lunes, 18 de mayo de 2015

EL GATO DEL ENTERRADOR




No sé por qué sentí aquella sensación desconocida el día en que lo vi entrar por vez primera en mi consulta. Era un hombre de aspecto extraño, de rostro enjuto y expresión malhumorada, aunque confieso que cuando se dirigió a mi lo hizo con corrección, incluso con amabilidad. Tal vez fuera por aquel ojo opaco que denotaba a las leguas su ceguera, o quizá por su boca medio desdentada, o por el gesto, que no pasaba desapercibido para quien estuviera a su lado, de acariciar su hombro derecho con la barbilla. Lo más probable es que fuera todo en su conjunto, o quizá no fueran más que manías mías, pero lo cierto es que aquel hombre me hacía sentir inquieta, y más cuando me dijo su nombre y a modo de presentación añadió que era el enterrador del pueblo.
-Pues ojalá tarde mucho en necesitar de sus servicios – le dije con la intención de relajarme a mí misma y provocarle una sonrisa.
    No sonrió, se limitó a mirarme con su único ojo sano como si no entendiera lo que acababa de decirle. Llegué a la conclusión de que además de parecer un tanto siniestro debía de ser un poco bobo, así que intenté alejar de mi mente tanto mis elucubraciones sobre su aspecto, como mis intentos de entablar conversación distendida con él y me limité a preguntarle en qué podía ayudarle.
Por toda respuesta colocó sobre la mesa metálica en la que yo solía examinar a los animales una caja de cartón marrón, en uno de cuyos laterales había hecho un montón de agujeros y que traía sujeta por un cordel de esparto. Desató el cordel, abrió la caja y sacó de ella un gatito gris con una de sus patitas medio destrozada y un profundo corte en la cabeza.
-Lo atropelló un coche – dijo.
Examiné por encima al animal y pude comprobar que las lesiones eran importantes y que además no eran recientes, a juzgar por la incipiente cicatrización de los bordes de la herida de la cabeza.
-¿Cuándo sufrió el atropello? - pregunté.
-Esta mañana.
Supe que mentía, pero como intuí que las heridas del gato se curarían sin problema no quise rebatir sus palabras y me limité a hacerle las curas al animalito. Mas cuando me puse a ello vi que los traumatismos que tenía el gato eran prácticamente incompatibles con la vida, pues el corte de la cabeza era tan profundo que se podía llegar con el dedo sin mayor problema a la masa encefálica. Apenas me podía creer que el animal se tuviera en pie, pero no sólo se movía con soltura sino que además se mostraba inusualmente inquieto.
-Este gato recibió un buen golpe – le comenté al hombre con la intención de incitarlo a que me contara lo que realmente había ocurrido – casi que no entiendo cómo está vivo. Tal vez lo mejor sea que lo deje usted esta noche en la clínica y lo recoja mañana, más que nada para vigilarlo de cerca.
-Usted cúrelo y no se preocupe de más, el gato no morirá y yo prefiero tenerlo en mi casa.- me contestó dirigiéndome una mirada siniestra, o al menos eso me pareció a mí.
No quise discutir. Lo más probable era que el minino no pasara de aquella noche. Hice lo que pude y se lo entregué a su dueño, que pagó religiosamente la factura que le presenté y se marchó sin despedirse. Casi sentí alivio cuando atravesó la puerta de salida.

Unos días más tarde el tétrico enterrador apareció de nuevo por mi consulta. De nuevo traía el gato, cuyas heridas apenas se habían curado y aún así continuaba rebosante de vida.
-Está muy nervioso – me dijo mientras lo colocaba cuidadosamente en la mesita metálica – quiero que le dé algo para que se tranquilice.
“Claro, un valium” pensé yo, y cuando alargué la mano para intentar acariciarle recibí como regalo un zarpazo que me hizo sangrar la muñeca.
-Ya le dije que estaba muy inquieto – repuso el hombre, como si de la agresividad gratuita mostrada por su mascota tuviera yo la culpa.
