lunes, 20 de abril de 2015

NOVELA POR ENTREGAS - LA PENSIÓN DE LA MEDIA ESTRELLA, CAPÍTULO VII Y ÚLTIMO



Dos meses y medio tuvo que pasar el pobre José en el hospital, durante los cuales Silvana no se separó de su lado, y el cariño que fue sintiendo por ella se tornó irremediablemente en amor, pues, a pesar de ser horrenda, también era la mujer más buena y tierna que el hombre hubiera conocido jamás. El mismo día que regresó a la pensión, durante la fiesta de bienvenida que sus habitantes le prepararon, José pidió en matrimonio a Silvana, y Paquiyo pidió perdón a José por la brutal paliza que le había propinado. Por fin todos estaban contentos y felices, sin sospechar que nubes negras se divisaban por el horizonte.
La boda fue un sábado soleado y luminoso de agosto. A ella acudieron más de quinientos invitados procedentes de toda la provincia, la mayoría de ellos pertenecientes al mundo de la hostelería y del circo. La novia, con su traje de volantes, parecía una enana en traje de ballet y el hombre con un chaqué que le quedaba dos tallas grandes, semejaba un mago de circo, o por lo menos eso era lo que creía Paco, seguramente por deformación profesional. Todo salió a la perfección, y al día siguiente nuestra pareja inició su viaje de luna de miel, rumbo a un destino incierto.
*
Por aquel entonces a Antoñito le rondaba por la cabeza la idea de vender su piso. Tenía claro que no iba a volver allí, le traía demasiados recuerdos, además en la pensión se encontraba muy a gusto.
Así pues colocó unos enormes carteles en la agencia anunciando la venta. No tuvo que esperar demasiado. Una tarde entró en la oficina un hombre con aspecto sumamente siniestro y puerco. Antoñito, que no se distinguía precisamente por ser demasiado aseado, pensó con firmeza que aquel hombre era un marrano, dada la extrema suciedad de sus ropas e incluso de las partes de su cuerpo que estaban a la vista. Al principio el muchacho sintió miedo creyendo que un maleante había puesto los pies en su oficina con intenciones de atracarle, mas cuando lo escuchó hablar dejó de pensar que era un malhechor y en cambio sí se le ocurrió que podía ser un chiflado.
-A las buenas tardes – dijo el desconocido - venía a por la compra del piso.
Antoñito le miró con incredulidad.
-Ya sé que tengo mala pinta – continuó diciendo el hombre – pero es que acabo de llegar de un viaje muy largo, mucho, y todavía no he tenido tiempo a cambiarme de ropa. Pero a ver, ¿quién vende el piso?
-Yo mismo.
-Pues me gustaría verlo si a “usté” no le importa. ¿Cuándo podemos quedar?
El chico vaciló un rato. Quería vender su piso, pero no a aquel hombre. Sólo cuando le vio meter la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y sacar de allí el fajo de billetes más gordo que había visto en su vida, sonrió con sus dientes de castor y accedió gustoso a concertar una cita con aquel ser maloliente.
-¿Le parece bien mañana a las cinco?- le preguntó mientras garabateaba en un papel la dirección del piso en cuestión.
Al día siguiente, el hombre acudió a la cita con la intención de salir de allí como propietario. Mientras Antoñito le enseñaba el piso, medio destartalado, el viejo asentía con interés pareciendo no importarle el mal estado en que se encontraba el inmueble.
-Me gusta – dijo finalmente el viejo – y dígame ¿cuánto me pide usted?
A Antoñito no terminaba de gustarle el hombre, por eso no dudó ni un instante en pedir un precio desorbitado con la pretensión de disuadirlo de la compra.
-Como comprenderá usted, dadas las excelente condiciones en que se encuentra la vivienda, no va a ser barata. No se la dejaré por menos de siete millones de pesetas.
El viejo sacó los billetes del bolsillo de su pantalón, como había hecho del día anterior y poniéndolos sobre aquella mesa de cocina se creyó ya el nuevo dueño del piso.
-Ahí tiene usted.- dijo – deme las llaves y no se hable más.
Antoñito, medio asustado por el cariz que tomaban los acontecimientos, desplegó toda su fantástica oratoria y sus conocimientos de derecho, que no eran demasiados, pero si suficientes para retrasar al máximo el temido momento de la que parecía inevitable venta.
-Verá, yo no se de dónde viene usted ni los conocimientos que tiene sobre las transacciones comerciales en este país, aunque sospecho que no muchos, e incluso me atrevería a decir, con todos mis respetos, que nulos. Las leyes que rigen la compraventa de inmuebles establecen al menos dos cosas que nos estamos pasando por alto, la primera es que vendedor y comprador se tienen que dar un período no inferior a diez días ni superior a veinte para que ambos reflexionen sobre la conveniencia y sobre todo, sobre el convencimiento de cada uno para llevar a cabo la venta; por otro lado, una vez pasado ese período y si ambos continúan interesados en el negocio, éste tendrá que pasar por la supervisión de diversos organismos que deberán comprobar su legalidad, desde Hacienda, hasta la compañía de aguas e incluso necesitará ser revisado por algún albañil que certifique las obras necesarias para su remodelación, hasta finalmente llegar al notario que es quien, si lo ve conveniente, concretará la compraventa. Todos estos trámites son absolutamente obligatorios, so pena de cometer un delito castigado con tres o cuatro años de cárcel, o incluso más, dependiendo del valor del inmueble.
-Vaya, siendo así habrá que esperar. Pero ya que hemos sellado un pacto le voy a invitar a unos vinos y aprovecharé para hacer unas pesquisas. Estoy buscando a alguien y es probable que usted pueda ayudarme.
- Acepto ese vino y pregunte lo que desee, que yo de esta ciudad sé mucho.

