martes, 15 de noviembre de 2011

ANGELA




Aquella calurosa noche de agosto todo estaba preparado para que, una vez más, el concierto comenzara y el aire se llenara con las notas de mi guitarra y con los gritos de delirio de un público que esperara ansioso la actuación de su ídolo. ¡Cuántas veces había soñado con todo aquello! Con el éxito, con dar lo mejor de mí haciendo lo que más me gustaba en el mundo, cantar, tocar la guitarra… la música. Sin embargo durante todo el día una extraña inquietud se había ido apoderando de mí. Me sentía mal sin saber muy bien qué era lo que me estaba ocurriendo y por primera vez en mi vida salir al escenario no se convirtió en necesario. Pero tenía un compromiso y debía cumplirlo, así que tomé mi guitarra y comencé a tocar los primeros acordes mientras el telón iba subiendo poco a poco y al otro lado del escenario la gente vitoreaba mi aparición y pronunciaba mi nombre. De pronto la angustia que me había acompañado durante toda la jornada hizo mella en mi corazón, que comenzó a latir desbocado como un caballo loco. Me asusté, el aire me faltó y a pesar de mis esfuerzos por respirar todo se volvió negrura y perdí el conocimiento. Cuando volví en mí me encontraba en un box de hospital, rodeado de médicos que se afanaban en reanimar mi maltrecho cuerpo. Parecía que, afortunadamente, el peligro había pasado.
Durante unos cuantos días me sometieron a toda clase de pruebas y finalmente los médicos emitieron su diagnóstico:
-Tu corazón está perfectamente – me dijo el doctor Santotomé - pero esto ha sido un aviso. Tu cuerpo está cansado y tu mente también. Estas taquicardias han sido fruto del estrés y de las tensiones. ¿Cuánto tiempo hace que no te tomas un descanso?
-Cinco, seis años tal vez.
El doctor ladeó una y otra vez la cabeza.
-No puede ser así Mateo. Los artistas os creéis incombustibles, pero estáis equivocados. Sois como los demás mortales. Y de vez en cuando el cuerpo pide hacer un alto en el camino. El tuyo te lo está pidiendo a gritos. ¿Cuántos conciertos te quedan por dar este verano?
-Hasta mediados de octubre tenemos todo completo. No actuaré todos los días, pero casi.
-Eso es una locura. Creo que deberías suspender tu gira de este año y marcharte lejos del mundanal ruido. Uno o dos meses en un sitio tranquilo es lo que más te conviene en este momento. Eres joven y tienes éxito, el público no se olvidará de ti, ya habrá otras giras. Ahora toca cuidarse.
Las palabras del médico me inquietaron y no fue necesario que nadie me convenciera de que tenía que seguir su consejo. Mi representante puso el grito en el cielo cuando supo que ya no habría más conciertos aquel verano y que, además, me marchaba con rumbo incierto, pero a mí me dio lo mismo. Un amigo me ofreció su chalet de veraneo en un pueblo de Menorca y para allí me fui, solo y dispuesto a recuperarme del pequeño susto que acababa de recibir.
*
La casita de mi amigo estaba casi en medio de la nada. En ningún otro lugar podría haber encontrado más tranquilidad. El pueblo más cercano se encontraba a un kilómetro. Era pequeño y sosegado, apenas sin turismo. Justo lo que yo buscaba.
La primera semana me la pasé sin salir siquiera a pasear. Dormía hasta bien entrada la mañana y las tardes transcurrían a la sombra de las palmeras y refrescándome en la piscina. Pero yo estaba acostumbrado a una vida más activa y pronto el aburrimiento comenzó a hacer acto de presencia. Jamás me gustó la soledad ni la excesiva quietud, necesitaba contacto humano. Así que, convenientemente camuflado para pasar desapercibido, una tarde salí de la casa y enfilé el pintoresco sendero que conducía al pueblo. Después de caminar durante un rato, en un recodo del camino, poco antes de llegar al pueblo, me encontré con una casa construida a partir de la roca. Me pareció de una originalidad sorprendente y me quedé parado, mirándola ensimismado, cuando de repente la puerta se abrió y salió una muchacha llevando de la mano a una niña pequeña. Cruzaron el sendero y se dirigieron a la diminuta cala de aguas tranquilas situada al otro lado del camino. Casi inconscientemente las seguí. La pequeña playa estaba vacía. La mujer soltó su bolsa sobre la arena, apoyándola en el tronco de un pino. Desnudó a la niña, que quedó en traje de baño y se fue trotando hacia la orilla del mar. Luego ella misma se quitó el vestido, dejando al descubierto un cuerpo de caderas generosas y pechos firmes y turgentes. La visión de aquel cuerpo lleno de curvas me hizo pensar, por un instante, en el tiempo que hacía que no compartía mi cama con ninguna mujer. Mi frenética vida estaba haciendo que me olvidara de todo, hasta del amor y la pasión.
Me senté en la arena y me dediqué a contemplarlas. La chica se acercó al mar y jugueteó un rato con la niña. Luego se dio un baño y regresó a la toalla que previamente había extendido en la arena. Cogió un libro y se puso a leerlo. De vez en cuando dirigía miradas vigilantes a la pequeña, que seguía jugando a la orilla del agua. No sé en que momento la niña reparó en mí, pero de pronto la descubrí a mi lado, mirándome con unos preciosos y enormes ojos azules
-Hola preciosa - le dije.
-¿Por qué llevas gafas? - repuso ella haciendo caso omiso a mi saludo.
-Porque me molesta el sol.
-Mi padre también se pone gafas a veces.
-Claro, será que también le molesta el sol.
-No sé. ¿Cómo te llamas?
-Me llamo Mateo ¿y tú?
-Yo Noemí.
-Pues señorita Noemí, encantado de conocerla - le dije mientras le extendía la mano.
Ella, a su vez, me tendió su manita que yo estreché y me sonrió. En ese momento la mujer se levantó y se acercó a nosotros.
-Ven Noemí, no molestes a ese chico. - dijo tomando a la niña de la mano.
Al tenerla tan cerca pude fijarme bien no sólo en su precioso cuerpo que tanto me había llamado la atención, sino en su dulce cara, morena, de labios gruesos y ojos castaños, en voz suave y en sus gestos lentos y cuidados.
