jueves, 3 de mayo de 2012

DIARIO DEL ULTIMO AMOR

Lunes, 4 de junio de 2001
 He cogido una vieja libreta que encontré en un cajón, un bolígrafo con la tinta casi terminada y me he puesto a escribir sin saber muy bien para qué. Siempre me gustó plasmar en un papel lo que se me pasaba por la mente, eso es verdad, pero esta vez es diferente, porque garabatear mis pensamientos en una hoja tal vez sea una de las últimas cosas que la vida me permita hacer. Esta mañana el médico ha sido muy claro y no se ha andado con demasiados rodeos en el diagnóstico: tengo leucemia. Hace más de un mes que me están sometiendo a las más diversas pruebas para intentar averiguar de dónde procede este cansancio que desde hace tiempo se niega a abandonarme, y hoy, mientras esperaba para entrar en la consulta, sospeché que algo grave tenía que ser cuando la enfermera llamó a mi madre para que entrara primero ella sola y así poder hablar con el médico sin mi presencia. Permaneció con el doctor un rato largo, hasta que la enfermera me hizo pasar a mí también. Lo hice con paso lento y me senté al lado de mi madre. Cuando la miré me di cuenta de que su cara no podía ser más expresiva. Luego dirigí mi vista hacia el médico. Era joven, guapo y sonreía, pero sólo con su boca, sus ojos preocupados y yo diría que tristes, devolvían mi mirada con lástima. "Gloria, estas muy enferma, pero no te preocupes, eres joven y fuerte, te vas a curar. Tienes leucemia, pero esta en una fase temprana que....." La palabra retumbó tan fuerte en mi cabeza, una y otra vez, que las demás palabras del doctor Nuñez salían de su boca y por alguna razón que se me escapaba al entendimiento no conseguían llegar a mis oídos. Mi madre sollozaba por lo bajo. La abracé intentando consolarla, como si en semejantes momentos yo pudiera ser un consuelo para alguien. Sé que murmuré algo pero no recuerdo qué, porque los vocablos salían de mi boca de forma automática, como si antes no pasaran por mi cabeza. Mañana ingreso en el hospital y no sé si regresaré a mi casa, llevo billete de ida, pero no de vuelta. No puedo evitar pensar una y otra vez que todo esto que me está pasando no es justo. Hace poco más de dos meses cumplí 17 años, apenas estoy empezando a darme cuenta de lo que es vivir y la muerte ya me ronda. Y me quedan tantas cosas por hacer.... No me gustaría morirme sin conocer lo que es el amor, sin disfrutar de un viaje a París, sin pasear en góndola por Venecia, sin comer un helado una tarde de verano junto a mi hijo..... El médico me ha dicho que el tratamiento será duro, muy duro, pero que tengo muchas posibilidades de salir adelante. Tengo miedo, pero voy a luchar, tengo que hacerlo, por mí, por ese futuro que, en teoría, me espera a la vuelta de la esquina.
                                                                        *
          Hay gente que piensa que los médicos estamos hechos de una pasta especial, de una materia insensible que nos hace inmunes al sufrimiento, pero nada más lejos de la realidad. Para mí siempre es difícil comunicar a una persona que está enferma de gravedad, pero cuando esa persona es casi una niña, la dificultad se multiplica por dos. Aquella mañana yo miraba y remiraba el historial de una tal Gloria Galán Muñoz, nacida el 17 de abril de 1984, mientras buceaba por mi cerebro intentando encontrar las palabras adecuadas para contarle a su madre, sentada frente a mi, que su hija estaba muy enferma.
       -He querido hablar con usted a solas porque ... bueno, las pruebas que le hemos estado realizando a su hija indican que está bastante enferma. Antes de nada me gustaría informarle sobre todos los pormenores del tratamiento que vamos a tener que aplicarle y también quería consultarle sobre la conveniencia de decírselo a ella o no, no sé si....
     -¿Qué es lo que tiene?- La mujer parecía no querer andar con rodeos, se le veía muy preocupada así que pensé que lo mejor era sacarla de dudas de una vez por todas, aunque las noticias que iba a escuchar de mi boca no fueran precisamente las más halagüeñas.
     - Tiene leucemia.
      Bajó la cabeza y se quedó durante un rato en silencio, con las manos muertas en el regazo como si de pronto la hubiesen abandonado las fuerzas. Luego me miró con ojos llorosos.
     -¿Se va a morir? -preguntó con un hilo de voz.
      -No voy a negarle que la situación es grave, pero también tengo que decirle que las posibilidades de recuperación son muchas. La enfermedad no está tan avanzada como para provocar una muerte inmediata, en otras palabras, parece que lo hemos cogido a tiempo, pero todo depende de como responda al tratamiento, el cual, no se lo voy a negar, va a ser muy duro.
      -Me lo imagino - de pronto recuperó la entereza- verá doctor, Gloria es para su padre y para mi todo lo que tenemos. No pudimos tener hijos propios y cuando nos decidimos a adoptar ya éramos bastante mayores. Gloria fue y es la mayor alegría de nuestra vida, si ella nos faltase no sé qué sería de nosotros, por eso le pido que haga todo lo posible por salvarla. Supongo que tendrán que ponerle quimioterapia y todas esas cosas de las que yo no entiendo nada, lo único que quiero es que viva y para eso estoy dispuesta a dejarla en sus manos.
      - Yo le aseguro que vamos hacer todo lo posible. Y en cuanto a decírselo a ella...
      - Jamás le he mentido y no voy a empezar a hacerlo ahora. Ella es fuerte y lo entenderá.
       Confiado de las palabras de la madre pedí a mi enfermera que hiciera pasar a la hija. Cuando la puerta de la consulta se abrió apareció ante mí una muchacha, alta, morena, con su negra melena recogida en un moño medio deshecho. Cuando se sentó y la miré a la cara me encontré con unos ojos negrísimos surcados de unas profundas ojeras. La palidez de su cara contrastaba con el rojo de sus labios. No puedo decir que su belleza fuera inigualable, pero había algo en ella que me llegó muy dentro, que me envolvió en aquel momento sin ton ni son y una fuerza interior me dijo que tenía que hacer lo que fuera por devolverle aquella vida que amenazaba con abandonarla.
      Llegué a mi casa tarde y muy cansado. Desde hacía unos meses nadie me recibía. Me fui directo a mi dormitorio y me tiré en la cama sin ni siquiera sacarme los zapatos. Desde la mesita de noche la foto de mi ex mujer me observaba con aquella sonrisa melosa que años atrás me había conquistado. Fui feliz con ella hasta que se largó con su jefe, de la noche a la mañana, sin darme más explicación que una estúpida nota en la que decía lo típico, que lo sentía, que se había enamorado de otro, que no la buscara y no sé cuántas tonterías más. Me dejó hecho una mierda, tanto que todas las noches cuando me acostaba cogía su foto y le rogaba una y otra vez que volviera conmigo. Pero aquella noche no. No sabría definir la sensación extraña que me invadía, pero fue de intensidad suficiente como para tomar en mis manos aquel portafotos y echarlo a la basura sin demasiadas contemplaciones.

Lunes, 11 de junio de 2001.

    Hoy hace una semana que ingresé en este hospital que huele a muerte y a desinfectante. Las horas aquí transcurren demasiado lentas y mi cuerpo cada vez se encuentra más maltrecho. La quimioterapia me deja hecha una porquería. Me paso la mañana entre pruebas y máquinas y por las tardes sólo quiero dormir y estar tranquila. Las visitas me molestan y no tengo ganas de ver la tele ni de escribir. Vivo en una habitación esterilizada, como esos niños burbuja que nacen sin defensas y están condenados a que su mundo se reduzca a un cubículo de unos pocos metros por el que casi ni pueden moverse con soltura. Todo lo que entra aquí, objetos o personas, también tienen que someterse a un proceso de esterilización, de lo contrario corro peligro de contaminarme y cualquier enfermedad sin importancia para los demás para mi puede resultar mortal. El médico que se ocupa de mi cuidado es el mismo que aquella mañana me dio la noticia de mi enfermedad. Se llama Roberto y creo que es un buen profesional, al menos parece preocuparse mucho por mí. Todos los días pasa por mi habitación un poco antes de que me traigan el almuerzo, incluso aunque a lo largo de la mañana me haya estado haciendo alguna prueba o poniéndome algún tratamiento. A veces echa a mi lado una hora o más, y siempre tiene un tema de conversación capaz de distraerme y de hacer que olvide por unos instantes mi infierno particular. Además me repite una y otra vez que me voy a curar, que él se va encargar personalmente de que así sea. Es un cielo. Ayer por la tarde, pensando en él, me di cuenta de que me atrae de una forma especial. Creo que me gusta, aunque en el fondo sé que este sentimiento que me acecha es una bobada, porque yo sólo soy una niña a su lado y porque además me temo que no tengo mucho futuro. Aún así no puedo negar que me gustaría que sintiera algo por mí. ¡Pero qué cosas se me ocurren! Seguramente él será igual de agradable y de preocupado con todos sus pacientes, mas yo, en mis fantasías, me hago a la idea de que bien pudiera ser especial para él. Y él, probablemente, tenga una vida en la que yo no tengo cabida, una esposa a la que adorar, unos hijos pequeños a los que cuidar.... pero ¿quién se atreve a hacer añicos mi ilusión, si es probable que mi vida sólo pueda llenarse de ilusiones?
      No puedo seguir escribiendo. Las fuerzas me están fallando y necesito descasar. Tal vez mañana pueda continuar. Ahora voy a cerrar los ojos y soñar.

