la playa, me sentí con una tremendas e inexplicables ganas de matar a alguien, a mi ex, por ejemplo, por hijo de p... Entonces me di cuenta de que el libro que llevaba en el bolso se titulaba “Invitación al asesinato”. Todo cuadraba.
Presa de la excitación, renuncié a mi tarde playa y regresé a casa. Cambié de libro, que no de bolso, y metí dentro “Manual de repostería rápida” y..... voila... me pasé la tarde haciendo pastelitos, galletitas y demás porquerías prohibidas para las que queremos mantener la linea. Estaba claro, pues, por dónde iba la magia del bolso y mientras chupaba los restos de chocolate de una cuchara se me ocurrió el plan.

“Invitación al asesinato” regresó de nuevo al interior del bolso y llamé a mi ex ofreciéndole mi perdón, pues como personas civilizadas que éramos no merecía estar a la greña todo el tiempo por un quítame allá estas pajas, aunque las pajas en cuestión fueran mandarme a paseo. Él, por supuesto, accedió de muy buena gana, y cuando apareció por casa y llamó al timbre, aproveché mis ganas de asesinar y con un empujón certero lo tiré por las escaleras. El pobre recorrió los tres pisos en un plis plas y cuando llegó abajo se había convertido en un despojo de sí mismo: muerto en el acto. Lastima que no pudiera convencer a la policía de que yo no tuve nada que ver con su muerte. Me cayeron veinte años de cárcel, pero antes de ingresar en chirona metí en el bolso “Alicia en el país de las maravillas” y a pesar de todo me siento feliz, completamente feliz.

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