-No me molesta, de veras. Es una niña muy simpática.
-Sí lo es, pero cuando se pone pesada no hay quien la aguante.
La muchacha sonrió dejando al descubierto una blanca y ligeramente irregular dentadura que le daba un aspecto infantil. Me miró durante unos segundos, como si me reconociera a pesar de mi estudiado camuflaje. Luego se despidió amablemente y volvió a su lugar, sobre la toalla, al sol. Al cabo de unos minutos otra muchacha se unió a ellas y al final de la tarde, cansadas del sol y del mar, juntas cruzaron el sendero y se introdujeron de nuevo en la pequeña casita excavada en la roca.
*
Por el camino de regreso a mi propia casa, la chica de la playa me acompañó en mi pensamiento. Era bonita y parecía agradable, como agradable era pensar de nuevo en un cuerpo femenino, en la calidez de unas manos acariciándome, en la suavidad de unos besos recorriéndome la piel. Creo que aquella noche la muchacha navegó por mis sueños, porque me desperté pensando en ella y no pude resistir la tentación de, al llegar la tarde, acudir de nuevo a la playa con la esperanza de volver a encontrarla allí. Tuve suerte. Allí estaba, tirada en la toalla, con el libro entre sus manos. Después de pensármelo un rato me atreví a acercarme a ella
-Buenas tardes - le dije.
Levantó los ojos del libro.
-Hola - contestó con una sonrisa.
-Ayer vine por aquí y me encantó esta playa. ¿Te importa que me quede a tu lado? Estoy pasando una temporada solo y necesito contacto humano.
-Bueno, con tal de que me garantices que no va a venir una legión de "paparazzi" a tomarnos fotos para publicarlas después en cualquier revista del corazón diciendo que somos novios.
Los dos reímos y acomodé mi toalla al lado de la suya.
-Me has reconocido.
-Pues sí, a pesar de tu intento frustrado de pasar desapercibido. No ha funcionado.
Me quité la gorra y las gafas.
-Bueno, espero que nadie más repare en mí porque vengo buscando tranquilidad. Nadie sabe que estoy aquí y así debe seguir siendo.
-Aquí encontrarás la tranquilidad que buscas. Y no te preocupes, apenas hay turistas y la gente del pueblo, si te reconoce, no dará la voz de alarma.
-Confío en ello. Bueno y ya que tú sabes mi nombre, me gustaría a mi saber el tuyo.
-Yo soy Ángela.
-¿Y estás aquí de veraneo, también?
-No, que va. Yo vivo aquí todo el año. En esa casa, la que sale de la roca - señaló la casa con la cabeza - Yo necesito tranquilidad todo el año y aquí la he encontrado.
-Ya. Aunque tal vez en invierno esto sea un poco aburrido ¿no?
- Tal vez para ti, acostumbrado a llevar un ritmo de vida un tanto… agitado tal vez. Yo también lo llevé un día, hasta que dije "hasta aquí hemos llegado". Me vine aquí de vacaciones y ya no regresé a Madrid. Te aseguro que no me arrepiento en absoluto. Ahora hago exactamente lo que quiero.
-No me digas más, aquí conociste a un chico y te quedaste, os casasteis y tuvisteis a esa preciosidad rubia que estaba ayer contigo.
Rompió a reír con ganas.
-Que va, nada más lejos de la realidad. Me quedé aquí porque necesitaba cambiar de vida y encontré el rincón del mundo perfecto para ello. Pero ni hay marido, ni Noemí es mi hija. Aquí me siento feliz.
-Pero en un pueblo tan pequeño... después de haber vivido en una ciudad como Madrid me imagino que echarás de menos tantas cosas....
-Según cómo lo mires. Yo en Madrid llevaba una vida contra reloj, sin embargo aquí vivo a otro ritmo. Hay días en los que cuido de Noemí, los sábados vendo en el mercado del pueblo cuadros que yo misma pinto y los objetos en cuero que también hago yo. El sábado es el único día de la semana en que tenemos algunos visitantes. Y así vivo. No soy millonaria, pero lo que saco me da para vivir sin ahogos.
No me contó más de su vida y yo no me atreví a preguntar. Nuestra charla se desvió a cosas más intrascendentes. Nos despedimos cuando ya el sol se ocultaba en el horizonte.
-Mañana es sábado y estaré en el pueblo vendiendo mis cosas. Si quieres pásate por allí, podemos tomar algo en la tasca.
-Desde luego, allí estaré.
Volví a casa pensando en ella. En todo lo que me gustaba y en todo lo que escondía en esa vida de la que hablaba y que había dejado atrás.
*
A la mañana siguiente, tal y como habíamos acordado, me acerqué al pueblo. Al llegar a la plaza mayor, en la que se ubicaban los puestos del mercado, pude verla al frente del suyo, moviéndose entre cuadros y otros objetos. Permanecí un rato medio escondido entre las pequeñas casitas, observando sus movimientos, las sonrisas que les prodigaba a aquellos que se acercaban a su puesto y le compraban cualquier cosa o simplemente preguntaban. De vez en cuando echaba alguna mirada hacia la calle por donde yo tenía que aparecer. Tal vez no fuera así, pero me alegraba pensar que estaba pendiente de mi, que esperaba el momento de verme como yo había estado deseando toda la mañana que llegara el instante de verla a ella. Finalmente me acerqué cuando estaba de espaldas y no podía verme llegar.
-¿Cuánto cuesta este cinturón, señorita? - le pregunté.
-Para usted no más de diez euros -me dijo volviéndose y sonriendo -¿qué tal Mateo? Me alegra volver a verte.
-A mí también. ¿Cómo va la venta?
-Hoy no ha estado del todo mal. Dentro de un momento recojo. ¿Quieres el cinturón o era una broma?
-De broma nada, claro que quiero ese cinturón.
Ella lo tomó y me lo tendió a la vez que yo le daba los diez euros del precio.
-Para ti el cinturón es gratis. Regalo de la casa.
-De eso nada – protesté – es tu trabajo.
-Quiero regalártelo, me apetece. No te preocupes, que si quieres comprar cualquiera otra cosa te la cobraré.