Esta vez no me callé.
-Siento no poder hacer nada por su gato, pero no acabo de encontrar explicación a lo que le ocurre. Por las heridas que tiene no debería estar vivo, así que no me extraña su inquietud. Y no tengo calmantes para gatos, ni tampoco para otros animales.
Cogió a su animal y salió de mi clínica dando grandes zancadas y murmurando por lo bajo a saber qué majaderías.
Aquella misma tarde quedé con una amiga para tomar un café. Esther llevaba toda la vida viviendo en el barrio, al que yo había llegado apenas unos meses antes, cuando abrí mi clínica veterinaria. Lo primero que hice cuando me vi a su lado fue comentarle el episodio con el enterrador.
-¿Te refieres a Macario? ¿Un hombre que tiene un ojo opaco? - me preguntó.
-Sí, a ese mismo.
-¿Y su gato es un gatito gris, con los ojos muy verdes?
-Exacto, así es.
-Es imposible que ese gato haya sobrevivido, yo misma fue testigo del atropello, le pasó una furgoneta por encima, lo arroyó, y cuando Macario lo recogió del asfalto el gato.....estaba muerto. Si hasta hubiera jurado que se le salieron las tripas por la boca.
Las palabras de amiga me asustaron. Su relato, unido a la animadversión que en mí despertaba aquel hombre y a su aspecto un tanto lúgubre me alarmaron más de la cuenta.
-A ver si va a ser un gato zombi – dije medio en serio medio en broma con el fin de ahuyentar mis fantasmas.
Mi amiga se me quedó mirando durante un rato, pensativa, intentando digerir mis palabras.
-Supongo que no hablas en serio, pero.... Macario era vecino de mis padres hace algunos años. Trajo el gato de un viaje que hizo a Guinea Ecuatorial a visitar unos parientes y siempre le tuvo mucho cariño. No sé por qué, pero me parece que ese gato tiene para él un valor especial que se me escapa y además.....creo que tengo algo que contarte. - dijo por fin.
-Me estás asustando – le contesté con toda la calma de que fui capaz.
-No es para menos. Escucha, tú sabes que Macario es el enterrador del barrio ¿no? Él te lo dijo.
Asentí con un gesto de cabeza.
-Pues tal vez debería decir que era el enterrador, porque desde hace cosa de dos años no muere nadie y para mí que él tiene algo que ver en todo esto.
-¿Qué quieres decir? - le pregunté sin entender nada de lo que me estaba contando.
-Verás, hace tiempo que vengo sospechando.... que Macario revive a los muertos.
-Eso es absurdo, y tú lo sabes.
-Puede que parezca absurdo pero los hechos llevan a pensar en ello. Lo empecé a sospechar cuando me di cuenta de que cuando alguien estaba moribundo él siempre andaba rondándole y como por arte de magia de repente la persona se ponía buena. Una vez hubo un accidente muy grave en el puente que va hacia la isla. Ricardo, un chico que tenía poco más de veinte años....murió, o por lo menos eso fue lo que dijeron los médicos que llegaron en la ambulancia y que intentaron recogerlo y digo intentaron porque Macario apareció por allí y se lo llevó.
-¿Cómo que se lo llevó? ¿Así, de pronto, delante de todos? ¿Y nadie le dijo nada?