Viernes, 22 de junio de 2001

      Esta mañana, cuando delante del espejo deslicé el cepillo por mi pelo, descubrí que los mechones de mi melena quedaban prendidos entre sus púas. A pesar de que sabía que este momento no tardaría en llegar fue horrible comprobar que ya estaba aquí. Hasta ahora apenas se me habían notado las consecuencias de mi enfermedad, pero lo de esta mañana fue el primer indicio que ha de mostrar al mundo mi cuerpo maltratado por la agresividad del tratamiento. No pude evitar gritar como una loca. Cuando las enfermeras acudieron en mi ayuda, creyendo que me ocurría algo grave, les pedí que por favor me afeitaran la cabeza porque no soportaba ver como mi melena se desprendía de mi cuero cabelludo con apenas un suave tirón. Ellas accedieron, pero lo cierto es que casi no hizo falta usar la cuchilla. El pelo se caía solo. Cuando terminaron volví a mirarme al espejo. Mi aspecto me pareció tan grotesco que no pude evitar soltar una carcajada. Dentro de poco no tendré cejas, ni pestañas. Mi madre intenta animarme diciéndome que cuando todo termine el pelo me crecerá más fuerte y bonito que antes. Valiente consuelo, yo no lo quiero más fuerte y ya lo tenía muy bonito. Esto está siendo terrible y por momentos pienso que no podré soportarlo.
                                        
                                                                       *

              Las sesiones de quimioterapia de Gloria duraron casi hasta Navidad. A veces, entre sesión y sesión, si yo notaba que se encontraba algo más recuperada, la dejaba marchar unos días a su casa, aunque con muchas precauciones, pues su sistema inmunitario estaba muy debilitado. Yo intentaba visitarla con frecuencia y las horas que pasábamos juntos hablábamos de cosas triviales, de temas que la divertían y la hacían olvidarse por unos instantes del calvario por el que estaba pasando. Era fuerte y valiente, tan valiente que no tenía ningún pudor en hablar de la muerte como una posibilidad cercana Me decía que sólo tenía miedo al dolor y que sentía pena por todo lo que, si finalmente se moría, le quedaría por hacer. A mi me sorprendía la entereza de una muchacha tan joven, otra en su lugar acabaría hundiéndose en la miseria y acelerando así su final. Sin embargo ella sólo tenía ganas de vivir y luchaba por ello.
      No puedo decir en qué preciso instante me enamoré de ella ni qué fue lo que me llevó a caer en las redes de un amor tan singular. A veces me reprendía a mi mismo por mi locura. No tenía más que diecisiete años, era apenas una niña. Sin embargo un segundo más tarde me decía que la edad es el más estúpido de los inconvenientes para amar. Y la seguía queriendo en silencio.
      Cuando terminaron los ciclos del tratamiento, Gloria no había mejorado. El cáncer no había avanzado, pero tampoco había retrocedido, lo cual no era buena señal. La única posibilidad de supervivencia que quedaba era el transplante de médula, con la dificultad añadida de que al ser la paciente hija adoptiva las posibilidades de compatibilidad con cualquier miembro de su familia eran las que se podían plantear con cualquier otra persona de la calle. Sin embargo ya habíamos previsto que si algo fallaba, utilizaríamos la técnica del autotransplante, para lo que habíamos extraído células madre sanas del cuerpo de Gloria antes de someterla al tratamiento de quimioterapia. Era el momento de inyectárselas en su cuerpo enfermo con la esperanza de que hicieran su trabajo y mataran a las células cancerosas.
        Después de dar la noticia a sus padres, quise ser yo quien personalmente le comunicara a ella la decisión tomada. Me fui a su cuarto. Se encontraba medio incorporada en la cama viendo la televisión que apagó de inmediato cuando yo entré. La cabeza tapada con un pañuelo, las cejas dibujadas con lápiz negro y la sonrisa con la que siempre me recibía dibujada en su cara.
        -¿Qué tal se encuentra hoy mi paciente preferida?- pregunté mientras me sentaba al borde de su cama.      
     - He tenido tiempos mejores, pero hoy no es precisamente de mis días más malos.
    Me entretuve un rato mirando los papeles que llevaba conmigo, haciendo el tiempo, porque otra vez tenía que dar malas noticias. Ella, tan observadora como siempre, se percató de que algo extraño ocurría.
      -Roberto, deja de revolver esos papeles y mírame a la cara, ya sé que no estoy como un bollito pero tampoco soy un monstruo.
      Levanté la mirada y la vi sonriéndome.
      -Dime qué pasa Roberto, dímelo sin rodeos, aunque lo que tengas que decirme es que me voy a morir, dímelo.
      Intenté sonreír yo también, pero lo más que pude hacer fue una mueca extraña.
    -Gloria, las cosas no han ido demasiado bien.
   -No hace falta que lo jures, tu cara lo dice todo. Esto se acaba ¿me equivoco?
    -Pues sí, afortunadamente de momento te equivocas.
     -Pero sólo de momento.
      - El cáncer sigue ahí, casi tal y como estaba al principio, quizá ha remitido algo, pero muy poco. No nos queda más remedio que recurrir al autotransplante. ¿Recuerdas cuando te extrajimos células madre de tu cuerpo?
      Escuetamente le expliqué de nuevo en qué consistía. Escuchó callada y sería, impasible, hasta que no pudo soportarlo más y una lágrima rodó por su cara. Tenía que ser así, el ánimo tenía que fallarle en algún momento
     - No llores, todo saldrá bien ya lo verás.- le dije intentando consolarla.
     -Es que estoy tan cansada, ya casi no puedo más. Aunque supongo que todo esto... ¿es la última posibilidad de seguir con vida?
     Tardé un rato en contestarle, pensando en cómo poder engañarla, pero no encontré la manera.
     -Si.
    - Espero que todo salga bien, pero si sale mal, antes de morirme, recuérdame que tengo algo que decirte.  
     -Puedes decírmelo ahora.
    -No, ahora no es el momento, si salgo viva de esto te lo diré cuando sea oportuno, pero si irremediablemente me voy a morir, te lo diré antes de irme.
      Me acerqué a ella y la estreché entre mis brazos. Noté su calor febril, su corazón galopando dentro de su pecho, sus huesos apenas cubiertos por una piel seca y macilenta, y la amé, la amé más de lo que nadie se pueda imaginar.

 Martes, 25 de diciembre de2001.

     Hoy he vuelto a recuperar mi vieja libreta. Hace mucho que no escribo. No he tenido ganas, ni tampoco he tenido fuerzas. Me encuentro tal mal que a veces llego a pensar que lo mejor que podría ocurrirme sería morirme de una vez. Me han dejado venir a casa a pasar las fiestas, aunque no sé muy bien para qué, porque lo que es ambiente de fiesta aquí no se respira ninguno. No puedo evitar recordar pasadas navidades, cuando alrededor de la mesa que pulcramente preparaba mi madre, nos reuníamos toda la familia. Abuelos, tíos, primos.... aquellos que durante el año siempre tenían alguna excusa para faltar a las citas familiares, renunciaban a cualquier otro plan para estar aquí, todos reunidos, al menos una vez al año, ese era el propósito. Siempre nos lo pasamos muy bien. La abuela Carmen cantaba villancicos por lo bajo desde que llegaba a la casa y después de cenar era la primera que se ponía a vociferar como una posesa. Sin embargo esta vez... esta vez todo es diferente.... me da la impresión de que todos me miran con lástima, de que están aquí con miedo porque saben que serán las últimas navidades que yo esté viva y puede que estén en lo cierto, pero no voy a negar que me gustaría que disimularan un poco y en vez de poner esas caras de pena, intentaran que todo fuera como siempre, quizá así dejaría de pensar por un instante en mi maldita suerte.
    Hace unos días Roberto me explicó que me iban someter a un autotransplante de médula porque el tratamiento que me habían aplicado no había dado resultado. Es la última opción. Si no sale bien....se acabó. Y a pesar de tener la muerte acechándome desde cada esquina de mi vida, últimamente no dejo de pensar que mi enfermedad tiene un lado positivo. Lo más probable es que si estuviera completamente sana no le hubiera conocido. Roberto, sin saberlo, está aportando una ilusión a mi vida, la fuerza que necesito para seguir adelante. Si finalmente me muero lo haré con la satisfacción de saber lo que es estar enamorada y si yo gano la batalla, entonces, a lo mejor, puede que tenga alguna posibilidad de hacer realidad este amor inesperado que, día a día, va creciendo dentro de mí.