-Pues muchas gracias, pero entonces, déjame invitarte a comer ¿Hay por aquí algún lugar apto para ello?
-Claro, la tasca de René, en el puerto. Recojo y nos vamos.
El bar de René era el único que había en el pueblo. La ayudé a recoger sus cosas y nos dirigimos al consabido bar, que se encontraba a escasos metros de la plaza mayor.
-René – llamó cuando entramos
El hombre que estaba detrás de la barra se acercó a ella con una gran sonrisa. Sus cabellos blancos y su espesa barba le daban el aspecto de un auténtico lobo de mar.
-Hola, Ángela. Buena mañana ¿verdad?
-Realmente buena. El tiempo es magnífico y el barco ha traído un buen grupo de turistas. He conseguido vender tres cuadros.
-Eso es realmente fantástico. – dijo el hombre.
-Sí que lo es. Escucha René, ¿podrías guárdame estos trastos y prepararnos la mesa del fondo, esa que está medio escondida? Vengo con mi amigo y queremos un poco de tranquilidad. Ya sabes.
-Eso está hecho - dijo el tabernero con un guiño.
Al poco rato estábamos sentados a la mesa dando cuenta de un suculento pescado fresco.
-René es un encanto – me contó Ángela - él y su mujer me ayudaron mucho cuando llegué al pueblo. Los quiero como si fueran mis padres.
-¿No tienes padres?
-Si, pero...bueno, es una historia muy larga de contar y además no creo que te interese escucharla.
Se equivocaba, cada minuto que pasaba a su lado era un acicate más para saber de su vida, de su pasado y de su presente. Me di cuenta de que en mí estaba naciendo un sentimiento nuevo y desconocido hasta el momento, acaso sería amor. Hasta entonces mis historias no habían pasado de unas cuantas noches de pasión, pero lo que imaginaba a su lado era diferente, mágico.
Cuando hubimos terminado de comer, Ángela se levantó para ir a saludar a la esposa del mesonero. Éste, amable y cordial, se acercó hasta la mesa.
-¿Le ha gustado la comida? – preguntó.
-Realmente buena, hacía tiempo que no comía un pescado tan fresco.
-Seguro que no. Me lo traen recién pescado- me miró un rato y luego siguió hablando- Tengo un amigo pescador que todas las mañanas se pasa por aquí de regreso de la faena y me deja lo que traiga.
-Pues se nota, porque estaba delicioso.
-Ya lo creo.
El hombre, cuyo acento al hablar denotaba su procedencia extranjera, me observó durante unos segundos, tras los cuales continuó su conversación.
- Muchacho tú, ¿eres un conocido cantante? – se atrevió a preguntarme finalmente.
-Sí, lo soy, y he venido aquí buscando un poco de tranquilidad así que le ruego por favor...
-No no, tranquilo. Yo no voy a decir nada. Sólo que me extraña que Ángela y tú... ¿os conocíais de antes?
-No, la conocí hace unos días, en la playa.
El viejo bajó la cabeza y durante unos minutos se quedó así, mirando al suelo. Yo me sentí incómodo por su actitud y su silencio, mas finalmente me volvió a hablar.
-Mira hijo, no quiero que pienses que me meto dónde no me llaman. Pero la vida de los artistas es...bueno, como es. No diría licenciosa, pero sí un poco desordenada quizá. Lo que te quiero decir es que tú estás aquí de vacaciones y querrás divertirte. No la utilices a ella, no se lo merece. Ángela es un ser especial que no ha tenido una vida fácil. No le hagas daño, por favor.
No supe qué contestarle, tanto me sorprendió su advertencia, si es que pudieran llamarse así sus palabras, cargadas de cierto reproche. Simplemente asentí con la cabeza mientras lo veía alejarse hacia su lugar, detrás de la barra. Más su consejo no hizo otra cosa que acrecentar mi curiosidad sobre aquella preciosa mujer y su al parecer agitada vida.

Ángela y yo comenzamos a vernos todos los días. Pasábamos las tardes en la playa y por las noches cenábamos en el bar de René. Las sobremesas solían prolongarse charlando con el tabernero y su mujer hasta bien entrada la noche.
Cada día que pasaba comprendía más a Ángela y su satisfacción por vivir en aquel lugar. Confieso que en muchas ocasiones, en la soledad de mis noches, me replanteaba mi supervivencia y me preguntaba si merecía la pena perderse aquella manera de existir, de disfrutar de las cosas pequeñas de cada día que tan feliz me estaban haciendo durante aquel verano inesperado.
Una noche de aquellas en las que las conversaciones se prolongaban después de la cenan comenzamos a hablar de nuestros respectivos periplos personales. René y su mujer Claire, habían llegado a la isla hacía ya muchos años procedentes de su París natal. Antes de asentarse definitivamente en el pueblo solían pasar en él sus vacaciones estivales, pues eran unos enamorados del paisaje y de la tranquilidad que se respiraba. René y Claire tenían una hija Odile, que había fallecido en un desgraciado accidente de coche recién cumplidos los doce años. El golpe fue tan fuerte y los recuerdos dolían tanto que un día quisieron romper con todo y comenzar una nueva vida en aquel apacible pueblo que los acogía todos los estíos. Habían pasado muchos años desde su tragedia y el tiempo fue mitigando el dolor por la muerte de su pequeña.
-No del todo - decía Claire con un leve acento francés - nunca olvidas de todo, pero hemos conseguido sobrevivir. Este pequeño pueblo y sus gentes nos han salvado. Y desde que llegó Ángela es como si nuestra hija hubiera vuelto con nosotros.
El hombre asentía a lo que decía su mujer sonriendo, mirando a Ángela con una expresión de cariño paternal en su rostro.
-Claro que sí, mi viejito -le dijo ella - ya sabes que el cariño es mutuo.
-¿Y tú Mateo? Llegar a la cima del éxito no debe ser nada fácil – repuso Claire.
