miércoles, 11 de enero de 2012

EL ÚLTIMO GOLPE



Acabo de despertarme con la extraña sensación de estar fuera de mi cuerpo, como si mi alma flotara en el aire, por encima del mundo.
Allá a los lejos, al lado del portal de mi casa, veo un grupo de gente arremolinada. Una ambulancia acaba de llegar haciendo sonar su sirena, una sirena que yo oigo como un eco lejano. Intuyo que algo ha ocurrido y quiero saber qué es. Intento avanzar hacía el lugar, pero siento que mis piernas no me responden. Dirijo mi vista a donde debieran estar mis extremidades y alarmada descubro que no existen. Sin embargo la primera impresión de desconcierto deja pronto paso a una inexplicable percepción de la nada que me rodea. Mirándome el resto del cuerpo me percato de que soy absolutamente incorpórea, soy aire, soy humo. Aún así, avanzo hacía el gentío. No me asusto por lo que me está pasando, y eso me inquieta un tanto. Pienso que debe ser un sueño del que pronto me despertaré. Más al llegar al portal de mi casa descubro la verdad. Hay una mujer tirada en el suelo. Un enorme charco de sangre rodea su cabeza y el resto de sus miembros aparecen colocados en una postura imposible. No puedo distinguir bien sus rasgos. Me acerco sin dificultad, pues, cual fantasma, atravieso con facilidad cualquier obstáculo que se ponga en mi camino. Cuando veo con nitidez el rostro de la mujer, me doy cuenta de todo. Soy yo. Ese ser que se encuentra tirado en el suelo aparentemente sin vida, soy yo misma, y ciertamente estoy muerta. Por fin lo ha conseguido. Jamás creí en sus amenazas de muerte, a pesar de los muchos golpes recibidos. ¡Qué ilusa fui!
Poco a poco van acudiendo a mi memoria los recuerdos recientes. Este mediodía, cuando llegó de trabajar y se sentó a la mesa, completamente ebrio, adujo que no le gustaba la comida. Lo mismo podría haber dicho que no le agradaba mi ropa, o mi peinado, o cualquier otro motivo absurdo. Siempre fue buena cualquier excusa para emprenderla a golpes conmigo. Me golpeó en la cara, en los brazos, en el estómago. Sus manos abiertas buscaban mi carne sin pararse a pensar donde iban a azotar. Lo importante era golpear, alcanzar mi cuerpo como si aquellos puños de hierro fueran atraídos por un potente imán. Intenté escaparme. En mi loca carrera me vi en la terraza, sin posibilidad de huir, sin salida, y al verlo acercarse a mí, con aquellos ojos vidriosos y el rostro desencajado supe que no me quedaban muchas posibilidades. Bastó un empujón para hacerme caer. En los escasos segundos que duró mi trayecto hasta el suelo me dio tiempo a pensar que por fin todo se había terminado, que ya nunca más volvería a sentir sus manos apaleándome. Después un golpe seco y todo terminó
Debe de hacer bastante tiempo que mi cuerpo está tirado en el asfalto, porque a lo lejos veo ya las cámaras de televisión. Me he convertido en su presa fácil. Hablarán de mí en las noticias como la víctima número equis de la violencia de género en lo que va de año. Y me convertiré en un simple número. Una mujer más a engrosar la tétrica estadística de mujeres muertas a manos de aquellos que un día dijeron amarlas.
En el vecindario seré, durante unos días, tema principal de sus conversaciones de patio. Algunos sentirán pena de mi, otros, como si los oyera, comentarán que todo tenía que terminar así. Que habían sido muchos años aguantando palizas y vejaciones. Que tenía que haberlo denunciado. Puede que tengan razón. Aquel primer día que me puso la mano encima, tenía que haber pedido ayuda. Pero nadie sabe lo difícil que es. Cuando se ama profundamente, cuando la dependencia emocional que se tiene del otro es tan grande que no se concibe la vida sin él, cuando con sólo imaginarte enfrentarte al mundo sola te produce un escalofrío de terror... Sé que muchos no lo entenderán, pero durante toda mi vida preferí aguantar los golpes antes que verme lejos de él. Le quería y me negaba a aceptar que sus sentimientos fueran diferentes a los míos. Ahora comprendo lo absurdo que fue mi existencia a su lado. El no me amaba. Yo a él lo adoraba.
Ojalá mi muerte sirva de algo. Ojalá despierte las conciencias de aquellas que, como yo, han sufrido y sufren, en el cuerpo y el alma, los cruentos golpes de aquéllos que un día les prometieron amor. Ojalá ellas sean capaces de comprender que cuando se quiere no se hace daño y, aunque siga siendo difícil, tengan el coraje suficiente de entregar a sus verdugos a quiénes puedan hacer justicia y hacerles pagar su pecado. A mi ya sólo me queda descansar, lejos de él, de lo que un día amé, de todo aquello de lo que él ha conseguido separarme para siempre, de toda la vida que me quedaba por delante y de la que ya jamás podré disfrutar.

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