Domingo 6 de enero de 2002

   Cuando era pequeña, la noche de Reyes me gustaba irme a la cama temprano con la sana intención de dormirme pronto y que así las horas pasaran rápido. Casi nunca lo conseguía, tal era la emoción que me embargaba, y tardaba en coger el sueño mucho más de lo habitual. A la mañana siguiente despertaba bien temprano y allí estaban, todos los regalos que de forma incomprensible y misteriosa aparecían debajo del árbol, traídos de lejos por unos magos amigos de los niños. Era mi día preferido de la Navidad, y a pesar de haberme hecho mayor y de descubrir el verdadero secreto de los Reyes Magos, todavía lo sigue siendo. Tal vez sea por eso que hoy me levanté mejor que de costumbre, dispuesta a disfrutar de esta jornada festiva con idéntico ánimo que cuando era niña. Mañana he de regresar al hospital que, a pesar de que se está convirtiendo en mi segundo hogar, no deja de ser un lugar deprimente y del que reniego profundamente. Hoy nos hemos vuelto a reunir todos. El ambiente fue mucho más distendido que el último día, supongo que en ello ha influido mi excelente estado de ánimo. He recibido un montón de regalos: un vestido, unos zapatos, dos peluches, varios libros... y el mejor, el portátil de papá y mamá. Sabían que hacía tiempo me apetecía tener uno, pero no me lo esperaba. Es demasiado caro y no sé si podré disfrutarlo demasiado tiempo. En todo caso me ha gustado muchísimo y les estoy muy agradecida. Son los mejores padres del mundo y no sólo por este regalo, claro está, sino porque…. bueno, porque lo son.
   Ahora que la jornada ha terminado, y que de nuevo tengo que olvidarme de estos días de fiesta y enfrentarme a la dureza de un tratamiento, sólo deseo que el próximo 6 de enero yo les pueda regalar a todos mi presencia. No quiero pensar en cosas tristes, no hoy, que me encuentro mejor. Me voy a ir a la cama y a soñar despierta con Roberto. No sé cómo ni dónde habrá pasado las fiestas, pero supongo que no habrá estado en la ciudad porque no ha pasado por casa y siempre lo hace. Mi vuelta al hospital significa verle de nuevo. No ha pasado ni un día en que no me acordara de él.

Lunes, 7 de enero de 2002

    Ya estoy de nuevo en el hospital. De nuevo la tediosa rutina de los últimos meses. He visto a Roberto. Cuando entró en mi habitación me embargó una extraña emoción y mi corazón empezó a latir muy fuerte en mi pecho. Me asusté un poco, pero afortunadamente pronto recuperó el ritmo normal y me di cuenta de que aquella taquicardia no se había debido a ningún problema de salud, sino a la presencia a mi lado de la persona que quiero. Le he preguntado qué tal había pasado las Navidades, aunque en realidad me hubiera gustado preguntarle por qué no me había hecho ninguna visita, pero claro, sé que no tengo derecho a exigirle nada. Ha sido bastante escueto en su respuesta. Me ha contado que estuvo con su familia en su ciudad, pero ni siquiera ha mencionado cuál es su ciudad. Parecía triste. Yo tampoco me siento hoy especialmente alegre y no tengo demasiadas ganas de escribir. Estoy muy nerviosa. Mañana empieza otra vez el calvario.
                                                                      *

   Pasé aquellas fiestas en casa de mis padres. Ya no soportaba la soledad abrumadora de mi piso. Necesitaba estar con gente, ver a mis hermanos, a mis amigos, a las personas que me querían, pasear por la montaña, respirar el aire puro. Hacía bastantes años que no disfrutaba de las Navidades junto a mi gente, pues mi ex mujer no se llevaba demasiado bien con algunos miembros de mi familia y para evitar momentos tensos habíamos decidido, a mi pesar, no cultivar en exceso la relación con ellos, lo que conllevaba, entre otras cosas, prescindir de reuniones familiares como las que tenían lugar por la Navidad. Así pues aquel año fue mi reencuentro con los míos, con la tierra.
    Durante aquellos días de asueto los paseos por el bosque se convirtieron en un hábito matutino, pues a pesar de que la temperatura era bastante baja, el sol lució con una intensidad poco frecuente para la época e invitaba a las largas caminatas. Solía sentarme en un tronco hueco, junto al río, disfrutando del rumor del agua, del callado sonido del silencio. Pensaba en mi vida, intentando replantearme mi existencia. Durante aquel último año habían cambiado muchas cosas, mi mujer me había dejado y con ella se había llevado muchos proyectos de futuro. Me había costado superar su ausencia, hasta que conocí a una muchacha enferma de la que me estaba enamorando sin remedio y de forma absolutamente incomprensible. Salvar su vida se había convertido en un reto. Seguro que lo conseguiría pero, ¿y después? ¿Qué sería de mí cuando ella, ya sana y libre de su mal, tuviera de regresar a su hogar, a su vida de siempre que nada tenía qué ver con la mía? Quise buscar respuestas, pero no las encontré y regresé de nuevo a la ciudad dispuesto a poner a sus pies cada gramo de mis fuerzas para ayudarla a salir de su infierno. Tan solo eso puedo sacar en limpio.

   Domingo 17 de febrero de 2002.

       Ya está, ya todo ha pasado, ya la operación no es más que un recuerdo que al parecer me va a salvar la vida. Durante todos estos días he permanecido prácticamente aislada, hoy por fin me han pasado a planta y eso me ha dado mucho ánimo. A pesar de que mi humor no es el mejor, siento que poco a poco las fuerzas están regresando y con ellas las ganas de hacer cosas. Sé que tengo que tener paciencia. Roberto me ha dicho que la recuperación será larga y que me lo tengo que tomar con calma, pero que si las cosas siguen como hasta ahora dentro de dos meses podré estar haciendo todo eso con lo que ahora sueño, que no es otra cosa que regresar a mi vida normal y mi mundo de siempre. Dos meses no es demasiado tiempo, pero mucho me temo que la impaciencia será esa amiga incordiante e invisible que se empeñará en acompañarme en mi periplo hacia la recuperación total. Esta tarde he tenido una agradable visita. Mis amigas de siempre. Por primera vez hemos estado hablando de manera distendida, sin el fantasma de la muerte rondando por el medio y se han animado a contarme las novedades del instituto. He sentido mucha envidia de su libertad. Aún así, su visita ha sido muy grata y gracias a su charla he comprobado que soy capaz de volver a reír a carcajadas. Me gustaría pedir a Dios, o a quién que rige las leyes del Universo, que todo continue así, por el buen camino.

 Lunes, 4 de marzo de 2002

     Hace bastantes días que no escribo, pero esta vez el motivo no ha sido la falta de ganas, sino la falta de tiempo. He estado estudiando. Les he pedido a mis padres que me trajeran los libros del curso pasado y me he puesto a repasar intentando recuperar algo de todo lo olvidado. Sé que este curso tengo que darlo por perdido, pero el próximo quiero retomar mis estudios y terminar el bachillerato. Casi no me puedo creer que por fin vaya a poder retomar mi vida de siempre. En más de una ocasión me vi muerta, imaginé mi funeral, imaginé el dolor infinito de mis padres, mi familia, de mis amigos; imaginé mi propia agonía. Llegué a perder todo temor ante la posibilidad cierta de la muerte y a verla como una liberación ante el sufrimiento, sin embargo hoy, ahora, prefiero pensar en que ante mí se abre la vida de nuevo.

  Martes, 12 de marzo de 2002

      Poco a poco me voy sintiendo mejor. Ya soy capaz de pasarme todo el día levantada sin agotarme (sólo me acuesto de noche para dormir y un poco para descansar por la tarde). Me doy cuenta de que valoro mucho más pequeños detalles de este mundo que antes prácticamente ignoraba. Me encanta asomarme a la ventana y ver el mar. Estos días está haciendo mucho sol, el calor empieza a sentirse y casi podría decir que huele a primavera. Las flores comienzan a brotar, como mi pelo, que vuelve a cubrir mi cabeza. Soy inmensamente feliz. Esta mañana Roberto me ha dicho que todas las pruebas están resultando bien, que mis progresos están siendo sorprendentes y que si todo sigue así, dentro de un mes podré abandonar el hospital y hacer mi vida normal. El único recuerdo que me va a quedar de mi enfermedad serán los controles rutinarios a los que me tendré que someter periódicamente. Ha sido una estupenda noticia pero… ya no podré verle cada día. Algo tendré que hacer para que no se olvide de mí.
                                                                           *