-En realidad lo mío fue fundamentalmente cuestión de suerte. Siempre me gustó la canción y en el Instituto formé un grupo con unos compañeros. Pronto comenzamos a tocar en pubs y en alguna sala de fiestas. Un día un empresario discográfico se fijó en nosotros y quiso lanzarnos a la fama. Grabamos un disco, que no tuvo demasiado éxito y finalmente mis compañeros tomaron otros caminos. Yo continué…. Y aquí estoy. Trabajé duramente y al final di con una casa discográfica que me respaldó y me ayudó a estar dónde estoy.
-¿Y no te cansas de esa vida? Estar siempre de aquí para allá, entre concierto y concierto... sin tener casi ni una casa fija. Tiene que ser bastante duro ¿no es así?- dijo Ángela.
-Lo es, pero si queréis que os diga la verdad siempre llevé un ritmo tan frenético de trabajo que es ahora cuando me doy cuenta de ello. Hacía tiempo que no disfrutaba de tanto sosiego
El viejo René soltó una risa ahogada.
-¿Lo ves Ángela? Este pueblo tiene magia. Todo el que lo conoce se quiere quedar.
-De verdad que sí. ¿Os acordáis la primera vez que entré en la taberna, medio asustada, con aquella enorme maleta y sin saber a dónde dirigirme?
-Claro que sí, pequeña, cómo no hemos de acordarnos.
Me arrellané en mi asiento dispuesto a escuchar. Parecía que por fin conseguiría enterarme de los motivos que habían empujado a Ángela a abandonarlo todo y refugiarse en aquel rincón del mundo. Pero no tuve suerte, pues la climatología se alió en mi contra y en ese preciso instante se dejó escuchar a lo lejos el inquietante sonido de un trueno
-Viene la tormenta -comentó René – era lo esperado después del sofocante calor de esta tarde. Pronto comenzará a llover.
Ángela se levantó de pronto de su silla y quiso marcharse con premura.
-Me voy. Los truenos y los relámpagos me aterrorizan, así que quiero llegar a mi casa antes de que la tempestad caiga sobre nosotros. ¿Vienes Mateo?
Me despedí del agradable matrimonio y salí del bar junto a ella. Fuera se había levantado un viento desagradable y el cielo plomizo amenazaba tremendo aguacero. Ángela caminaba deprisa y en silencio. El miedo le brotaba por los poros de la piel. No pude evitar reírme.
-¿Por qué vas tan rápido? Pareciera que te persigue el mismo demonio -le dije.
-No te rías y apura, que va a llover y relampaguea en el horizonte.
Las primeras gotas comenzaron a caer cuando faltaban unos metros para llegar a su casa. Sin embargo, y a pesar de la escasa distancia, cuando alcanzamos la puerta ya caía un fuerte aguacero.
-Entra por favor – me dijo – no te puedes ir a tu casa ahora, te pondrías pingando
Me introduje en la casa detrás de ella. Encendió las luces y me vi en el interior de un amplio salón decorado de manera sobria y sencilla.
-No creo que pare de llover y es muy tarde, si quieres puedes quedarte aquí esta noche.
Sin darme tiempo a contestarle un trueno resonó en la estancia y nos quedamos a oscuras
-Por favor, quédate – casi imploró con voz llorosa.
Fue a la cocina y regresó al salón con unas velas.
-Qué, ¿te quedas o no?
-¿Me estás haciendo una proposición indecente? -le pregunté medio en serio, medio en broma.
-Tómatelo como quieras, pero quédate, por favor. Me muero de miedo y no soportaría pasar la noche sola con la tormenta encima
-Me quedaré con una condición
-¿Cuál?
-Desde que te conocí me muero de la curiosidad por conocer las razones que te han empujado a venir aquí. Todos hablan de ello pero yo no sé la historia. Me gustaría conocerla
Sonrió y se acercó a mí.
-La gente exagera. Pero si tú quieres yo te lo cuento todo de mí. Acomódate en el sofá ¿Quieres tomarte algo? ¿Un cacao tal vez?
-Un cacao es perfecto.
Se dirigió de nuevo a la cocina y al cabo de un rato volvió con las dos tazas humeantes. Me tendió una y se sentó a mi lado
-La verdad es que no sé por dónde empezar.
-Por el principio estará bien.
-Sí, estaría bien si supiera cuál es el principio. Quizá mis orígenes sean el principio. Mis propios padres, que se separaron al poco tiempo de nacer yo. Mis padres eran, son, dos seres absolutamente antagónicos y el vivir entre el mundo de uno y el de otro me marcó profundamente. Ellos pertenecían a dos realidades completamente diferentes. Mi padre provenía de una familia humilde que con mucho esfuerzo consiguió que estudiara en la Universidad. Eran los últimos años del franquismo. En el ambiente flotaban aires de cambio y mi padre, que era un bohemio y un idealista, estaba metido en cuanto lío había. Mi madre, sin embargo, era una niña rica, hija de un conocido empresario de entonces. La educaron como a una señorita que no debía esperar más de la vida que casarse con un buen partido, aprender a bordar, criar los hijos, cuidar de la casa…. Ya sabes. Pero conoció a mi padre y se encaprichó de él. Mis abuelos pusieron el grito en el cielo cuando supieron que su única hija salía con un estudiante de filosofía, medio rojo, revolucionario y además, lo más grave, un muerto de hambre. Pero mi madre, que siempre fue muy cabezota, soportó todos los castigos que le echaron encima y sus propios padres acabaron cediendo y permitiendo esa boda, un matrimonio que desde el principio estaba abocado al fracaso. Aquello, evidentemente, duró un suspiro. Mi padre no podía darle todo lo que ella anhelaba. No podía darle ni estabilidad, ni tampoco dinero. Cuando terminó la carrera no se preocupó de buscar trabajo. Sus ocupaciones eran esporádicas, mal pagadas y a veces rozaban la ilegalidad. Para él eran más importantes sus reuniones de partido, su lucha por llevar el país a la democracia y sus idealismos. Quería a mi madre, estoy segura de ello, de hecho, aún hoy en día, habla de ella como el gran amor de su vida, mientras que mamá, sin embargo, habla de él como su gran error.
No los recuerdo jamás juntos, pues se separaron apenas unos meses después de nacer yo. Naturalmente, me quedé con mi madre, lo cual, por aquel entonces, era inevitable siendo sólo un bebé. Supongo que ahí comenzó mi odisea personal, casi desde la cuna.