-Llamaron al juez para levantar el cadáver, y cuando el hombre se personó en el lugar, viendo a la madre del chico desesperada y que no había nada que hacer por el muchacho, como Macario le dijo que él era el encargado de la funeraria.... pues el juez le dejó que se ocupara él de los trámites. No sé lo que hizo, pero el caso es que a la semana Ricardo se volvió a ver por el barrio vivito y coleando. Se corrió el rumor de que había sido una equivocación tremenda de los médicos, que en realidad todavía le quedaba un hilo de vida cuando parecía estar muerto..... pero casi nadie sabe en realidad qué pasó y los que lo saben se callan. Hace unas semanas se puso muy mala la vecina del sexto. Es una mujer de mediana edad con muchos padecimientos, entre ellos una cardiopatía que ya le lleva dado más de un susto, y parece ser que de nuevo su corazón falló y mucho, porque una noche escuché tremendo jaleo y oí a su hija llorando. Evidentemente supuse que había muerto. Al cabo de unas horas escuché también el sonido del timbre y por curiosidad me levanté de la cama y me acerqué a la puerta de entrada. Cuando miré por la mirilla no te imaginas lo que vi: a Macario con un bulto echado al hombro, que no podía ser otra cosa que la vecina. No sé lo que hizo con ella ni a dónde la llevó, pero a los pocos días ya andaba la buena mujer por la casa como si nada hubiera ocurrido. Además hay algo común en ella y en Ricardo y es que los dos están como atontados, como idos, como si en realidad no estuvieran en este mundo y puede que sea así.
Me quedé un rato pensando. Aquello parecía el argumento de una película de terror.
-Pero el gato no estaba atontado, al revés, estaba inquieto. - se me ocurrió decir.
-Es que yo no creo que haya revivido al gato, yo creo que revive a las personas y que el gato tiene algo que ver en ello. Y me gustaría saber qué rayos es.
Llevé la bebida que estaba tomando a la boca, me tomé un trago y miré a mi amiga.
-Esto no puede ser verdad.

    Fuera verdad o no, lo cierto es que durante unos días no pude dejar de darle vueltas a aquella historia. Por muy inverosímil que pareciera, si se analizaba con calma, no dejaba de tener cierta lógica y más cuando puede comprobar que, tal y como me había contado Esther, tanto el muchacho que había sufrido el accidente como la mujer a la que había fallado el corazón, efectivamente no parecían tener la mente demasiado despejada, más bien al contrario, estaban como en las nubes, distraídos, lelos. Y poco a poco fuimos descubriendo que no sólo ellos sufrían semejante atontamiento, también Lolita la panadera, Maria Jesus, la dueña de la mercería; Juan Angel, el repartidor del butano.... y alguno más. Todos, absolutamente todos, tenían en común que aparentemente había estado muy cerca de la muerte y habían conseguido sobrevivir cuando nadie hubiera apostado por ello. No pudimos comprobar que Macario tuviera algo que ver, pero para nosotros casi era evidente. Así que no se nos ocurrió otra cosa que perseguir al enterrador. Teníamos que saber la verdad.
No fue tarea fácil. Después de mi salida de tono el hombre no se volvió a presentar por la clínica. Yo sentía una acuciante curiosidad por el destino corrido por su gato, y ese mismo destino fue generoso cuando me permitió cruzarme con el hombre por la calle, con su minino en brazos. Me armé de valor y me interesé por el gato.
-Buenas tardes Macario ¿qué tal está su gato? ¿Ya se ha calmado? - le pregunté acercándome al animalito, que seguía pareciendo un tanto nervioso, pues me bufó nada más verme.
-Mucho mejor, gracias, y no precisamente por lo que usted haya hecho por él.- me contestó el hombre de malos modos.
Siguió su camino sin más preámbulos, aunque en esos escasos minutos pude comprobar que las heridas del gato se iban curando milagrosamente. Todo resultaba inquietante e inexplicable, lo cual me empujaba a continuar con mis averiguaciones. Necesitaba saber qué secreto escondía aquel hombre.
Quiso la mala suerte que al cabo de unos días un muchacho que trabajaba en la construcción de un edificio adyacente a mi clínica se cayera de un andamio y se partiera la cabeza. Yo misma salí a ofrecer los primeros auxilios y pude comprobar que la vida se le iba por momentos. La ambulancia apenas tardó unos minutos en llegar y se lo llevó al hospital. Yo, con la excusa de haberle auxiliado y de interesarme por su estado, cogí mi coche y me fui detrás. No me sorprendió, cuando llegaron los familiares del chico, ver que los acompañaba el enterrador.
