miércoles, 11 de marzo de 2015

DE VIAJE CON MARÍA


La señora Enedina estaba encantada con sus nuevos vecinos. Era una pareja de jovencitos, recién casados, o eso era lo que ella pensaba, un poco descuidados en el vestir y tal vez en el aseo personal, pues subir detrás de ellos en el ascensor a veces era una verdadera tortura, pero atentos y agradables al trato.
La chica, Marta, según le había contado a la señora Enedina, era una forofa de la repostería. Le gustaba preparar toda clase de dulces y bizcochos, que después vendía por las casas para sacarse una pelillas extra, pues su sueldo como empleada de un supermercado no daba para muchas estridencias.
-Hay que pagar la hipoteca y las facturas – solía decir cuando sacaban a relucir el tema – y si no hay dinero es la HECATOMBE completa, y como la repostería se me da bien... ya verá doña Enedina, un día de estos le voy a hacer un bizcocho de naranja que está para chuparse los dedos.
Así fue que una tarde, la joven cumplió su promesa y se presentó en casa de la buena mujer con el susodicho pastel, que tenía una pinta bárbara.
-Déjelo enfriar – le dijo a la vieja – que lo acabo de sacar del horno y caliente le puede sentar mal.
Pero Enedina era muy golosa y tal y como posó el bizcocho en la mesa de la cocina se comió el primer trozo, y el segundo y el tercero también y así fue cayendo el dulce entero, acompañado de una copita de anís peleón, del que compraba en la tienda de la señora Marcela, que era una usurera de cuidado y donde tenía que vender un litro vendía tres cuartos, pero eso ahora carece de importancia para la historia que nos ocupa. El caso es que la señora Enedina se zampó el bizcocho y se bebió un cuartillo de anís y se sintió muy bien, mejor que lo que se había sentido nunca.
Estaba esperando a su nieto Andrés, que iría a su casa directamente al salir del colegio, y más tarde pasaría a buscarlo su madre, a la postre nuera de Enedina, con la que no se llevaba demasiado bien porque desde que se había casado con su hijo éste había perdido muchos kilos, señal inequívoca de que no lo alimentaba como era debido.
Cuando el pequeño Andrés llamó al timbre su abuela acudió a abrirle la puerta presa de una euforia inexplicable y lo recibió entre risas estúpidas, conminándole a entrar y a ponerse a hacer los deberes en la mesa del salón mientras ella veía el programa de variedades que echaban en la tele. En aquel preciso instante estaban entrevistando a un político acusado de PEDERASTA, palabra que la vieja no entendió pero que le hizo mucha gracia.
-Andresito – preguntó a su nieto muerta de risa - ¿tú sabes lo que significa pederasta?
El niño la miró con ojos asustados y sin contestar se sentó a la mesa de la cocina a hacer sus tareas.
-¿Y ADLÁTERE? ¿sabes lo que significa? La he leído en el periódico esta mañana, hablando de un político y sus secuaces. Yo creo que se refería a que el hombre era un ladrón de cuidado. ¿Tú qué opinas Andresito?
-No sé. Tengo que hacer los deberes.
-Tienes razón, ponte a hacer tus tareas que yo voy a ver un poco la tele y hacer macramé, que últimamente me relaja mucho.
La señora Enedina se sentó delante del aparato de televisión, mas su mente estaba distraída en un serie de pensamientos cada cual más absurdos que a ella le parecían lógica pura y que le producían una sensación de bienestar desconocida.
“Yo creo que mi joven vecina debería tener un hijo pronto. Tengo que decírselo en cuanto la vea, los hijos es mejor tenerlos cuando se es joven. Claro que, bien pensado, la muchacha no tiene apenas tetas, no sé como va a alimentar a la criatura así que voy a tener que actuar yo de NODRIZA, que para eso tengo unos buenos cántaros, como decía mi difunto Eustaquio” Y ante semejante absurdo pensamiento se echó a reír a carcajadas de forma tal que asustó a su nieto, el cual comenzaba a pensar, no sin razón, que a su abuela le faltaba un tornillo.