Ella era, y sigue siendo, una persona autoritaria en extremo, acostumbrada a imponer siempre su criterio, de la misma forma que la educaron. Y así me crió. Con una disciplina férrea, casi militar. Pero fui creciendo y me di cuenta de que la vida al lado de mi padre era muy distinta. El no me imponía nada, él me explicaba las cosas cuando no las entendía y me dejaba elegir cuando consideraba que debía ser así. Por otro lado, y lo que es más importante, mi padre me daba un montón de cariño, y con ello no quiero decir que mi madre no me quisiera, pero su carácter frío le impedía demostrarlo. Sin embargo papá me regalaba todas las caricias y todos los besos que ella no sabía darme.
Cuando llegué a la adolescencia la convivencia con ella se hizo insoportable y quise irme a vivir con mi padre, pero por supuesto me lo prohibió. Aducía no estaría bien atendida, que mi padre apenas tenía recursos para mantenerse a sí mismo y que no podía permitir que yo viviera en medio de la miseria. Puede que tuviera algo de razón, pero yo hacía tiempo que me había dado cuenta de que prefería no tener tantas cosas materiales y más calor humano.
Al no conseguir mi propósito me rebelé y me volví cada día un poco más díscola, aunque para lo único que me servía aquel carácter que me iba forjando a golpe de desencantos era para pillar rabietas y soportar castigos cada dos por tres.
Cuando llegó el momento de iniciar mis estudios universitarios la cuerda que nos agobiaba se tensó un poco más. Yo quería estudiar Bellas Artes, pero ella tenía programada mi vida laboral, así que debería estudiar Económicas para después pasar a ocupar en la empresa de su marido (pues se había casado de nuevo, esta vez con su media naranja) un cargo importantísimo. Discutíamos sin cesar sobre el tema, hasta que me amenazó con no pagarme carrera alguna si no estudiaba lo que ella quería. No me quedó más remedio que transigir, aunque si todo hubiera ocurrido hoy, no lo hubiera hecho. Por aquel entonces era todavía una niña que no tenía fuerzas ni medios para enfrentarme a ella de verdad. No obstante la convencí para que me permitiera ir a clases de pintura. Accedió de mala gana, no sin antes advertirme que no sabía por qué me empeñaba en hacer semejantes tonterías que no valían para nada.... ¿Te aburro?
-Por supuesto que no, todo lo que cuentas me interesa mucho. No has sido feliz ¿verdad?
-Ahora lo soy. Aunque siempre hay cosas que enturbian esa felicidad de la que creemos disfrutar.
-Pero sigue contándome.
-Estudié Económicas, como ella quiso. Me costó un poco, porque me parecía una carrera horrible, pero conseguí terminarla. Inmediatamente me pusieron a trabajar en la empresa de mi padrastro. Y como, aunque no esté bien decirlo, era buena, y además, era de la familia, fui ascendiendo puestos de manera vertiginosa, hasta que me vi como jefa del departamento de finanzas. Entonces empezó mi infierno. Yo solo tenía veinticuatro años. Estuve cinco trabajando como una loca, sin tener tiempo para mí, metiéndome cada vez más en una espiral que parecía no tener salida. Me levantaba a las 6 de la mañana y regresaba a casa a las diez de la noche. Mi vida eran reuniones, viajes, estar pendiente del móvil, con el portátil a cuestas....Me convertí en una máquina de hacer dinero. Algunos meses ganaba más de seis mil euros. Pero no tenía tiempo para disfrutarlos, ni amigos con quien hacerlo.
Una noche, en una de aquellas estúpidas fiestas de empresa, alguien me ofreció una raya de coca. "Aguantarás toda la noche sin cansarte". Y la esnifé. Y después de aquella hubo alguna más. Iba cuesta abajo y sin freno. En una de mis visitas a mi padre, él se dio cuenta de que algo no marchaba bien. Comenzó a hacerme preguntas y yo acabé confesándole todo lo que me ocurría. Se asustó cuando le dije que esnifaba cocaína de vez en cuando para mantenerme despierta y con energía. Pero por suerte lo tenía a él para salvarme. Recuerdo perfectamente sus palabras. "Ángela, cariño, en esta vida hay cosas mucho más importantes que el dinero y el trabajo. A veces es mejor vivir con lo justo y disfrutarlo, que tener muchos millones y ser un desgraciado. Apártate de todo eso. Vive". Me habló de este lugar y me lo recomendó para pasar unas semanas de descanso. Me vine sola, con el móvil apagado y sin contacto con nadie. Me hospedé en el hostal del pueblo. Conocí Rene y a Claire, pues comía y cenaba con ellos todos los días. Y sobre todo, tuve mucho tiempo para pensar. Analicé en lo que me estaba convirtiendo y en lo que en realidad quería ser. Y la conclusión es que quería ser feliz haciendo lo que realmente me gustaba y no lo que me impusieran los demás. Ya era mayorcita para enfrentarme a mi madre. Puede que mi decisión no le gustara, pero tendría que aguantarse. Evidentemente no le gustó. Cuando le dije que me despedía de la empresa y que me venía a vivir a este rincón del mundo, me espetó que estaba completamente loca "¿De qué esperas vivir? ¿De tus estúpidas pinturas?" Aún me parece estar oyéndola. Me dijo que si me iba y dejaba el trabajo me desheredaría y, por supuesto, y esto lo recalcó muy bien, consideraría que no tenía ninguna hija. Esa vez su intento de chantaje no le valió de nada. Hice las maletas y para aquí me vine. Hace ya tres años que vivo aquí y no te puedes imaginar lo que me ha cambiado la vida. Ahora valoro mucho más todo lo que hago y sobre todo, adoro la sensación de libertad que tengo, porque nadie decide por mí. Por fin soy yo la que dirige su propia vida.
-¿Y tu madre? ¿No la has vuelto a ver?
-Cumplió su amenaza y me ignora totalmente. Alguna vez la llamé por teléfono para intentar hablar con ella, pero no se pone. Esa es la única espinita que tengo en el corazón. Porque, sea como sea, tenga el carácter que tenga, es mi madre y yo la quiero. Y me gustaría que algún día comprendiera lo que hice y por qué lo hice, pero no sé si será posible.