Me cuidé de que no me vieran y me aposté dentro de mi coche a la entrada del hospital con el fin de vigilar sus movimientos. No me hizo falta esperar demasiado. No sé cómo se las arreglaron, pero apenas unos minutos más tarde salieron en el mismo coche en que habían llegado, por la parte de atrás del hospital, donde estaba la entrada de urgencias, supuse que el muchacho accidentado también les acompañaría, aunque no fui capaz de verlo con claridad. Me equivoqué, pues en cuanto vi desaparecer el vehículo me atreví a entrar en el hospital y preguntar por el estado del chico, a lo que una enfermera muy amable y con semblante preocupado me comunicó que nada habían podido hacer por su vida y que había fallecido en la ambulancia que lo llevó hasta allí.
Sorprendida por el cariz que habían tomado los acontecimientos, que nada tenían que ver con lo que yo imaginaba, regresé a mi casa sin parar de darle vueltas al asunto. Lo que acababa de ocurrir había sido una desgracia, pero una desgracia de lo más normal, como tantas que ocurren en la vida, no tenía nada de sobrenatural, aunque la presencia de Macario en todo aquello era un tanto sospechosa, por lo que decidí continuar con mis pesquisas.
Hablé con mi amiga Esther, le conté lo ocurrido y le propuse vigilar al enterrador entre las dos, no fuera a ser que se nos escapara algo, cosa que para mí era más que evidente. Accedió y establecimos turnos de vigilancia. Al día siguiente por la mañana se apostaría ella ante la casa del hombre y por la tarde sería yo la que observara sus movimientos.
Durante la mañana no ocurrió nada digno de consideración, más cuando empezaba a anochecer Macario salió de su casa, se metió en su coche y se puso en marcha con rumbo incierto. Agitado mi ánimo por la emoción, lo seguí de nuevo a una distancia prudencial. Para mi sorpresa estacionó el coche delante del edificio en el que vive mi amiga Esther, salió del vehículo y entró en el inmueble. No pasaron ni diez minutos cuando le vi salir de nuevo con una mujer de mediana edad, que enseguida identifiqué como la vecina muerta y resucitada de mi amiga. Se metieron en el coche y arrancaron de nuevo. Pronto me di cuenta de que se dirigían al cementerio y una oleada de adrenalina sacudió mi cuerpo al sospechar que estaba a punto de hacer un importante descubrimiento.
Cuando llegamos la oscuridad era absoluta, lo cual me vino más que bien para pasar desapercibida. Escondida entre las sombras de la noche me aposté cerca de la tapia del cementerio, lugar desde el que podía observar los movimientos de aquellos dos sin ser vista. Tal y como yo presumía se acercaron a una tumba ante la cual esperaba una pareja que reconocí como los padres del chico muerto el día anterior. Aquel hombre y Macario tomaron unas palas y comenzaron a sacar tierra todavía fresca de un pequeño montículo bajo el cual se adivinaba una tumba. No me cupo la menor duda de que estaban realizando la operación contraria a la previsiblemente efectuada unas horas antes: estaban desenterrando a un muerto, huelga decir su identidad.
Lo que vi después fue lo más absurdo del mundo. Desenterrado el féretro y sacado de su interior el cuerpo del chico, Macario tomó a su minino, que había estado todo el tiempo por allí dando brincos como un salvaje, y lo acercó al cuello de la vecina de mi amiga, cual si fuera un vampiro. A pesar de estar el siniestro grupo en una zona más o menos bien iluminada por la luz de una farola, no pude apreciar con claridad el fin último de aquella operación, pero sí lo intuí. La mujer soltó un grito de dolor, ante lo que no me cupo la menor duda de que aquel gato salvaje la había mordido. A continuación el enterrador acercó su gato al cuello del muerto y a los pocos segundos el muchacho se levantó como si nada. A pesar de que todo aquello formaba parte de mis conjeturas, no pude evitar sentir cierto malestar y más temor al confirmar que mis presagios eran ciertos. De pronto sentí unas desmesuradas ganas de huir de allí, pero algo, no sé qué, paralizaba mis músculos y me impedía moverme con soltura. En un momento dado Macario volvió su vista hacía donde yo estaba, como si intuyera mi presencia. Creí apreciar una sonrisa maliciosa en sus labios e incluso un destello de su ojo revuelto, y presa del terror por fin conseguí salir de allí, meterme en mi coche y escapar como una posesa.