En la tasca de la esquina, Antoñito y su compañero se sentaron ante una mugrienta mesa de madera y pidieron sendos chatos de vino, dispuestos, el uno a hablar y el otro a escuchar.
-Pues verá “usté” -comenzó – ni nombre es Oliverio Hernández y como habrá podido “oservar” soy de raza gitana. Yo era un delincuente y un mal día me atrapó la guardia civil. Me encerraron en prisión y meses más tarde se celebró el juicio. Fue entonces cuando la conocí. La mujer más fea que vi en mi vida. Con ojos de sapo, dientes de caballo y cuerpo de foca, aquella mujer era la juez encargada de mi caso, a la que no se me ocurrió otra cosa que echarle un galante piropo a la salida de la sala de vistas, más por quedar bien que por otra cosa.
Hizo una pausa y sacó un paquete de tabaco del bolsillo de la camisa. Encendió un cigarrillo bajo la mirada atenta de Antoñito, al que la historia que estaba escuchando le parecía vagamente conocida.
El viejo dio una profunda calada a su pitillo y prosiguió su relato.
-La mujer se enamoró de mí como una estúpida y me condenó a presentarme en su despacho todos los días por la mañana, no recuerdo bien la hora. Pensé que estaba loca, lo pensó todo el mundo, pero yo tan contento. Luego descubrí que lo que aquella chiflada quería era que le echara unos buenos polvos y no me extraña, con semejante “fealdá” no creo que encontrase con “facilidá” ningún hombre dispuesto a ello y yo, a cambio de no ir a parar a chirona, hubiera hecho cualquier cosa.
A aquellas alturas del cuento, Antoñito ya había descubierto que aquella historia era la vida de Silvana y que, evidentemente, el siniestro caballero que tenía en frente era el gitano que la había abandonado, el padre de Paquiyo. Presentía que el hombre no había regresado para nada bueno y quería adivinar sus intenciones.
El gitano siguió relatando lo que Antoñito ya conocía, hasta que llegó la parte desconocida y el muchacho escuchó con curiosidad
-Embarqué como polizonte en un barco rumbo a la Argentina. Al principio me puse muy contento creyendo que allí podría empezar una vida nueva, pero durante muchos años no conseguí levantar cabeza, todo me salía mal y en muchos momentos me vi en la calle y sin dinero, mendigando para poder comer y durmiendo en cualquier esquina. Hasta que me di cuenta de que era ella. Ella, resentida por mi abandono, había averiguado mi paradero y movido los hilos para que yo no pudiera salir adelante. Ella era jueza, y de las buenas. Hasta creo recordar que su padre también lo era. Tenían influencias y las usaron para joderme la vida. Pero le salió la cosa mal. Finalmente conseguí fundar mi propio negocio. Me convertí en buhonero. Vendía mi mercancía por las calles más transitadas de la ciudad, de todo, desde ropa interior hasta relojes despertadores. Con los años pude dejar de deambular e “istalarme” en mi propia tienda. Me fue bien, tanto que me convertí en un hombre rico, mas nunca olvidé mi sed de venganza contra esa mujer. Supe que tenía una pensión y que vivía con su hijo. No se me ocurrió mejor venganza que quitárselo, aunque a decir verdad a mi me importaba una mierda aquel muchacho que encima, según llegó a mis oídos, era medio retrasado mental. Supe de su gusto desmesurado por el mundo circense y por ello soborné a unos titiriteros que actuaban por las calles sin licencia para que se hicieran con él y me lo entregaran, so pena de denunciarlos a las autoridades. Parece ser que él se fue con ellos, pero más tarde se escapó y le perdieron el rastro. Al principio me dio mucha rabia, pero luego, cuando los ánimos se me fueron calmando, me dije que tal vez fuera mejor así, que vengar acabaría vengándome y aquí estoy. He vuelto para verme cara a cara con esa enana horripilante y su astuto hijo. Se van a enterar de quien soy yo, ya lo creo.