Los progresos de Gloria fueron fabulosos a partir de la operación, yo diría que incluso sorprendentes. De la misma manera en que el tratamiento de quimioterapia no le hizo efecto alguno, su médula nueva actuó como un revulsivo en su cuerpo, limpiándolo del cáncer en menos tiempo del esperado. Su curación fue mi mayor satisfacción y a la vez, la causa de mis desvelos. Gloria se marcharía del hospital en poco tiempo y sólo tendría que acudir a controles periódicos, cada tres meses, cada seis, cada año.... Y yo la quería. Si fuera un poco más mayor me las ingeniaría de cualquier forma para volver a verla, salir con ella, hacernos novios si ella quisiera, pero con una muchacha que estaba a punto de cumplir dieciocho la posibilidad de que pudiera haber algo entre nosotros se me antojaba mucho más difícil. Nuestros mundos eran diferentes. Ella apenas estaba empezando a vivir, a conocer el mundo en toda su crudeza y yo....yo ya estaba de vuelta de casi todo. Nunca la vi tan feliz como el día que le dimos el alta hospitalaria. Cuando le dije que por fin podía marcharse a casa se levantó de la cama de un salto, con la vitalidad y energía propias de su edad, como si la terrible enfermedad que a punto había estado de llevarla a la tumba no hubiera existido nunca. Me abrazó, salió al pasillo, fue al control de enfermeras y allí se despidió de ellas entre risas y lágrimas, abrazos y promesas de visitas. Pasé de nuevo por su habitación al final de la mañana, cuando ya esperaba a sus padres con la maleta hecha. Sentada en la cama, vestida con una camiseta azul y un pantalón vaquero, la vi tan hermosa como aquel día en que por primera vez entró en mi consulta, aunque esta vez su cara rebosaba lozanía y salud. Volvió su rostro infantil hacia mí y con una seña me indicó que me sentara a su lado. Sus ojos brillantes y ligeramente enrojecidos delataban que había estado llorando.
      -No habrás estado llorando - le dije a la vez que me acomodaba muy cerca de su cuerpo, que tanto me turbaba.
       -Menudo contrasentido ¿verdad? me dicen que estoy curada, que puedo por fin salir de este maldito hospital y lloro. Pues ya ves que idiota soy. Pero es que le tomo cariño a la gente de una manera.... y me da pena dejaros a todos, sois casi como mi familia.
     - Entiendo lo que te pasa, después de pasar tanto tiempo aquí, es algo inevitable, pero lo que ahora debes hacer es pensar en todo lo que te espera fuera, en recuperar lo antes posible tu vida de antes. Nosotros estaremos siempre aquí y nos podrás venir a visitar cuando quieras, ya lo sabes.
      Sacó de su bolso un pañuelo de papel y se secó una lágrima que rodaba por su juvenil mejilla. Luego se acercó a la ventana.
      -Tienes razón, ahí fuera me espera lo que he estado deseando durante todo este tiempo, amigos estudios, familia, diversión.... la vida, en definitiva y sin embargo...
     Se dio la vuelta y me miró directamente a los ojos y con una voz apenas audible me dijo:
     -Es que precisamente a ti te voy a extrañar tanto.... ni te lo imaginas.
      Me hubiera gustado interpretar sus palabras como una señal de sus sentimientos, pero no quise hacerlo y consideré que era normal que después de haber pasado muchos meses juntos me fuera a echar de menos. Pero nunca tanto como yo la iba a añorar a ella. Me acerqué a su lado y la abracé. Me correspondió rodeándome con sus menudos brazos. Luego me dio un cálido y suave beso en la mejilla.
    -¿Vendrás a verme a mi casa?
    -Te lo prometo. Ahora debo irme, todavía me queda alguna visita que hacer. Adiós, ardillita. Disfruta. Desde la puerta me volví a mirarla, pensé quizá por última vez en algún tiempo. Me dijo adiós con la mano y me obsequió con una de sus dulces sonrisas. Caminé por el largo pasillo del hospital con la sensación agridulce que me producía su marcha. Y es que después de mucho pensar había decidido dejarla libre, que hiciera su vida de dieciocho años. No tenía intención de cumplir mi promesa de visitarla en su hogar y probablemente pasara su historial a algún colega para que se ocupara de sus revisiones. Era lo mejor para los dos.

 Viernes, 19 de abril de 2002

       Por fin ha llegado el día. A primera hora de la tarde abandoné el hospital. Nadie se puede imaginar, ni yo puedo explicar, lo que sentí cuando pisé la calle sabiendo que podía ir donde me diera la gana, hacer lo que me apeteciera porque estaba sana. Fue una intensa sensación de libertad, supongo que algo parecido a lo que debe sentir un preso cuando por fin abandona la cárcel. No quise ir directamente a casa. Necesitaba saborear ese casi olvidado efecto del aire sobre mi rostro. Mi madre no quería dejarme marchar (la pobre tiene ahora el instinto de protección multiplicado por mil), pero ante mi insistencia terminó cediendo. Quería estar sola, que cada poro de mi piel se empapara de la esencia de mi ciudad, de cada rincón por el que caminaba. Acabé en la ensenada del Orzán, sentada frente al mar, respirando el aroma a sal, mirando ensimismada como las olas rompían contra la arena con fuerza, como si no las hubiera visto nunca; dejando que el débil sol de primavera bañara mi cara, mis brazos desnudos. Estando allí fui feliz, intensamente feliz, tanto que perdí la noción del tiempo y me dejé llevar por el atardecer que tiñó el cielo de naranja. Sólo me falta Roberto para que, hoy por hoy, no pueda pedirle más a la vida.

  Sábado, 27 de abril de 2002

    Son las 4 de la mañana y acabo de regresar de mi primera salida nocturna. Celebré mi cumpleaños con mis amigos. Fuimos a bailar ¡y no me cansaba! Me parecía increíble no sentir ya aquel agotamiento que casi se había convertido en mi compañero inseparable. Aunque la verdad es que a estas horas sí estoy un poco cansada, con ganas de meterme en la cama y dormir a pierna suelta. Pero tenía que dejar constancia, una vez más, de mi vida normal y de contenta que estoy por poder disfrutar de ella.

Sábado, 1 de junio de 2002

     Roberto no ha venido a verme. No ha cumplido su promesa. Ya hace más de un mes que estoy "libre" y me acuerdo mucho de él. Es curioso, pero lo cierto es que de pensar tanto en él, por momentos no recuerdo su rostro. Creo que me he ilusionado demasiado sin motivo. Soy una estúpida, no sé cómo pude pensar que un hombre de treinta y muchos años podría sentir algo por una chica de dieciocho. Mi madre dice que los amores de juventud son los más intensos, pero también los más cortos. Puede que tenga razón, yo no lo puedo segurar porque lo que me está pasando no me había ocurrido jamás. A casi todas mis amigas les gusta siempre algún chico, hoy uno, mañana otro… yo nunca había sentido amor por nadie hasta que conocí a mi médico, pero seguramente he ido a enamorarme de la persona equivocada. Sin embargo no puedo caer en el desánimo ni rendirme tan fácilmente. Cuando nos despedimos me dijo que podía ir a verle al hospital cuando yo quisiera y aunque no es una idea que me atraiga demasiado, más que nada por volver un lugar que no me trae buenos recuerdos, creo que voy a hacerlo, merece la pena. Me he apuntado a clases de mecanografía, más por no perder el tiempo y no aburrirme que por otra cosa, y el viernes es el único día que tengo libre, así que aprovecharé tal circunstancia y visitaré a Roberto. Estoy deseando volver a verle.
                                                                              *