Pasé los días siguientes inquieta y muy nerviosa. Mi amiga Esther insistía en que debíamos ir a la policía, pero finalmente logré convercerla de que no valdría de nada. Nadie nos creería semejante historia y lo más probable es que nos tomaran por locas. Tal vez, si con ocasión de otra muerte, lográramos que la fuerza pública fuera testigo directo de las fechorías del enterrador, lográramos acabar con aquella locura. Mientras, lo mejor sería esperar acontecimientos.
Al principio todo estaba tranquilo, más una tarde el gato del enterrador apareció por mi consulta, sólo, corriendo de un lado a otro, subiéndose por las estanterías y destrozando todo. Lo eché de allí como pude, y cuando me asomé a la ventana pude ver como el sinvergüenza del enterrador se alejaba con el gato en brazos. Estaba claro que pretendía asustarme, pero yo era más lista, o al menos eso pensaba. Unos días después el gato apareció de nuevo, pero esta vez estaba preparada. Le puse una inyección letal y lo incineré. Se terminó el gato. Cuando al pasar las horas Macario se dio cuenta de que su animal no iba a regresar se atrevió a llamar a mi puerta.
-¿No habrá visto usted a mi gato? - me preguntó intentando colarse en mi clínica, cosa que yo impedí.
-Pues lo siento pero no, no he visto a su gato. Se le habrá escapado por ahí.
Se marchó regalándome una mirada torva proveniente de su único ojo sano, mientras yo le obsequiaba con la mejor de mis sonrisas. A ver cómo se las arreglaba ahora sin el gato.
No sé como no me di cuenta de que una mente malvaba y perversa es poseedora de muchos más recursos que un cerebro normal como el mío. Macario ya no tenía a su gato para asustarme, pero conservaba su mayor tesoro, todas aquellas personas muertas pero vivas que deambulaban por la ciudad con sus movimientos lentos y torpes y su mirada vacía. Y comenzaron a venir por mi consulta de manera sospechosa. Primero fue el muchacho muerto en el andamio, después la vecina de Esther, luego la mujer del panadero, el dueño del bar, el director del instituto.... gente desconocida, gente que se acercaba a mí azuzada por el enterrador, gente que no sabía qué decirme, que apenas me hablaba, que simplemente se ponía a mi lado, en la calle, en la tienda, y que me atosigaba con sus andares tardos, con sus ojos vacuos, con sus sonrisas estúpidas....
Esta mañana he ido a la policía. Ya no me importaba si me iban a creer o no, simplemente la situación se estaba volviendo insostenible y necesitaba ayuda o me volvería loca. Cuando entré me dirigí a la primera mesa que encontré y le conté al hombre que estaba al otro lado toda la historia casi sin respirar. Por toda respuesta me sonrió como un bobo, alargó su mano lentamente hacía su bolígrafo y se puso a garabatear dibujos sin sentido en un trozo de papel. Presa del pánico comprendí que allí no tenía mucho qué hacer y huí sin saber a quién acudir. Por la calle la gente me sonreía, se acercaban a mi con pasos vacilantes mientras alargaban sus manos en un gesto angustioso. Quise gritar, pero de mi boca no salió ni el más mínimo sonido.
El corazón se me salía del pecho cuando conseguí despertar. Sentí alivio al darme cuenta de que todo había sido una horrible pesadilla. Cuando mi gato Cosme se acercó a la cama a darme los buenos días, no pude evitar mirarlo con otros ojos.





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