Dio por concluida la historia de su vida mirando a través de la ventana con mirada furibunda mientras el pobre Antoñito pensaba en Silvana y en Paco, víctimas inocentes de aquel desalmado. Tenía que ponerles sobreaviso y, desde luego, no le vendería su casa a un hombre como aquel.
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José y Silvana volvieron de su luna de miel con ánimos renovados, dispuestos a reanudar su vida de siempre, sobre todo José, que mostraba mucha ilusión por su nuevo trabajo de botones. Pero lo que no se esperaban en absoluto era que Antoñito les tuviera guardada tan inesperada noticia. Así que el gitano asqueroso había vuelto y con ánimos de venganza, una venganza, por otra parte, absolutamente absurda y sin sentido. Paquiyo se puso tan furioso que casi le da un ataque. Los orificios nasales se le dilataron y los ojos amenazaron con salirse de las órbitas, a la vez que su rostro adquiría una tonalidad violácea, señal inequívoca de que le faltaba oxígeno, síntomas que no comenzaron a remitir hasta que se tomó la tila que su mujer le preparó amorosamente.
-Lo mato, yo lo mato – repetía sin cesar.
-No me lo puedo creer – repuso Silvana con voz firme- Ahora que las cosas parecían encarrilarse y nos iba mejor que nunca, aparece ese personaje para amargarnos la existencia. Pero si se cree que me va a amedrentar, es que no me conoce.
-No se preocupe madre, que yo lo mato.
-Calla Paco, no digas bobadas, aquí no se va a matar a nadie, pero si es cierto que tenemos que andar con tiento. Ese hombre no es trigo limpio y por lo que veo muy astuto. Estoy segura de que sabe mucho más de lo que ha contado. Voy a hablar con él y preguntarle qué es exactamente lo que quiere.
Silvana era una mujer valiente, no cabe duda, así que se presentó muy ufana en la fonda de mala muerte donde se hospedaba el hombre del que un día se enamoró perdidamente, aunque en aquel momento se le antojara harto imposible. Después de que el joven con cara y hechos de imbécil que estaba en recepción le diese el número de la habitación, la mujer llamó con suavidad a la puerta. No hubo respuesta. Se dio cuenta de que estaba entornada y la empujó con suavidad.
-Buenas tardes Ana, ¿o debo llamarte por ese estúpido nombre que te has puesto? - dijo el viejo de pronto, al tiempo que giraba el sillón en el que estaba sentado con tanta brusquedad que poco le faltó para dar con todo su cuerpo en el suelo.
-Llámame como te salga de las narices, pero dime qué quieres y déjame en paz.
-Vaya, vaya, no decías eso hace unos años. Por cierto ¿has venido sola? ¿no te ha acompañado el asesino ese que te has echado por marido? ¿o tal vez te está esperando abajo tu amiguito el maricón, ese que pretende venderme un piso de mierda?
Aquellas preguntas confirmaron las sospechas de la mujer: el gitano nauseabundo sabía todo de su vida, o casi todo. Lo que no se imaginaba él era que la que guardaba el as en la manga era ella.
-No me asustas y me da igual lo que sepas de mí. Dime de una vez qué quieres.
- Quiero treinta millones, en billetes de mil, que el verde es mi color favorito.
-¿Y qué pasará si no te los doy?
El viejo se quedó mudo durante un rato. Era tan idiota que jamás pensó en la posibilidad de que Silvana se negara a darle el dinero y no tenía preparada ninguna amenaza.
-Pues....pues si no me los das.....descubriré a todos que te llamas Ana.....y que tu marido casi mata a un hombre y además.....además le daré una paliza a tu hijo.
Semejantes bobadas confirmaron la idea que tenía la mujer sobre la ligera estupidez que padecía el gitano. Aun así accedió al trato.
-De acuerdo, te daré el dinero. Dame unos días y lo tendrás.
-Tres días. Dentro de tres días aquí a la misma hora que hoy.
Silvana dio media vuelta y marchó sin decir nada más, dejando al gitano convencido de la fabulosa jugada que acababa de marcarse. Nada más lejos de la realidad.

