miércoles, 8 de abril de 2015

AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN BILLETE DE 50 EUROS





       Quién me lo iba a decir a mí, que después de tanto andar de acá para allá, de mano en mano, como la falsa moneda ( y que conste que yo de falso nada, soy de curso legal y muy legal), haya venido a parar de nuevo al lugar de donde salí. Ahora me tocará volver a empezar y me ha gustado tanto esta primera aventura que espero no tardar mucho tiempo en andar de nuevo por el mundo, pues en este reducido cubículo me siento tremendamente agobiado. Sé que no debería quejarme, pues en el fondo tengo mucha más suerte que mis primos los de 500, esos casi no ven la luz del día, todo el tiempo metidos en cajas fuertes, oscuras y tétricas. Claro que todo tiene sus ventajas, ellos se mantienen jóvenes más tiempo, a mí y a mis hermanos nos salen las primeras arrugas en menos que canta un gallo. El caso es que yo estoy de nuevo en la máquina esta, esperando que alguien se acerque, teclee su número secreto y....zas, me haga caer en sus manos y me lance de nuevo a la aventura.
     Las primeras manos en las que caí fueron las de Don Manuel, un hombre entrado en la cincuentena, gordinflón y con aspecto de buena persona, alto funcionario en el Ministerio de Hacienda. Don Manuel está casado desde hace muchos años con Doña Margarita. Ella es de esas mujeres de abrigo de piel  y rostro bien maquillado e impecable. Le gusta que la traten de doña, aunque el tratamiento le llegó de rebote, por matrimonio, ella, en realidad, no era más que una muerta de hambre. Ahora, sin embargo, es mujer de las que ya no quedan, decente y de misa diaria, de las que tratan a su marido como un rey, como lo que se merece, para eso trabaja el pobre  y trabajó toda su vida. Doña Margarita se cree que su matrimonio es perfecto, que su marido la adora y que cuando le dice que va a llegar tarde a casa porque tiene que sacar trabajo atrasado en el Ministerio es porque efectivamente es así. ¡Ay, si ella supiera!

         Del bolsillo de Don Manuel fui a parar al tanguita de una estriper brasileña en un club de carretera. Por lo visto el hombre es cliente asiduo, como pude comprobar más tarde. Pasé mis primeros minutos con la muchacha prendido de la gomita de su tanga, mientras ella danzaba como posesa alrededor de una barra de metal. Confieso que en esos momentos deseé ser algo más que vil papel, hacerme de carne y hueso para poder deleitarme en aquella piel morena, en aquel cuerpo de escándalo. Evidentemente no fue posible y tuve que conformarme con ser mero espectador, pues el que terminó disfrutando de los encantos de la brasileña evidentemente fue Don Manuel. Subieron juntos al cuarto de la espectacular muchacha y allí dieron rienda suelta a su pasión. Pude observarlos desde la mesita de noche, donde la chica me había colocado. Prefiero no entrar en detalles, pero se notaba a las leguas que él estaba disfrutando seguramente lo que nunca pudo disfrutar al lado de su esposa; tanto era el goce que en algún momento hasta creí que le iba a dar un infarto. Afortunadamente no fue así y cuando remató la faena se despidió de su putita con la promesa de visitarla de nuevo la semana próxima. Ella , en cuanto él salió por la puerta, cambió su cara de felicidad por otra de asco y musitando no se qué llamó a alguien a través de su móvil. La mayor parte de sus palabras fueron incomprensibles para mí. Aun así, y a grandes rasgos, creo que le contaba a alguien que le estaba sacando al viejo todo el dinero que podía y que en cuanto reuniera el suficiente le mandaría un buen puñado de euros. No supe a quién ni a dónde pensaba hacer el envío, en todo caso tampoco me importaba mucho. Ella me cogió de encima de la mesita y junto con otros como yo me guardó en un cajón. Allí me quedé durante varios días, días que se me hicieron interminables, eternos, y cuando ya pensaba que no vería la luz en mucho tiempo por fin llegó el momento.