Cuando ya me había hecho a la idea de no volver a verla, una mañana apareció por mi consulta. No había tenido demasiados pacientes y ya estaba preparándome para marchar, cuando mi enfermera entró en mi pequeño reducto anunciándome una visita.
     -Tienes una paciente de última hora -me dijo.
      -¿Tenía cita?- la chica movió negativamente la cabeza -pues dale cita para mañana a primera hora.
     -No puedo, es un caso grave, te la paso ahora mismo.
     No me dio tiempo a negarme, así que no me quedó más remedio que esperar. Al cabo de unos segundos entró ella. Ese momento, el instante preciso en que la vi de nuevo, permanece gravado en mi retina como si un disco me lo estuviese reproduciendo día tras día. El pelo absolutamente negro le había crecido y enmarcaba de forma espectacular su cara redonda, sus ojos negros, su tez morena, aquel vestido rojo que resaltaba sus rasgos.... estaba bellísima.
    - Hola Roberto - me dijo mientras avanzaba por la estancia y finalmente se sentaba frente a mí, al otro lado de mi mesa.
     -Hola Gloria -le contesté con voz insegura - es una placer verte de nuevo por aquí y que sólo sea de visita.
     -Ya, es que todavía me falta un mes para venir a la primera revisión y me parecía mucho tiempo sin verte- me espetó - además prometiste ir a visitarme a casa y no has cumplido ¿recuerdas?
       -Claro que iba a ir, es que he estado muy ocupado, ya sabes que aquí....
       -No me cuentes historias - me dijo con una sonrisa - todo eso es mentira, no sé por qué no fuiste y casi prefiero no saberlo. Pero bueno, vengo yo, aquí estoy. Dime ¿cómo te va?
     -Bien -mentí- bueno ya sabes, como siempre, mi vida no es muy interesante.
     -Eso se puede arreglar. Ya que no has venido a verme, como castigo, ¿qué te parece si mañana me llevas a cenar? Mis amigas no pueden salir y mis planes serían aburrirme en casa, los tuyos seguro que también así que...¿Aceptas?
     Me lo estaba poniendo en bandeja, pero aun así no me pareció correcto e intenté negarme.
  -No sé si…
   -¿Qué te parece a las nueve? Podemos cenar y dar una vuelta por la playa. Está haciendo unos días muy bonitos y hay que aprovecharlos, ya sabes que el verano aquí viene como quiere.
   La miré a los ojos, aquellos ojos negros y profundos que acariciaban mi alma, y me dije a mí mismo que yo también merecía una oportunidad para ser feliz.
     -A las nueve está bien. – acerté a decirle.
     Se despidió con un guiño pícaro, dejándome con el corazón agitado y la puerta abierta a la esperanza.
      El sábado me presenté en su casa a la hora señalada. Subí a saludar a sus padres y después de una breve charla intrascendente nos marchamos. Estaba de nuevo radiante. La llevé a cenar a un buen restaurante, pero apenas probó bocado porque parloteaba sin cesar. Me fascinaba escucharla. Todo lo que me contaba me transportaba de nuevo a mis dieciocho años, me ponía a su altura y eso me hacía sentir realmente bien.
      Después de la cena se empeñó en ir a pasear por la playa. Aunque el verano estaba por llegar, el tiempo parecía querer acompañarnos y no hacía frío. Luego de caminar un rato nos sentamos en la arena
     -Háblame un poco de ti- me dijo -yo charlo sin cesar de mí, pero no sé nada de tu vida.
     -¿Qué quieres saber?
     -Todo. Pero obviamente sólo escucharé lo que tú quieras contarme.
     Me miraba con sus ojos enormes y expresivos, que parecían hurgar en mi interior para descubrir todo aquello que quería conocer.
     -No hay mucho que contar, ya te dije un día que mi vida no era nada interesante. Vivo sólo, estuve casado diez años pero mi mujer me dejó por otro y ahora estamos divorciados. Me ocupo de trabajar y de poco más. Ya no recordaba cuando fue la última vez que salí a cenar.
     -¿Todavía la quieres?
     -No, ya no la quiero
     -Porque quieres a otra.
      Aquello fue una afirmación, no una pregunta y no pude hacer menos que reír ante su elocuencia.
    -Quieres saber mucho.
    -Claro, cuando dije que quería saber todo de ti, lo dije en serio. Dime ¿cuáles son tus sueños, tus deseos? Todo el mundo los tiene.
       Quise decirle que mi sueño y mi deseo eran ella, pero nuevamente no me atreví y por toda respuesta le hice otra pregunta.
      -¿Cuáles son los tuyos?
      Volvió su mirada hacía el mar que teníamos en frente.
    -Quiero viajar, conocer otros lugares, otras culturas. Nunca ha salido de España, me gustaría recorrer Italia, París, Australia, la India....pero hay algo que me gustaría tener por encima de todo, algo que desde hace un tiempo se ha convertido en el motor de mi vida.
      -¿Qué es?- pregunté con curiosidad.
     -Tú -contestó rotunda.
     Todo mi cuerpo dio un respingo al escuchar aquella respuesta inesperada. Mi corazón comenzó a latir agitado como si el recién salido de la adolescencia fuera yo. ¿Sería posible que ella también me amara, que se hubiera fijado en un hombre que le doblaba la edad y con un alma confusa y desordenada?
     -Te quiero, Roberto.
     -Gloria te llevo veinte años, no sé si...
      -No lo entiendes, te he dicho que te quiero, y me da igual la edad que tengas o la que tenga yo.
      -Habrá gente que no lo entienda.
      -Y a mí qué me importa lo que piense la gente. He estado a punto de morir y eso me ha enseñado una cosa. Que tengo que disfrutar cada minuto, cada segundo de mi vida porque mañana puedo no estar aquí. Si fuera la que era antes de mi enfermedad, no hubiera tenido el valor de hacer esto, pero ahora me he atrevido porque no quiero perder el tiempo. Yo te quiero, lo único que falta entre los dos es que tú también me quieras a mí.
     Por toda respuesta la besé y mientras sentía la calidez de sus juveniles labios pensé en lo cobarde que hubiera sido por mi parte dejarla escapar.
    - No sabes cuánto tiempo llevo deseando este beso -me dijo cuando nos separamos.
   -Seguro que no tanto como yo.
    -¿Ves como hemos estado perdiendo el tiempo?
    -Tal vez sí, pero nunca es tarde para recuperarlo.
     Nos levantamos de la arena y caminamos hacia la ciudad, abrazados, muy juntos, empezando ya a recuperar ese tiempo perdido.

 Domingo, 30 de junio de 2002.

      Creo que mi madre está un poco enfadada conmigo. No le gusta que salga con Roberto, dice que es muy mayor para mí y que un hombre de su edad ya está de vuelta de todo. No lo comprendo, sabe que es bueno, honrado, sensible, tierno, cariñoso... pues aún así no dejo de escuchar sus continuas advertencias sin sentido “Gloria ten cuidado, Gloria que es muy mayor y sabe más que comer, Gloria que puede estar riéndose de ti...” En esos momentos sólo quiero que se calle y me deje en paz. Debería estarle agradecida por todo lo que hizo por mí en lugar de criticarle sin fundamento alguno. Y todo porque es veinte años mayor. ¿Y qué? ¿Por qué todo el mundo le da tanta importancia a la diferencia de edad? Ni siquiera mis amigas lo entienden. "Uy si es muy guapo, pero tan mayor". Sí es un poco mayor, pero mucho más interesante que los cretinos con los que ellas se divierten, con los que casi ni se puede mantener una conversación, porque sólo piensan en fumar, en beber, en el sexo y en el fútbol; perdón, me equivoqué de orden, lo primero es el sexo. Pero ¿no ven que estoy feliz? A mí me gusta ver a la gente feliz, que me dejen serlo a mi también, que no se metan en mi vida.
   El único que me apoya es mi padre. El adora a Roberto y me ayuda intentando acallar las absurdas críticas de mi madre. Y me preocupan sus reticencias más que nada. El que el resto de la gente vea bien o mal mi relación, sinceramente, me importa más bien poco.

 Miércoles, 24 de julio de 2002.

      Este verano está siendo el mejor de mi vida. Mi salud está restablecida (los últimos controles han salido perfectos) y tengo a mi lado al hombre que quiero. Además, finalmente y por fortuna, mi madre ha terminado por aceptarlo. Creo que la ha ayudado mucho el ir conociéndolo mejor. Antes sólo lo trataba como médico, ahora ha descubierto a una persona maravillosa. Por momentos me da miedo el permanente estado de felicidad en el que estoy viviendo. Pienso en las circunstancias en las que me encontraba el año pasado por estas fechas, postrada en una cama, con la vida pendiendo de un hilo. Y hoy disfruto de mi existencia en toda su intensidad. El mundo ha girado de tal manera que a veces temo que de pronto todo vuelva a cambiar. Recuerdo a un profesor del instituto que tenía una curiosa visión de la existencia humana. Sostenía que la misma se desarrollaba por ciclos, alternándose los buenos y los malos sucesivamente. Yo estoy viviendo uno bueno, tan bueno, que me horroriza pensar que el siguiente pueda ser malo con la misma intensidad. Aunque bien pensado, y siguiendo la teoría de mi viejo profesor, el ciclo realmente malo es que el que apenas acaba de terminar. En fin, creo que lo mejor y más sensato es que aleje estas bobadas de mi pensamiento y siga disfrutando de la vida.

 Martes 6 de agosto de 2002

    Esta tarde Roberto y yo hemos salido a pasear por la ciudad. Estamos en fiestas y el bullicio y el jolgorio que llenan sus calles me encantan. Por la noche me llevó a cenar a una terraza de verano y allí me dijo que me estaba preparando una gran sorpresa. Por más que intenté que me diera una pista, no hubo manera de sacarle ni la más mínima información. Me tiene intrigadísima, me muero con la curiosidad, pero parece ser que tengo que esperar al próximo domingo. ¿Qué será

Lunes, 12 de agosto de 2002.

       ¡Me voy de viaje con destino incierto! Esa era la divertida sorpresa que me tenía preparada Roberto. Me ha dicho que no voy a conocer el final de nuestro viaje hasta que hayamos llegado. No sé cómo se las va a arreglar, porque lo que sí me ha desvelado es que el medio de transporte será el avión, así cuando nos den el aviso de embarque supongo que me enteraré, no creo que esté compinchado con el personal del aeropuerto. Estoy muy contenta, aunque de nuevo he tenido que lugar contra la oposición de mi madre. A pesar de que acepta mi relación con Roberto, me dejó claro que no le hacía ninguna gracia que me marchara sola con él tantos días, que hacía muy poco tiempo que salíamos, que aún estábamos conociéndonos, que íbamos muy rápido y bla bla bla. Yo ni siquiera le repliqué. Esta vez por mi puede decir misa. El viernes me voy le guste o no.
                                                                            *