El día acordado, a la hora convenida, Silvana se presentó en la habitación del gitano sola, llevando consigo el maletín con el dinero. Pero sólo eran apariencias, puesto que ni iba sola, ni en el maletín de piel de asno que portaba, había dinero alguno. Durante aquellos tres días había movido todos los hilos posibles, que eran muchos, aunque ni ella misma terminara de creérselo. Se sorprendió gratamente cuando antiguos colegas de profesión se ofrecieron a ayudarle cuando ella les planteó su problema. Incluso pudo conectar con la Interpol y ello irremediablemente significó el fin de Oliverio.
Él la esperaba en medio de la penumbra, como la otra vez, dibujando en su cara una media sonrisa triunfal.
-Veo que has hecho lo que te mandé. Supongo que estará todo el dinero.
-Claro – dijo la mujer mientras le tendía el maletín – cuéntalo si quieres.
El gitano tomó el maletín, lo abrió con parsimonia y se le quedó cara de idiota cuando comprobó que en el maletín solo había papeles de periódico cuidadosamente recortados .
-Pero.....¿qué coño es esto? ¿Te estás burlando de mí?
Se dirigió a Silvana dispuesto a darle su merecido, pero se paró en seco al ver entrar por la puerta de la habitación a una pareja de la guardia civil. Entonces fue Silvana la que habló con regocijo.
-Me has subestimado viejo idiota. ¿Acaso pensabas que me iba a rendir tan fácil ante tus estúpidas amenazas? Pues estás equivocado de parte a parte y para demostrártelo te voy a poner fuera de la circulación para siempre. Estás buscado por la Interpol por varios delitos importantes, entre ellos el de asesinar a un mendigo en plena avenida de Corrientes, un lunes por la tarde a la hora de la siesta. Como puedes comprobar, si tú sabes mucho de mi vida, a mí me han bastado tres días para saber lo miserable que ha sido la tuya. Estos señores te acompañarán al aeropuerto. Si el primer viaje a tu querida Ultramar lo hiciste en barco, ahora lo harás en avión, con destino y futuro del todo ciertos. Te pudrirás en la cárcel.
-Por favor Silvana – dijo de repente el gitano con voz lastimera – ten piedad de mí, esto era sólo una broma.
-Vete a la mierda. Y ahora me voy a despachar a gusto.
Se acercó al hombre y sin mediar palabra le propinó una patada en los huevos que lo hizo palidecer. Luego dio media vuelta y se marchó por donde había llegado.

Abajo, en la calle, la esperaban sus amigos. Juntos aguardaron la salida del gitano, al que obsequiaron con una buena sarta de improperios. Paquiyo, que en los últimos días no había podido alejar de su cabeza la idea de hacerlo fosfatina, se acercó a él y le sacudió una espectacular patada en sus partes, pero lo hizo con mucha elegancia, pirueta incluida. Salva decir que el hombre quedó lisiado, pues semejantes golpes le provocaron una infección gangrenosa que casi lo lleva al otro barrio. Esta vez el viaje fue definitivo, pues nunca volvieron a verlo por aquellos parajes.

Así fue como Silvana se vio libre para siempre del hombre que estuvo a punto de mandar su vida al garete por dos veces, aunque ni una ni otra, por suerte, lo consiguió. Ahora le tocaba afrontar con alegría y esperanza una nueva etapa de su vida, con una marido que la amaba, un hijo que había recuperado, unos amigos fieles que se habían convertido en su familia, y un negocio que fue prosperando cada vez más hasta convertirse en el mejor establecimiento hostelero de la ciudad. Pero eso forma parte ya de otra historia.



1 comentario:

  1. ¡Qué novela más cojonuda! Ya sabes todo lo que opino sobre ella, ¿verdad?

    Un besito

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