-En todo caso, has sido muy valiente – le dije, admirándola sinceramente.
-Solo he buscado ser feliz. Bueno - dijo con una enorme sonrisa - ya sabes mi pequeña historia, ¿estás contento?
-Se puede decir que has satisfecho totalmente mi curiosidad. ¿Sabes? Me encanta tu compañía.
Se ruborizó y bajó la cabeza. Sus rizos castaños cubrieron su cara. La tomé por la barbilla e hice que me mirara. La besé en los labios y ella me correspondió.
-¿Nos vamos a la cama? - preguntó.
-¿Juntos?
-Claro. No entraba en mis planes enamorarme pero.... creo que no puedo ponerle remedio.
Aquella noche recuperé la ilusión perdida. Volví a sentir el calor de un cuerpo de mujer, volví a vivir. Después de hacer el amor nos dormimos. A la mañana siguiente la tormenta ya había pasado.
*
Después de aquella noche me instalé con ella, en su casa. Todavía quedaba por delante todo el mes de septiembre y quería disfrutarlo en su compañía. A ratos pensaba que lo que anhelaba realmente era pasar el resto de mi vida a su lado y me preguntaba qué pasaría si no regresaba a Madrid, si en un arranque de valentía seguía sus pasos y me refugiaba en aquel lugar, entre sus brazos, entre aquellos brazos que tiernamente, todas las noches, me estrechaban con una dulzura desconocida. Pero yo no gozaba del coraje suficiente para cometer aquella locura. En mi interior se desarrollaba una lucha permanente entre mi corazón y mi cabeza, entre lo que me gustaría hacer y lo que debería hacer. Y la única conclusión a la que era capaz de llegar era que no quería abandonarla. No quería alejarme de las ocupadas mañanas cuidando de la pequeña Noemí, mientras Ángela pintaba su último cuadro o se ponía a mi lado enseñándome a trabajar el cuero. No quería alejarme de las soleadas tardes en la playa, tendidos al sol perezosamente, sin más ocupación que ver la vida pasar. No quería alejarme de las tardes lluviosas en la casa, viendo una película o jugando a las cartas o al parchís, ni las cenas con René y Claire, ni tantas y tantas pequeñas cosas que tenía olvidadas y que de nuevo había recuperado a su lado. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? Un día, después de mucho darle vueltas, le propuse venirse conmigo a Madrid.
-¿A Madrid? ¿Para qué? ¿Para que tú estés tan ocupado con tu trabajo que no te quede tiempo para mí y yo esté siempre sola? No cariño, creo que no va a poder ser.
-Aquí también estás sola.
-No es lo mismo. Este es mi sitio, yo en Madrid no pinto nada. Ya estuve allí. Pasé la mayor parte de mi vida allí y no me gustó.
-Ahora vivirás conmigo; no será igual que antes.
Dejó los pinceles, me tomó de la mano y me llevó al sofá. Nos sentamos muy juntos.
-Mateo, cuando te conocí... o mejor dicho cuando me empezaste a gustar...
-¿Y cuándo fue eso, ratita?- le pregunté tratando animar un poco la charla y quitarle trascendencia. Más ella obvió la respuesta.
- Cuando te conocí yo sabía que esto iba a durar justo el tiempo de tu descanso.
-No digas eso Ángela. Si yo casi no me imagino la vida sin ti…
-Claro que te la imaginas, tienes que hacerlo. Todo esto que estamos viviendo está siendo precioso. Es lo más bello que me ha ocurrido en los últimos años. Creo que por vez primera siento que me dan amor y adivino que todo el amor que puedo dar llega a buen puerto. No voy a negar que me gustaría que te quedaras aquí, conmigo, pero no te lo voy a pedir, porque sé que no puede ser. No puedo ni quiero condicionarte tu vida, no quiero que un día puedas echarme en cara que por mí dejaste tu prometedora carrera. Si te quedaras junto a mí y con el tiempo la relación se rompiera yo no tendría nada que perder, salvo a ti, pero tú habrías renunciado a hacer lo que más te gusta, cantar, y tal vez fuera demasiado tarde para retomar lo que por mi causa habrías abandonado. De verdad cariño, cuando te tengas que marchar, hazlo. Nos quedarán los recuerdos de este precioso verano y.... siempre puedes volver a visitarme. Siempre podemos revivir estas semanas.
-Sabes que las cosas no son tan sencillas.
-Las cosas son todo lo sencillas que queramos que sean. Somos los seres humanos los que nos empeñamos en complicarlas
Sabía que tenía razón pero…. También sabía que si me iba, la perdería para siempre.
No volvimos a hablar de mi marcha, corrimos un tupido velo en torno a un tema del que huíamos, más irremediablemente todo llega. Un día cualquiera sonó mi móvil. Desde Madrid reclamaban mi presencia. Los conciertos se habían suspendido, pero había que empezar a trabajar en la grabación del nuevo disco. En dos o tres días tendría que marcharme.
*
Las dos maletas que formaban mi equipaje estaban preparadas junto a la puerta del salón. Ángela, en la cocina, ponía la mesa con gesto ausente. Aquella sería nuestra última comida juntos. Yo la miraba apoyado en el quicio de la puerta. El silencio entre los dos era tan denso que podía cortarse.
-Ángela.
Se volvió hacia mí y me miró con ojos llorosos. Me acerqué a su lado y la apreté muy fuerte contra mi pecho.
-Ángela, debo irme. Me debo a mi público y tú lo sabes.
Ella, entonces, se separó de mí y se sentó en una silla, dejando caer todo el peso de su cuerpo cansado, derrotado.
-No te engañes, Mateo. Las personas no nos debemos a nadie salvo a nosotros mismos.
-Ese es un pensamiento un tanto egoísta.
-Oh no, que va. Tú no te debes a tu público, tú quieres darte a tu público. Yo no me debo a nadie, no me debo a ti, pero me quiero dar a ti. Eso no es egoísmo. A lo mejor es difícil de entender, pero estoy segura de que con el tiempo comprenderás que tengo razón. De todas maneras, esta conversación es un poco absurda ¿no? Tienes que marcharte. Da igual a quien te debas o a quien te des.