Gloria fue como un torbellino en mi vida. Aquel verano, gracias a ella, reviví multitud de emociones ya casi olvidadas. Que transporten a uno a los dieciocho años cuando la década de los treinta toca ya a su fin, es una sensación maravillosa que merece la pena vivir. Con ella a mi lado me sentí de nuevo como un chiquillo, cuando ya todas las malas experiencias acumuladas me iban haciendo sentir el peso de los años. Gloria me mimaba, me abrazaba y me besaba de manera casi infantil sin importarle el momento ni el lugar. Jamás di tanto amor como cuando estuve a su lado ni nadie me correspondió de igual manera. Quise recompensarla de la mejor forma posible y opté por cumplir su sueño de viajar. En una agencia pedí que me organizaran un viaje por Italia de quince días para dos personas. Me advirtieron que me saldría muy caro y a mí casi me dio la risa, ¿caro? que va, ellos no sabían que me hubiera gastado el doble y el triple para darle el gusto a mi niña y no es que fuera millonario, pero mi solitaria y aburrida vida de los últimos tiempos me habían permitido ahorrar para poder pagarme ese viaje con suficiente holgura. Les pedí que, a ser posible, nuestra andanza comenzara en Venecia, ciudad romántica sin duda alguna, pues estaba seguro que a ella le haría mucha ilusión. No me equivoqué. Se ilusionó con la sola idea del viaje, sin conocer un destino que no le quise desvelar. Necesitaba ser testigo de la expresión de su rostro cuando, desde el aire, descubriera por fin el lugar de sus sueños.
     El día de nuestra partida, al llegar al aeropuerto le regalé una pequeña radio con unos cascos.
      - Media hora antes del embarque te pones los cascos y enciendes la radio a toda voz. Yo iré solo a facturar el equipaje.- le dije.
      Ella no cesaba de reír mientras cumplía mis órdenes con docilidad. Ya en el avión, cuando la hice sentar al lado del pasillo, protestó.
     - ¡Rober, déjame ir al lado de la ventanilla! Al lado del pasillo es muy aburrido.
      -No puedes, ardillita, ¿no ves que si no se chafaría la sorpresa? Podrías ver lugares que te dieran demasiadas pistas.
       -Eres muy malo -dijo sonriendo, mientras se acurrucaba contra mí - pero te quiero mucho.
      -Y yo a ti. Te prometo que cuando estemos llegando te cambio el sitio y te dejo que mires ¿vale? Asintió. Dejó caer su cabeza en mi hombro y en unos minutos se quedó dormida. Cuando el comandante anunció el inminente aterrizaje la desperté.
     -Gloria, despierta.
      Abrió los ojos asustada.
      -Venga, que ha llegado la hora de cambiarnos de asiento.
      Así lo hicimos y al cabo de unos minutos, a lo lejos, empezó a divisarse la torre de San Marcos. Ella frunció un poco el ceño y aguzó la vista. En seguida se dio cuenta del lugar hacia el que nos dirigíamos. Se tapó la mano con la boca sin dejar de mirar hacía fuera. Por sus mejillas rodaron dos lagrimones.
       -Eh, peque, que te he traído aquí para hacerte feliz, no para que llores - la consolé mientras rodeaba sus hombros con mi brazo.
   Soltó una pequeña carcajada nerviosa y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
   -Es Venecia, me has traído a Italia.
   -Una noche, en la playa, me dijiste que uno de tus sueños era conocer Italia. Yo quiero cumplir ese sueño y Venecia me pareció un buen sitio para empezar.
   Se mantuvo callada durante un rato, luego me miró y me dijo.
    -Oye Rober, tú ¿crees en Dios?
     -¿Y a qué viene eso ahora? - le pregunté sorprendido.
   -¡Contéstamee!
    -Pues la verdad....casi que no.
    -Yo antes de estar enferma, sí creía en Dios. Luego me enfadé con él, y finalmente llegué a la conclusión de que no podía existir un dios tan cruel que enviara una enfermedad mortal a una chica en la flor de la vida, y dejé de creer, pero me parece que me equivoqué.
    -¿Por qué?
    -Porque....bueno yo siempre supuse que Dios, como cualquiera, hace las cosas por algo, pero por más que lo pensaba no le encontraba motivo alguno a mi enfermedad, pero ahora, desde que estamos juntos, he encontrado esa razón.
     -¿Ah si? ¿y cuál es?
     -Tú. Si yo no hubiera estado enferma, seguramente nunca nos hubiéramos conocido, por eso Dios me envió la enfermedad, para que tú entraras en mi vida. Y ahora me está dejando ser feliz de nuevo. No sabes lo que te quiero bicho. Y gracias por este viaje. Estoy segura de que será inolvidable.
     La abracé tan fuerte que creo que le hice daño, mientras el avión aterrizaba y comenzaba su sueño, nuestro sueño.
       Dejamos apresuradamente las maletas en la habitación del hotel y salimos al encuentro con la ciudad. En cuanto vio las góndolas se empeñó en que teníamos que subir en una de ellas ya y yo no pude hacer otra cosa que cumplirle el gusto. Anochecía y el cielo se dibujaba de colores coralinos. Las primeras estrellas empezaban a asomarse. Mientras el gondolero nos guiaba surcando los canales más recónditos de la ciudad, ella iba callada, apoyada en mí, fijándose en todo y pensando Dios sabe en qué. En su rostro se dibujaba una sonrisa permanente. A veces me miraba y soltaba una risa infantil. Era como una niña. Cuando por fin terminó el recorrido, en la plaza de San Marcos, de pronto se le ocurrió que había que recorrer las tiendas típicas que se agolpaban bajo los hermosos arcos.
   -Está todo cerrado, cariño -le dije- mañana podrás verlas. Lo mejor es que cenemos algo y nos retiremos al hotel. Hoy ha sido un día muy largo ¿no estás cansada?
    -¿Cansada? hace tiempo que no sé el significado de esa palabra. Pero por una vez voy a hacerte caso, y miraré las tiendas mañana. Por cierto ¿cuantos días vamos a estar aquí? Y después de aquí ¿Cuál será el próximo sitio que visitemos?
    Preguntas y más preguntas, como siempre. No me dejaba contestarle una cuando ya tenía preparada otra. Entre tanta cuestión por responder, terminamos la cena y nos retiramos al hotel. La habitación era grande y confortable, con un pequeño balcón que asomaba al Gran Canal. Yo tomé una ducha, luego la tomó ella. Mientras esperaba que saliera del baño me senté en la cama y pensé, una vez más, que aquella sería nuestra primera noche juntos. Yo no había tenido relaciones íntimas con ninguna mujer desde mi separación y, aunque nunca habíamos hablado de ello, sospechaba que Gloria jamás había estado con ningún chico. Tal vez hubiera sido más correcto tomar dos habitaciones. Quizá ella no se sintiera preparada para un momento tan especial, quizá lo mejor hubiera sido hablarlo. Tal vez no le gustara demasiado mi atrevimiento, la osadía de haber tomado una habitación para los dos sin consultárselo. Todas eran dudas. Sin embargo, también es cierto que ella no había hecho ningún comentario al respecto.
     Me levanté y me asomé al balcón. La noche era oscura y sólo se oía el leve chapoteo del agua. Me apoyé en la barandilla y mirando hacia el horizonte traté de no pensar en el momento que se avecinaba. Por fin la escuché salir del baño y entré de nuevo en el dormitorio. Por toda indumentaria traía una toalla alrededor de su cuerpo. Aquella sola visión fue suficiente para empezar a desearla. Mientras con otra toalla de frotaba el pelo, me acerqué a ella por detrás y rodeé su cintura con mis brazos. Se quedó muy quieta. La apreté contra mi cuerpo y besé el recodo que formaban su hombro y su cuello. Noté que temblaba como una hoja agitada por el viento. Hice que se diera la vuelta y levanté su cara hacia la mía.
   -¿Tienes frío? -le pregunté.
    -No
   -Pues estás temblando -la besé en la boca. Mi excitación crecía por momentos y ella por fuerza tenía que darse cuenta
    - ¿Tienes miedo?
      -¿Me tomarás por tonta si te digo que un poco?
       No pude hacer otra cosa que sonreír.
     -Gloria, no va a pasar nada que tú no quieras que pase.
     -No es eso. Si te soy sincera, estoy deseando que pase tanto como tú, sólo que.....yo nunca he estado con nadie. Es mi primera vez y...estoy un poco nerviosa.
   -No cariño, no lo estés, yo seré cuidadoso contigo- le dije mientras mis manos la acariciaban y con un hábil movimiento desprendían la toalla de su cuerpo haciendo que cayera al suelo.
        La fui llevando a la cama mientras se iba abandonando cada vez más. Su cuerpo desnudo acogía con placer mis caricias y mis besos. Sus tenues gemidos acrecentaban mi deseo. Me uní a ella muy despacio y muy suavemente, en compenetración perfecta, como una orquesta cuyos instrumentos se acoplan dando lugar a la más bella de las melodías y juntos alcanzamos la cima del placer, ella por primera vez, yo por enésima vez pero nunca como entonces. Al terminar ella acercó su boca a mi oído y muy bajito, como si temiera que alguien la escuchara y rompiera el hechizo me dijo:
     -Es lo más bonito que me ha ocurrido nunca.

 Domingo, 1 de septiembre de 2002

      Ayer regresé del viaje, o lo que es lo mismo, ayer desperté de un sueño, de un sueño maravilloso durante el que me han ocurrido tantas cosas que no sé ni por dónde comenzar a contar. El viaje en sí, desde el punto de vista turístico, ha sido perfecto. Italia en un hermoso país cuyas ciudades, lejos de albergar dentro de sí obras de arte, son la esencia del arte en sí mismo. Pero es que además este tiempo vivido al lado de Roberto ha afianzado al amor que siento por él. Han sido días durante los que hemos hablado mucho, nos hemos contado nuestras vidas, nuestros recuerdos, nos hemos confesado nuestros sueños, hemos proyectado ilusiones juntos, hemos hecho el amor por primera vez y todo, todo ha sido tan bonito…..
    Unos días antes de regresar a casa me ha preguntado si me gustaría vivir a su lado. Según él, después de haber pasado tanto tiempo juntos no iba a ser capaz de acostumbrarse a estar sin mí. Yo pensaba lo mismo y evidentemente, nada me gustaría más que pasar el resto de mi vida a su lado, pero sé que mis padres no lo van a aceptar de buen grado y prefiero tomarme un tiempo para que se vayan haciendo a la idea. Comenzaré por quedarme algún fin de semana en su casa, y quizá antes de final de año me vaya definitivamente. Sé que estos primeros días sin estar con él las veinticuatro horas me van a resultar un poco difíciles de sobrellevar, pero no me quedará más remedio; será cuestión de acostumbrarse. Lunes, 16 de septiembre de 2002. Hoy ha empezado el curso y he retomado mis estudios. Tenía muchas ganas de comenzar a estudiar de nuevo pues no me gusta estar ociosa. Me han tocado en suerte buenos profesores, la mayoría viejos conocidos que amablemente se ha interesado por mi salud y se ha comprometido a ayudarme a ponerme al día si lo necesitaba. Los compañeros nos son los mismos porque, como es natural, la mayoría de ellos han pasado de curso y este año ya están en la Universidad. Ahora tengo que hacer el esfuerzo yo. Voy a estudiar fuerte para aprobar todo y el próximo año empezar en la Universidad.