     Carmen fue a ver a la brasileña (de la que nunca supe su nombre) para entregarle el pedido de cosméticos que la muchacha le hacía todos los meses. Cremas, pintura de ojos y de labios, base de maquillaje....60 euros del ala. Me sacaron del oscuro cajón y me metieron en un billetero de plástico rojo. Carmen era mi nueva propietaria, una muchacha con tres hijos, a la que su marido había abandonado con la excusa de que se le había terminado el amor. La pobre mujer luchaba sin tregua por sacarlos adelante. No era tarea fácil, pero ella era valiente y decidida y lo mismo le daba limpiar escaleras que hacer de cajera de supermercado. La venta de cosméticos no le proporcionaba demasiadas ganancias, pero le gustaba y con ello sacaba para algún capricho que de otra forma no hubiera podido conseguir. En cuanto salimos del garito de carretera,  a Carmen le faltó tiempo para dirigirse a comprar el vestidito aquel tan mono que había visto en el escaparte de la tienda de la esquina. No era muy caro, marcaba sesenta euros, y estaba rebajado a cuarenta, perfecto. Este mes lo de la cosmética le había dejado un buen pico, así que se iba a dar el gusto. Cuarenta euros no era demasiado, bien se los podía gastar, el resto lo guardaría, que el mes de septiembre no tardaría en llegar y había que comprarles los libros a los chicos. Carmen entró en el probador con el vestido rojo y se lo puso. Le quedaba como un guante, vamos, ni que se lo hubiesen confeccionado ex profeso para ella. Dio unas cuantas vueltas ante el espejo viéndose realmente guapa. Soltó un suspiro, pensando que ojalá la viera así de guapa Juanito, el carnicero, por el que bebía los vientos desde hacía unos meses, aunque él no le hiciera el menor caso. Muy amable y cariñoso con ella, eso sí, pero de ahí no pasaba. Claro, bien pensado, quien iba a querer salir con una muchacha con tres hijos. Suspiró de nuevo, se vistió con su ropa y fue a la caja a pagar el precioso vestido. Me sacaron del billetero de plástico y me metieron en una moderna caja registradora.

    Cada vez que Sara abría la caja se nos quedaba mirando como una boba. La muchacha había conseguido aquel trabajo de dependienta hacía poco más de un mes, y si llevaba a cabo la idea que le rondaba por la cabeza, era más que probable que no le durara demasiado. El sueldo que le pagaban no era mucho, aunque para una chica joven que vivía con sus padres, los cuales se ocupaban de atender sus necesidades básicas, y  sin otras responsabilidades familiares, era más que suficiente. Ochocientos euros para gastar en diversión y poco más, no estaban mal, si no fuera porque Sara tenía un problema, y bien gordo. Todo había comenzado aquella tarde que había acudido a un bingo animada por una compañera. Juntas pasaron unas horas de diversión  y encima ganaron unos eurillos. Pero a aquella tarde siguió otra, y otra más...y muchas. Sara se enganchó al juego y lo que empezó siendo una inocente diversión acabó convirtiéndose en una auténtica tortura. A estas alturas ya no hay dinero que le llegue. La nómina le dura una semana como mucho y el vicio es tan fuerte que tiene que sacar el dinero de donde sea para poder comprarse unos cartones. Así que no se lo pensó más. Metió mano en la caja y se hizo con tres billetes de 50, yo entre ellos. Sara supuso que entre tantas chicas como allí trabajaban,  iba a ser muy difícil descubrir a la culpable del hurto. Se equivocaba de parte a parte, por supuesto, pero estaba tan ofuscada que su adicción no le dejaba pensar claramente. En cuanto salió de trabajar se dirigió al bingo con la adrenalina al máximo nivel. Se gastó un billetito de 50 en cartones. Esa tarde hubo suerte: recuperó los 50 y ganó 20 más. Y todavía le quedaban los otros 100 euros para los próximos días. Pero por mucho que ella creyera que sí, la divina providencia no estaba de su parte y en el momento que sacó su monedero del bolsillo para pagar el bus de vuelta a casa, arrastró uno de los billetes que le quedaban, que no era otro que yo mismo. Me quedé tirado en la acera, empujado unos metros por la cálida brisa que soplaba en aquel atardecer de verano. No duré mucho allí. Si la fortuna le había dado la espalda a Sara, por el contrario, se le presentó de cara a Ernesto.

    Cuando vio el billete de 50 tirado en la acera cual inservible papel, a Ernesto se le iluminó la mirada y los ojos se le hicieron “chirivitas”. Volvió la cabeza a un lado y a otro para asegurarse de que nadie le veía hacerse con el preciado botín, me cogió con rapidez y me introdujo en el bolsillo de su pantalón vaquero. Cuando se sintió con dinero cambió sus planes. No le apetecía ir a casa y escuchar de nuevo el sermoneo de sus padres que se repetía todos los días cuando llegaba un poco tarde. Que si en qué andas metido, que si déjate de historias y ponte a estudiar, que si qué piensas hacer en la vida...bah, que lo dejaran en paz. A él no le preocupaban esas estúpidas monsergas, él era feliz con la vida que se había montado y así pensaba seguir mientras pudiera. Por la mañana instituto, de paseo nada más por supuesto, los libros no eran lo suyo, y por la tarde, por ahí con los amigos. A veces cogían las motos y se daban un garbeo por los pueblos vecinos, o iban hasta la playa, se compraban unas chinas y se pasaban las tarde fumando porros junto al mar. El otro día lo habían invitado a esnifar coca. Había flipado. ¡Era una sensación fuera de serie! La energía y el bienestar que había sentido no eran comparables a nada. No tenía pensado comprar, pero ya que había encontrado el preciado billete de 50 euros, se acercaría en un momento a la casa del Rata y se haría con una dosis. Quería experimentar de nuevo aquel momento de plenitud. En medio de sus pensamientos se vio casi de repente frente a la puerta de la mansión del Rata. Joder, vaya casa que se había construido el tío a cuenta de la droga. Bueno, si había un montón de imbéciles que se habían enganchado de tal manera como para hacer engordar su cartera, allá ellos. Él no pensaba caer en esa trampa, él sabía dominarse y no pasaría de unos cuantos escarceos, eso lo tenía muy claro. Pulsó el timbre y una muchacha con cara de asustada le abrió la puerta. Tenía toda la pinta de ser la chacha. Lo hizo pasar y se fue a llamar a Don Carlos. Ja, don Carlos, así que al Rata, en su casa lo trataban de don, vaya nivel. Apareció pronto. Ernesto no se anduvo con rodeos y le pidió 50 euros de coca. No tenía ni idea de cuantas dosis serían, pero daba igual, las que fueran, si le sobraba las guardaría, o invitaría a sus amigos. Cuando las tuvo en sus manos, me sacó del bolsillo y me entregó a Don Carlos, alias el Rata.