Cuando el claxon del viejo coche de René sonó fuera y llegó la hora de partir, nos abrazamos. La besé con pasión. Quería llevar el sabor de su boca dentro de mí para siempre.
-Te quiero, mi vida.-le dije.
Ella simplemente me miraba, sin hablar.
-¿No me dices nada? ¿no me vas a decir que tú también me quieres?
-Si me dejara llevar y empezara a hablar te diría tantas cosas, inventaría tantos motivos para que no te fueras de mi lado...ni te lo imaginas. Pero ya sabes que ese no es mi estilo. Así que vete, vete ya de una vez, por favor. No me gustan las despedidas y esta menos que ninguna.
Cogí mis maletas, las metí en el coche del tabernero y partimos hacia el aeropuerto Me fui con el sabor amargo que dejan las despedidas no deseadas. Y juro que en más de una ocasión, ante de que el avión despegara y me separara definitivamente de su lado, a punto estuve de regresar. Pero mi cobardía pudo más que yo y retomé de nuevo mi insulsa y agitada vida de artista.
*

Tres años hubieron de transcurrir antes de que pudiera volver a verla, pero ni un solo día pasó sin que la recordara. Durante todo aquel tiempo, poco a poco, la desidia fue apoderándose de mí. Las giras, los conciertos, las largas horas en los estudios de grabación… todo era demasiado poco comparado con aquel verano que irremediablemente se iba alejando de mi vida aunque no de mi memoria. Si lo que quería era no distanciarme del mundo de la música podía estar vinculado a él de mil formas diferentes y aquel pueblo casi perdido era el lugar perfecto para componer. No le di demasiadas vueltas. Un día, sin que nadie lo supiera de antemano, convoqué una rueda de prensa y día la noticia de mi retirada. La nueva se divulgó en todos los medios, televisión, prensa, radio… Recibí críticas de muchos sectores, sólo mi familia me apoyó, aunque la verdad es que no me importó en absoluto lo que se dijera o no de mí. Dos días después hice mis maletas y me marché al lugar del que nunca debí haber regresado.
*
Mi primera parada fue la taberna del pueblo. Allí todo seguía igual, el tiempo parecía haberse detenido, los mismos paisanos, y el viejo René, trajinando como siempre detrás de la barra. Levantó la cabeza de su trajín y me miró. Durante un segundo no pareció reconocerme, hasta que finalmente se percató.
-Mateo, hijo -una agradable sonrisa se dibujó en su cara mientras venía a mi encuentro - ¡Pero qué sorpresa!
Nos abrazamos como viejos amigos que éramos.
-Eres la última persona a la que esperaba ver por aquí. - me dijo.
-¿Por qué? ¿No os habéis enterado de mi retirada?
-¿Y cómo no habíamos de hacerlo? Si se llega a retirar el Rey no habría armado la que tú armaste. Pero..., en fin, aquí nadie supuso que fueras a volver.
El rostro del hombre se tornó serio y percibí algo extraño en el tono de su voz que me inquietó.
-No se porqué lo dices. Todos saben lo que me costó marchar y lo mucho que me gusta este lugar.
El viejo pasó por alto mi comentario.
-¿Has visto a Ángela?
-No, todavía no.
-Pues corre a verla. No se por qué pero me da la impresión de que tenéis mucho, muchísimo que hablar. Venga, vete. Y luego vuelve y me cuentas.
Hice lo que me mandaba, salí de la tasca y enfilé en camino de la casa de Ángela con el corazón intentando escaparse de mi pecho y un interrogante en mi cerebro. Sabía que me iba a encontrar con algo desconocido, aunque no lograba dilucidar qué podía ser. Pronto llegué a la casa y, sin atreverme a entrar, me quedé a escasa distancia esperando que en cualquier momento la puerta se abriera y apareciera ella. Hacía calor y tal vez, como habíamos hecho juntos tantas veces, le apeteciera acercarse hasta la playa. Pero no parecía que ello fuera a pasar, así que después de unos minutos, finalmente, me acerqué a la puerta. Estaba entornada y la empujé un poco. Por la rendija entreabierta la pude ver. Allí estaba, pintando. El pelo recogido en un moño medio deshecho. Un pantalón de chandal viejo y una camiseta sucia de pintura eran su indumentaria. Seguía tan bella como siempre. Volver verla me emocionó y no pude esperar más. Empujé la puerta y entré en la estancia. Me miró con ojos asustados.
-¡Mateo!
Soltó el pincel que sostenía entre sus manos y acercándose a mí se echó en mis brazos. Yo cerré mis ojos para saborear mejor la dulce sensación que me producía estar de nuevo a su lado. El olor de su pelo, la suavidad de su piel, su respiración....de pronto me pareció que el tiempo no había pasado, que mi regreso a Madrid había sido un sueño. Era como si aquellos tres años separados se hubieran borrado de un plumazo. Más cuando quise besarla en los labios volteó la cabeza y se libró de mis brazos.
-¿Qué...qué haces aquí? No entiendo...
-¿Por qué todo el mundo se empeña en preguntarme qué hago aquí? ¿Ha ocurrido algo por lo que yo no debiera volver? He regresado por que te quiero y quiero estar a tu lado
Ella intentó contestarme, pero en ese momento un sonido, un grito agudo, salió de su habitación.
-Espera un momento.
Entró en su cuarto y al rato salió con una pequeña en brazos. Era una niña de unos dos años, la tez morena, el pelo rizado, los ojos avellana....no cabía alguna duda de que era su hija. Entonces lo entendí todo. Había llegado tarde. ¿Cómo no se me había ocurrido pensarlo? Debí de haberme informado antes de regresar así, de improviso. Debí de haber comprobado si Ángela todavía sentía por mi el amor que comenzó aquel verano. Pero no lo hice porque, ingenuo de mí, no pensé que nada hubiera cambiado.
La niña me miró con curiosidad desde los brazos de su madre. La abrazaba con fuerza, como temiendo que yo, el intruso, las pudiera separar.
-¿Quién es? -preguntó con lengua de trapo.
-Un amigo de mamá. Ahora vamos a ir a la playa, cariño. El vendrá con nosotras y jugará contigo.