“Y otra cosa que tengo que hacer sin falta es comentarle a la enfermera del centro de salud este color morado que tengo en el pie izquierdo, supongo que será de las varices, pero no vaya a ser que me entre la GANGRENA y me quede sin pié, que había de dar gusto verme coja, apoyada en una muleta, y lo peor es que no podría bailar la conga el sábado en el centro de mayores. Con las ganas que le tengo a Don Francisco, con ese bailaba yo la conga y alguna otra cosa más.”
-Andresito ¿conoces a Don Francisco, hijo? - preguntó a su nieto sin ton ni son
El niño levantó la cabeza de sus tareas y la sacudió en sentido negativo.
-Pues está muy curioso ¿sabes? Incluso puede que me case con él, así será tu abuelo ¿no te hace ilusión?
Andrés, que era un niño, pero que no tenía un pelo de tonto, comenzó a preocuparse seriamente por la salud mental de su abuela. No era normal que una mujer como ella, siempre seria y comedida, incluso a veces demasiado, se comportara con la ligereza con la que lo estaba haciendo. Andresito se preguntaba que INFAUSTO motivo tendría para hacer lo que hacía, igual hasta había una explicación lógica, pero por si acaso decidió avisar a su madre. Aprovechó el momento en el que su abuela fue a su cuarto, a buscar la foto de Don Francisco que estaba empeñada en enseñarle y llamó a su mamá por teléfono.
-Mamá, por favor, ven pronto que la abuela está muy rara.
Así fue que Laura, la mamá de Andrés, a la postre nuera de la señora Enedina, suspendió la importante reunión de trabajo en la que estaba inmersa y se presentó rauda en casa de su suegra, pudiendo así comprobar con sus propios ojos que la preocupación de su hijo no era sin fundamento. Su suegra la recibió entre besos y abrazos exagerados, como si hubiesen pasado años desde la última vez que se habían visto, aunque habían estado juntas el día anterior.
-¿Enedina está usted bien?
-Siiii, creo que jamás he estado mejor en mi vida. Mira, mira la foto de Don Francisco. Este sábado he quedado con él para echar unos bailes. Es muy guapo ¿verdad? Es posible que acabemos casándonos y todo....
Definitivamente aquella mujer no estaba en sus cabales. Antes de tomar decisión alguna Laura pensó que sería mejor preguntarle a Marta, la nueva vecina, si había notado algo extraño en su suegra. Sabía que ambas mujeres se llevaban muy bien así que tal vez la muchacha pudiera darle alguna pista. Y se la dio, vaya que si. En cuanto abrió la puerta y vio a Laura en el umbral la hizo pasar y ni siquiera hizo falta que abriera la boca.
-Supongo que vienes a preguntarme por tu suegra. Lo siento tía, yo he tenido la culpa de todo. Verás, esta tarde he hecho dos bizcochos y le regalé uno a ella, pero le di el equivocado, en el nuestro había puesto un poco de maría, está noche vienen unos amigos y queríamos sorprenderlos. No somos drogadictos eh, no vayas a pensar cosas raras, pero de vez en cuando... no te imaginas lo bien que se pasa.
-Claro que me lo imagino. Mi suegra está desvariando y riendo como una estúpida, sin contar como los efectos que pueda tener en su salud, es una mujer mayor.
Laura estaba muy enfadada y en aquellos momentos le hubiera gustado estrangular con sus propias manos a la muchachita menuda y de apariencia dulce que tenía en frente.
-No te enfades mujer, si colocarse con un poco de maría de vez en cuando no es perjudicial, al contrario, estoy segura de que a tu suegra se le ha pasado el dolor del reuma. He hecho otro bizcocho ¿quieres probar?
Por un segundo Laura estuvo a punto de materializar su deseo de asesinar a aquella impresentable, pero se lo pensó mejor, mucho mejor. Había tenido un día horrible, habían anulado unos pedidos y su jefe le había echado una bronca monumental culpándola a ella, para colmo le había llegado el borrador de Hacienda y tenía que pagar mil doscientos euros por eso de que había tenido dos pagadores, ni que semejante circunstancia la convirtiera en millonaria. Pensándolo bien, a lo mejor el bizcocho le ayudaba a olvidar.
-Venga, dame la prueba.


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