   He de decir que no me gusta nada ser dinero sucio, por lo tanto estar en las manos de aquel hombre, que había amasado una fortuna a costa del sufrimiento de los demás, es, de momento, lo peor que me ha pasado. Menos más que no duré mucho. Él tiene tanto dinero que no aprecia ya su valor. Cuando Ernesto se fue, se dirigió a la parte de atrás de la casa. Allí un grupo de hombres con la misma pinta de mafiosos que él, bebían y se divertían alrededor de una piscina. Por lo visto, estaban montando una fiestecilla de las suyas. Dio la casualidad de que el licor que los animaba y les soltaba la lengua y los hechos, estaba tocando a su fin, así que el tal Rata llamó a la criada, la misma que había abierto la puerta a Ernesto, le dio un billete de 50 y la mandó ir al super de la esquina, ese que está abierto 24 horas, y traer unas cuantas botellas de lo que fuera, con tal de que tuviera alcohol.... Así fue como pasé a manos de Raquel.

    Pobrecilla, en mi corta vida como trotamundos jamás me topé con una carita tan asustada. Raquel sabía que su jefe se dedicaba a negocios sucios. Se imaginaba cuáles, aunque no estaba muy segura, ni falta que le hacía. Lo cierto es que las pintas que veía entrar y salir de aquella casa eran de lo más raras, por eso cada vez que sonaba el timbre y tenía que acudir a abrir la puerta, el miedo la acompañaba, pensando que tal vez pudiera encontrarse con uno de esos hombres portando un arma, en plan ganster, de esos que salen en las películas de acción que tan desagradables le parecen. Ciertamente no le gusta trabajar en aquella casa, pero de momento no le queda otro remedio. Su familia se había quedado al otro lado del mar. Sólo ella se había atrevido  a venir a España en busca de un futuro mejor. Aquel era el primer trabajo que había encontrado. Le pagaban bien, lo que le permitía enviar dinero a su familia y así contribuir a sacarla de la miseria. Tenía que aguantar un poco más allí, ahorrar algo y luego buscarse otra cosa, aunque le pagaran menos. En la tienda de 24 horas estaba Roberto, como siempre por las noches. Roberto era muy amable con ella y ella estaba perdidamente enamorada de él, aunque se cuidaba mucho de decírselo. De todas formas , seguro que se había dado cuenta, porque cuando estaba con él notaba que el rubor cubría sus mejillas y no podía parar de sonreír. ¡Ojalá algún día fuese correspondida! Después de charlar un ratito con él (lo típico, "hola cómo estás, qué haces aquí a estas horas....) le pidió los licores que le había encargado su jefe y le pagó con los cincuenta euros. Así fui a parar de nuevo a una aburrida caja registradora.

    Pasé la noche allí, hasta que a la mañana siguiente alguien me metió en una bolsa y me llevó de nuevo al banco. No era el mismo de donde había salido, pero me imaginé que el proceso que me esperaba más o menos sería el mismo. Un hombre cogió un buen fajo en el cual estaba yo, contó los billetes y un poco más tarde nos metió en el cajero automático. Aquí me encuentro ahora mismo. Mi aventura mundana apenas duró una semana, pero me gustó tanto que deseo revivirla de nuevo. A ver si se acerca alguien pronto. ¡Anda! por el ruido que ha empezado a hacer el aparato este parece que si. Y hasta creo  que me va a tocar a mí,¡ por Dios, qué nervios! ¡Qué si, qué si, que voy a salir! Guau, ya estoy fuera de nuevo. Adiós amigos, me voy de nuevo a recorrer mundo, a ser felicidad y tristeza, ventura y desventura. A ser, al fin y al cabo, vil metal.
                                                                                                                                  
   




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