 Sábado, 2 de noviembre de 2002

     Hoy en casa ha habido movida de las gordas. Les he dicho a mis padres que me iba a vivir con Roberto. Mi padre al principio se ha sorprendido en un poco, pero finalmente se ha mostrado más comprensivo, pero mi madre se ha puesto hecha una fiera. Los nervios la han hecho soltar por su boca toda clase de improperios. Según ella soy una egoísta que sólo pienso en mí misma y no les tengo en cuenta para nada. Antes de estar enferma era una niña buenísima y ahora...ahora soy una desagradecida que no valoro nada de lo que ellos han hecho por mi, y que solo tengo en cuenta en mi propia satisfacción. Aguanté el chaparrón como pude, sin decir ni media palabra, sin defenderme ante toda aquella sarta de mentiras, pero conozco bien a mi madre y sé que es lo mejor. Cuando finalmente terminó de echarme la bronca simplemente le repliqué que creía que no tenía razón, que era mayor de edad y podía tomar mis propias decisiones. Aunque me fuera de casa vendría a verles, no me iba a olvidar de ellos. Con un "sólo faltaría" se fue a su habitación. Mi pobre padre intentaba quitarle importancia al asunto. "Ya sabes como es tu madre". Claro que lo sé. Lo que me preocupa un tanto es que antes no era así. La que cambió a raíz de mi enfermedad fue ella, no yo. Creo que la idea de perderme la asusta y el hecho de que me vaya de casa lo considera algo parecido a una pérdida. Yo sé que soy muy joven. Que apenas acabo de hacerme una mujer y que ellos me ven todavía como una niña. Pero también soy consciente de que no soy como las demás chicas de mi edad. No me gusta lo que a ellas, ni tengo sus aspiraciones. Yo sólo quiero estar con mi novio, terminar mis estudios.... hacer la vida que me gusta, no la que ellos quieran sino la que quiero yo. Mi padre, a pesar de aceptar mi marcha, me dice que a lo mejor algún día me arrepiento de haber perdido mi juventud. Pero yo no creo que esté perdiendo mi juventud, sólo la estoy viviendo de una forma diferente, de la forma que a mi me gusta. Y no sé si el día de mañana me voy a arrepentir de haber hecho lo que estoy haciendo, no pienso en ello, sencillamente porque no sé si tendré día de mañana y porque mi lema es tomar las cosas como vienen, luchando contra las malas y disfrutando las buenas.

El mismo día, más tarde

    Hace un rato han llamado a mi puerta. Era mi madre. Tenía los ojos hinchados de haber llorado. Me abrazó y me pidió perdón. Me dijo que tenía que entenderla, que para ella era muy duro que su única hija se fuera de casa tan joven, pero que yo tenía razón. Era mayor de edad y tenía que tomar mis propias decisiones. No tengo nada que perdonarle, para mí ha sido la mejor madre del mundo, la única que conocí y la única que quiero, pero me ha llegado el momento de volar sola, aunque ella crea que es demasiado pronto.
                                                                                  *

       Nos mudamos a nuestra nueva casa poco antes de las navidades. Por aquella época Gloria tenía que someterse a uno de sus controles rutinarios. Todo salió perfecto. Eso renovó nuestras ilusiones. Iniciamos nuestra vida juntos, con nuestras actividades de siempre, como la mayoría de las parejas. Yo seguía con mi trabajo y Gloria con sus estudios. La reticencia inicial de sus padres desapareció poco a poco y con ello nuestra felicidad fue casi completa. El Instituto donde Gloria estudiaba estaba situado cerca de su casa y de mi hospital, así que comíamos juntos todos los días entre la semana. Los fines de semana nos los reservábamos para nosotros. Durante el invierno apenas salíamos, pero cuando la primavera empezaba a hacer acto de presencia, aprovechábamos para hacer pequeñas excursiones, o nos escapábamos a cualquier lugar. Como a los dos nos encantaba viajar, en vacaciones siempre hacíamos un viaje más grande. Y así fue pasando el tiempo. Hasta que una nube negra nos nubló aquella deliciosa vida. 
    Todo empezó el verano pasado. Gloria tenía veintitrés años y yo había traspasado ya la barrera de los cuarenta. Ella había terminado cuarto de psicología. Los estudios marchaban fenomenal. Pero aquello no le bastaba. Su carácter revoltoso e inquieto la llevó a decidir que su carrera no la llenaba del todo y que le gustaría tener un bebé.
     -¿No será mejor esperar a que termines? Eres muy joven, tienes mucho tiempo para tener un hijo.
      -O no, eso nunca se sabe, además tú ya tienes más de cuarenta y si esperamos más en vez de tener un hijo vas a tener un nieto.
      Me dejé convencer con facilidad, pues la verdad, yo también deseaba ser padre. Así que nos pusimos manos a la obra.

Domingo 17 de junio de 2004

     Hoy he estado haciendo limpieza en el armario y me encontrado la vieja libreta. Pensé que la había perdido en la mudanza. La he releído. Me ha hecho recordar la parte más negra de mi vida, pero también momentos inolvidables. Me han entrado ganas de volver a escribir, aunque no sé muy bien qué contar. Mi vida ya no se parece en nada a la de aquella época salvo por una cosa. Roberto y yo seguimos juntos y nos queremos. No me arrepiento de nada de lo que he vivido a su lado. Ahora estamos intentando tener un hijo. Tal vez cuando consiga quedarme embarazada tenga alguna sensación nueva que contar.
                                                                               *

    Aquel verano el mes de agosto comenzó con un calor insoportable. Gloria y yo habíamos disfrutado de una tarde de playa y poníamos la cena en el jardín, como casi todas las noches. De repente ella se mareó y tambaleante, se sentó en una silla. Su cara, a pesar del intenso bronceado que lucía, se había vuelto blanca como la cera. Le dí un vaso de agua y le tomé la tensión. La tenía perfecta.
      -Será por culpa del calor Rober, ya sabes que me mata. O a lo mejor es que estoy esperando. Pero no te preocupes, ya estoy mejor, no ha sido nada.
     -¿Tienes algún retraso?
     -De momento no pero... puede ser que esté ¿no?
      Tenía tanta ilusión por ser madre que no pude hacer otra cosa que sonreír.
     -Claro que puede ser -le dije - aunque lo más probable, como tú dices, es que sea el calor.
      Fuera el calor o su supuesto embarazo, lo cierto es que me quedé preocupado y durante algunos días la observé detenidamente sin que ella se percatara. Aparentemente todo iba bien, seguía con la misma vitalidad de siempre. Hasta que más o menos una semana después de aquel primer mareo, se encontró mal de nuevo y esta vez se desmayó. Se recuperó pronto y aunque la hipótesis del embarazo cobraba fuerza, la sombra de su enfermedad casi olvidada comenzó a planear de nuevo sobre mi cabeza. La convencí para que se hiciera unos análisis. A ella le dije, por supuesto, que eran para confirmar su estado de buena esperanza, pero en el laboratorio del hospital dí orden de que le hicieran pruebas completas. Cuando el jefe médico me llamó supe que algo no iba bien.
     -Mucho me temo que los resultados no son nada buenos Roberto.
     -¿Qué es lo que pasa? Dímelo ya de una vez.
     Fabián miró y remiró los papeles que tenía entre manos una vez más.
    -Gloria está enferma de nuevo. La leucemia ha repetido, lo siento.
    La desesperación hizo mella en mí. No podía ser cierto, aquellas pruebas tenían que estar mal. Le quité bruscamente los resultados de las manos y los leí. A mi pesar y sin lugar a dudas, lo que decía mi colega era cierto. Intenté pensar con rapidez. Había que ponerse manos a la obra ya. La ingresaríamos al día siguiente y empezaríamos con la quimioterapia en seguida.
     -Roberto ¿has visto bien esas pruebas? Esta vez no hay nada que hacer, y tú lo sabes.
    -No -grité golpeando la mesa con mi puño - no Fabián, no me voy a rendir tan fácilmente. Siempre queda una posibilidad y tú lo sabes.
      -¿De qué posibilidad me hablas? Lo que tiene ahora es incurable, la quimioterapia estropeará su cuerpo y lo único que hará será alargarle la vida unos meses, como mucho un año. Roberto por favor, sé cabal.
      -¿Me estas pidiendo que deje morir a mi mujer? ¿Pero qué clase de amigo eres? Mientras exista el más mínimo atisbo de poder salvarla, ¡el más mínimo! lo voy a intentar, pese a quien le pese, así que prepara todo porque dentro de dos días la ingresamos y empezamos el tratamiento.
      Y sin dejarle replicar salí de su despacho dando un portazo.
     Si la primera vez fue duro darle la noticia a una niña de diecisiete años que no conocía de nada, nadie se puede imaginar lo difícil que fue dársela nuevamente cuando se ha convertido en el mayor tesoro de tu vida. Gloria estaba trajinando en la cocina. Me oyó abrir la puerta y vino a recibirme con un beso, como siempre. -¿Traes los resultados de los análisis? ¿Vamos a ser papás por fin?.
      No le contesté. Sólo entonces reparó en mi expresión.
   -¿Qué pasa Roberto? ¿Algo no va bien? La tomé del brazo y la llevé hasta el salón. Rebuscaba las palabras idóneas, pero no existían.
    -No hace falta que me digas nada -me dijo - en este tiempo juntos he aprendido a leer en tus ojos. Vuelvo a estar enferma ¿verdad?
     -Si cariño, pero.... tú no te preocupes mi vida, yo volveré a salvarte, habrá que volver a pasar por lo de antes pero saldrás adelante.
     Suspiró y me miró fijamente con sus ojos negros y brillantes.
      -¿Por qué, Roberto? ¿Por qué otra vez? No sé si tendré fuerzas para enfrentarme de nuevo al tratamiento.
      Lloraba. Lloraba casi en silencio, delatándola únicamente las saladas lágrimas que mojaban sus mejillas.  
     -Claro que sí mi vida, esta vez será diferente. Ahora hay medicinas nuevas, mucho más rápidas y en menos   de que canta un gallo volverás a estar bien, ya lo verás.
   Suspiró sin decir nada. Yo también había aprendido a leer en sus ojos y aquel día me dijeron que su dueña se había rendido.