Luego cuchichearon algo al oído. La pequeña no dejaba de mirarme.
-¿Nos acompañas a la playa? Allí podemos hablar mientras ella juega. Creo que tenemos muchas cosas que contarnos.
Eso también pensaba yo.
*
Sentados en las toallas, en la arena, ninguno parecía atreverse a dar el primer paso e iniciar una conversación que no se preveía nada agradable.
Ella miraba a la niña, que jugaba con sus cosas en la orilla del agua.
-Es tu hija ¿verdad? –me atreví a decir por fin.
Asintió con la cabeza.
-¡Oh Dios, lo siento, Ángela! Yo no sabía que....pensé que todo continuaría igual. Fui un estúpido. Pero no te preocupes, me iré por dónde he venido. No quiero estropear tu vida.
Ella suspiró profundamente. Luego fijó en mí su mirada y me sonrió.
-No vas a estropear nada. Mi vida sigue siendo la misma que conociste y no hay nadie nuevo en ella, si eso es lo que imaginas.
-Y... ¿el padre?
-El padre está aquí en la playa, sentado a mi lado.
El calor era sofocante y sin embargo mi cuerpo fue sacudido por un escalofrío. El único hombre que había en aquella playa y sentado a su lado, era yo.
-¿Me estás queriendo decir que esa niña es mi hija? – conseguí preguntar por fin
-Eso es lo que te acabo de decir. Julia es tu hija.
Miré a la niña, que chapoteaba a la orilla del mar y de pronto se adueño de mí una infinita ternura.
-¿Sabías que estabas embarazada cuando me fui? – pregunté sin apartar los ojos de la pequeña.
-Solo lo sospechaba.
-¿Por qué no me dijiste nada?
-No podía. Tú querías irte, yo no podía presionarte para que te quedaras. Y si te dijera que creía estar embarazada te estaría presionando. En aquel momento lo hablamos mil veces, ¿recuerdas?
-Esto era diferente Ángela. Me has negado el derecho a estar con mi hija y eso no es justo.
En ese instante me dirigió una mirada cargada de culpabilidad.
-Lo sé y te pido perdón por ello. Es lo único que puedo hacer, puesto que volver el tiempo atrás es imposible. Cuando el médico me confirmó que esperaba un hijo y se lo conté a René y Claire, ellos me aconsejaron que te lo dijera. Pero por una vez en mi vida pasé por alto sus consejos y decidí hacer frente a la situación yo sola, empeñada en que nada debía presionarte para volver a mi lado. No fue fácil. Pensaba en ti cada día, cada segundo de cada minuto. Te eché tanto de menos… lloré tantas noches abrazada a la almohada...
Julia nació una noche de primavera, una noche tranquila y cálida. Cuando la tuve en mis brazos le hablé de ti y en ese instante empecé a pensar que tal vez estuviera equivocada. Días más tarde mi padre vino a visitarme. Le conté todo, tu existencia, mis miedos, mis dudas y él, como siempre, encontró las palabras precisas "No sólo estás negándole el derecho a un padre a estar con su hija, también le niegas a tu hija el derecho a tener un padre. Esa también es una forma de manipulación, Ángela, y no creo que quieras repetir los errores que cometió tu madre contigo". Tenía razón, como siempre. Así que dos meses después del nacimiento de Julia, convencí a René para que me acompañara a un concierto que dabas en Palma.
-El concierto de Palma, es verdad. Fue al verano siguiente de estar aquí. Quise venir a verte, pero no me atreví. Sabía que si lo hacía ya no podría irme de tu lado. Sin embargo si tú fuiste… ¿por qué no te vi?
-Estuve allí. Te vi cantar y en algún momento me dio la impresión de que nuestras miradas se cruzaban. Cuando terminaste me acerqué hacia la zona donde se suponía que estabas. Una mujer me tomó la delantera y se acercó a un guardia. No pude escucharla, pero supuse que preguntaría por ti, porque aquel hombre se marchó y al rato regresó contigo. Dejó pasar a la mujer. Os abrazasteis y os retirasteis juntos. Comprendí que no tenía nada que hacer allí y me marché.
-Sí, recuerdo perfectamente aquella visita. Era mi madre, Ángela. Estaba en Ibiza pasando sus vacaciones y aprovechó para verme.
-¡Tú madre!
-Claro. Yo no tengo a nadie, durante todo este tiempo no he podido pensar en nadie que no fueras tú. Hace unas semanas un conocido semanario del corazón publicó unas fotos mías con una chica. En grandes titulares anunciaba que por fin se me veía con mi novia. Esa chica era la hermana de un amigo. ¿Te enteraste de ello?
Asintió con la cabeza.
-Y te lo creíste.
-Bueno….
-Ahora lo entiendo todo. Nadie pensaba que volvería por aquí porque todos creíais que tenía otra mujer
En ese momento Julia se acercó a nosotros.
-Mamá ¿se lo puedo decir? – preguntó con su vocecilla suave.
Ángela la sentó sobre sus piernas y le dio un sonoro beso en la mejilla.
-Claro cariño, díselo.
-Mi mamá me ha dicho que tú eres mi papá.
Un nudo se me puso en la garganta.
-Pues claro, y he venido para quedarme con vosotras. ¿Te apetece?
La pequeña asintió con una sonrisa y en un gesto espontáneo se acercó a mí, rodeó mi cuello con sus diminutos brazos y siguió a sus juegos.
*
Me gusta vivir junto a ellas, despertar cada mañana sabiendo que están ahí, a mi lado. Hemos desafiado a un destino que parecía estar escrito para nosotros por manos ajenas. Hemos elegido nuestra manera de vivir. No sabemos lo que nos deparará el futuro, pero eso ahora no importa. Sólo deseamos vivir el presente intensamente, estando preparados y decididos a ir abriendo las puertas que la vida nos ponga en el camino







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1 comentario:

  1. Ha sido precioso y me ha emocionado cuando llegaba al final.
    Por un momento pensé que este tendría un feliz triste como la hitoria de la chica que se iba de misionera y el cura. No recuerdo el nombre... Pero el final feliz me han encantado. Unas últimas líneas preciosas.
    Besos

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