Jueves, 12 de agosto de 2004

     Pensé que sólo me animaría a volver a escribir en el caso de estar embarazada, pero para mi desgracia no es así. Hoy vuelvo a hacerlo simplemente para despedirme. Para despedirme del mundo, de estas páginas que han sido mi válvula de escape en muchos momentos de mi vida. Estoy enferma de nuevo y esta vez, sin remedio. Ayer, cuando Roberto llegó a casa con los resultados de los análisis, lo intuí nada más verle. Esta mañana fui al hospital sin que él lo supiera. Quise hablar con Fabián, el jefe de planta, porque me daba la impresión de que Roberto no estaba siendo sincero conmigo con respecto a mi dolencia. Fui muy directa. Le pedí que me explicara las posibilidades de curación. Las respuestas que me daba eran confusas. "Por favor Fabián, nos conocemos desde hace unos años y sabes `perfectamente que no soy ninguna estúpida, dejad de mentirme. Si vine aquí fue porque sé que Roberto no me dice toda la verdad, no hagas tú lo mismo, por favor". No lo hizo. Y me dijo lo que esperaba. Las posibilidades de curación eran prácticamente nulas. La quimioterapia y demás tratamientos afectarían a mi cuerpo de tal manera que podría llegar a quedarme ciega y lo más probable es que sólo sirviera para alargarme la vida unos meses. Fue suficiente. Le dije que no preparase nada porque no iba a ir al hospital y le pedí que no le contara a Roberto que yo había estado allí. Así que sólo me queda esperar la muerte. Me parece mentira, pues cuando enfermé la otra vez me sentía mal y cansada, sin embargo ahora me encuentro bien. Fabián me ha dicho que es normal, hasta que llegue el momento en que no tenga fuerzas ni para levantarme de la cama y la fiebre haga acto de aparición. Me quedan tres, cuatro, como mucho seis meses de vida. Ya ves, tanta lucha no ha servido de nada. Todas mis ilusiones se van al tacho. Todos mis seres queridos sufrirán mi ausencia. No me queda más remedio que rendirme ante la muerte, pero no me voy a quedar esperándola de brazos cruzados. Voy a seguir con mi vida de siempre y nadie sabrá que me voy a morir. Sólo se lo cuento a unas hojas de libreta que tal vez nunca lea nadie. Ahora la guardaré en el cajón de mi mesilla de noche y algún día, cuando yo ya no esté, quizá alguien la encuentre y lea estas torpes letras que sólo han intentado expresar mis vivencias. Escribir me ha servido de terapia en muchas ocasiones. Gracias y adiós.
                                                                            *

 Se negó en redondo a someterse a ningún tratamiento. La tarde víspera de su hipotético ingreso en el hospital, cuando llegué a casa, me la encontré haciendo las maletas.
     -¿Para qué llevas tantas cosas? - le pregunté - ya sabes que en el hospital no las vas a necesitar.
      -No voy a ir al hospital - me respondió con toda la calma del mundo.
      -Pero ¿qué estás diciendo? ya está todo listo; mañana empiezas con....
      -Rober, para por favor, siéntate un momento y escúchame.
       Me senté al borde de la cama. Ella me hablaba mientras no dejaba de empacar.
     -Esta mañana he estado hablando con Fabián. Sé toda la verdad y no estoy dispuesta a someterme a tratamiento alguno.
     -¿Con Fabián? El muy hijo de puta te ha llamado para contártelo todo ¿verdad? Ahora mismo va a saber quien soy.
    Me levanté furioso dispuesto a ir al hospital y cantarle las cuarenta a mi amigo pero ella me detuvo.
     - Tranquilo Roberto, no me ha llamado, he ido yo a verle.
     -Has ido a verle ¿y para qué?
      -Quería escuchar la versión de mi enfermedad saliendo por la boca de alguien objetivo. Cariño, tenemos que aceptar que no hay remedio. Tenemos unos meses para hacernos a la idea, yo de mi muerte y tú de mi ausencia.
     -No sé cómo puedes hablar así, tan tranquila. Gloria no debes aceptar tu muerte de esa manera.
   -Es que no me queda más remedio. Y es duro, claro que lo es, pero ¿qué quieres que haga? ¿que me ponga a llorar por todas las esquinas? ¿Me va a devolver eso la salud? No Roberto, esa no es la manera. Vamos a seguir como siempre. Y si no me equivoco mañana nos marchábamos a Lisboa, pues nos vamos a Lisboa. Fabian me recetó unas pastillas para paliar los mareos y el malestar. Estaré bien.
      Intenté convencerla de que estaba equivocada pero no pude, tal vez porque ni yo mismo estaba convencido de que lo estuviera. En el fondo sabía que tenía razón. Así que nos fuimos a Lisboa, sabiendo que era el último viaje que hacíamos juntos. Durante los días que duró nuestra estancia en el país vecino ella se comportó como si no pasara nada, con su misma alegría y vitalidad de siempre. Y lo mismo hizo a nuestro regreso. Incluso reanudó sus clases en la Universidad. Pero el mal estaba dentro y tarde o temprano tenía que aflorar. Un día amaneció con fiebre. El cansancio hizo mella en su cuerpo. Empezó a dejar de comer porque todo lo vomitaba. Era el final. Pedí una excedencia en el trabajo para estar los últimos días a su lado.
      Una mañana, poco antes de navidad, me desperté y encontré la cama vacía. Me levanté apresuradamente con la certeza de que le había ocurrido algo, pero no. Estaba en la cocina preparando el desayuno.
    -Buenos días cariño -dijo al darse cuenta de que la estaba mirando - ¿sorprendido? no me extraña, hasta yo misma lo estoy. Es que hoy me he levantado estupendamente y me dije "Gloria , vete a preparar el desayuno a tu chico.". Anda ven, siéntate, te he hecho unas tostadas riquísimas.
    Desayunamos. Ella parloteando como en sus mejores tiempos, me parecía increíble lo que estaba viendo. -¿Qué es esto Roberto? - me preguntó poniéndose seria de repente - ¿es que ha ocurrido un milagro y el cáncer se ha ido?
   Me quedé mirándola sin saber qué responderle. Luego, sin decir más nada me tomó de la mano y me llevó a la habitación. Se quitó la bata y se quedó desnuda.
    -Hazme el amor mi vida - me dijo - porque puede que esta vez sea la última.
     La obedecí ciegamente, sintiendo que aquellos últimos besos que me estaba permitido darle, dejaban en mi boca el regusto amargo de la soledad no consentida. Aquella misma tarde su estado empeoró ostensiblemente. La fiebre subió hasta 42 grados y no fue posible bajarla. Supuse que su muerte era cuestión de horas, como así ocurrió. En un momento en que recuperó la consciencia me mandó abrir el cajón de su mesilla. Allí encontré una vieja libreta con las pastas de cartón de un rosa desvaído.
   -Es mi diario - dijo con un hilo de voz - empieza con mi primera enfermedad y termina con esta. Poca cosa. Para ti. Te quiero.
    Y se fue. Hace poco más de un año que murió y sólo hoy me he atrevido a leer su diario. El diario de mi amor, de mi último amor, porque después de ella no puede haber ya nadie más. Me ha recordado tantos momentos... y me ha gustado, porque me ha servido para alimentar todavía más su recuerdo. No he conseguido superar su ausencia y mi vida no ha vuelto a ser la misma. Cada día recorro los rincones de la ciudad donde estuvimos juntos intentando encontrar sus huellas. La botella se ha convertido en mi compañera de viaje y sólo cuando estoy ebrio consigo paliar un poco mi sufrimiento. Ya no me queda nada. Sólo espero que mi alma se vea libre de una vez por todas de las ataduras de mi cuerpo y vuele hasta esa dimensión desconocida e incomprensible para el ser humano, donde sé que ella me estará esperando.

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